EL CORPUS CHRISTI

 

Reflexión a la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.

Jesús en la última cena nos amó hasta el extremo y estando ya cenando cogió el pan y dijo: esto es mi cuerpo, entregado por ustedes y más adelante cogió el cáliz con el vino y dijo: este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva alianza. Después nos dijo: cuantas veces lo hagan, lo hagan en memoria mía, es decir, para hacer presente el misterio de su amor, entregando su cuerpo a la muerte por nosotros y bebiendo el cáliz de su sangre derramada para perdonar nuestros pecados y así realizar la alianza con Dios porque nos hacemos una sola cosa con Él. Todos hace presente a Jesús realmente.

Los primeros cristianos no dejaban de celebrar este misterio sacramental por las casas, sobre todo en la noche del sábado al domingo. La iglesia ha celebrado siempre este misterio de la Eucaristía. No puede haber cristiano autentico sin la participación en la eucaristía al menos los domingos y fiestas de guardar. Los primeros cristianos preferían morir antes que dejar la celebración de la Eucaristía porque ellos necesitaban del Señor, como dijeron a los jueces que los condenaron a muerte. Hoy queremos honrar este misterio, bendiciendo a Jesús, adorándolo en este sacramento y dejándonos guiar por este amor. Acerquémonos a recibir a este Jesús con fe y amor. Por eso los primeros cristianos nos dejaron este refrán: no hay domingo sin asamblea, no hay asamblea sin eucaristía. Tendremos muchas cosas que hacer, pero solamente una cosa es Necesaria: Cristo que se nos da en comida bebida para hacer una alianza con todos. Todos tenemos que tener miedo a perder a Jesucristo y dejarle a un lado. Lo único importante es Jesús con su amor.

Lectura del Éxodo 24, 3-8

3 En aquellos días Moisés bajó y contó al pueblo todas las palabras del Señor y todos sus decretos; y el pueblo contestó con voz unánime: «Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor». 4 Moisés escribió todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. 5 Y mandó a algunos jóvenes de los hijos de Israel ofrecer al Señor holocaustos e inmolar novillos como sacrificios de comunión. 6 Tomó Moisés la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. 7 Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en voz alta al pueblo, el cual respondió: «Haremos todo lo que ha dicho el Señor y le obedeceremos». 8 Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras».

En la primera lectura de este domingo encontramos el libro del Éxodo 24, 3-8 en que se nos cuenta la alianza que Dios hace con nosotros. Moisés mandó matar unos toretes y con la mitad de la sangre rociaron las mesas y con lo restante rociaron al pueblo, dando a entender que entre Dios y nosotros había una comunión, para compartir la vida. Dios quiere ser el Único en nuestras vidas, pero al mismo tiempo nosotros debemos obedecer sus mandamientos. El Pueblo aceptó y como consecuencia hicieron una alianza. Mataron un torete, asaron el cuerpo para comerlo ante la presencia de Dios y con la sangre untaron el altar símbolo de la presencia de Dios y por otra parte rociaron al pueblo con aquella sangre. Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con nosotros. De esta manera unía Dios al pueblo y el pueblo a Dios. Esto será signo de la alianza que Jesús hará con los suyos en la última cena. Dios aceptaba convivir con su pueblo y el pueblo con Dios. Nosotros recibimos el pan y el vino y todos participan de estos dones y nos hacemos una sola cosa

Salmo 115, 12-13.15 y 16, 17-18

Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre

15 Mucho le cuesta al Señor | la muerte de sus fieles. 16 Señor, yo soy tu siervo, | siervo tuyo, hijo de tu esclava: | rompiste mis cadenas.

Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre

17 Te ofreceré un sacrificio de alabanza, | invocando el nombre del Señor. 18 Cumpliré al Señor mis votos | en presencia de todo el pueblo,

Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre

Proclamación del evangelio según san Marcos 14,12-16.22-26

12 El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?».

13 Él envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, 14 y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. 15 Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí».

16 Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.

22 Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo».

23 Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron.

24 Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos*. 25 En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».

26 Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos

En el evangelio encontramos a Jesús en la última cena. Jesús toma el pan y pronuncia: esto es mi cuerpo. Es Jesús quien lo dice y aquel pan se transforma en Jesús, Dios hecho hombre y nos llama a nosotros a comerlo para dar nuestro sí de adhesión a Jesús y así estamos con Jesús y Jesús con cada uno de nosotros. Así se realiza la alianza entre Dios y nosotros y sentimos que Jesús está realmente dentro de nosotros. Después cogió el cáliz con vino y pronunció la acción de gracias y proclamó: este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva alianza. Es la misma sangre que Jesús derrama en la cruz y que ahora nos la da a beber. La sangre es la vida y beberla significa tener vida, compartir la vida con Dios. Yo de Jesús y Jesús de nosotros. No se puede romper esta unión. Dios la ha ratificado.

El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna, es decir, experimenta el amor de Dios que se digna venir a estar en nosotros y a hacernos partícipes de la misma vida de Dios. Dios es amor, Jesucristo se hace amor y el Espíritu santo nos envuelve en este amor. Y no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí. Recibir a Jesús es contemplar su amor, es bendecir su misericordia, es escuchar lo que Jesús nos quiera decir. Yo miro a Jesús y siento que Jesús me mira y me habla.

Pero recibir a Jesús es dejarnos transformar por él en unan nueva criatura para tener actitudes humanas y cristianas de manera que la gente vea en nosotros a Jesús. De nada sirve que comulguemos si no detestamos el pecado. Comulgar por costumbre, sin aborrecer nuestros sentimientos de pecado, es un sacrilegio y en lugar de transformarnos en Cristo, nos hacemos más perversos. San Pablo nos dice que algunos al comulgar toman su propia condenación porque no aborrecen el pecado, no se reconcilian con los demás, no se aparan de las ocasiones del pecado, no comparten sus cosas con los demás y favorecen sus intereses particulares.

Lectura de la carta los Hebreros 9,11-15

En cambio, Cristo, venido como sumo sacerdote de los bienes futuros, usando una tienda mejor y más perfecta, no hecha a mano, es decir, no de este mundo creado, llevando no sangre de cabras y becerros, sino su propia sangre, entró de una vez para siempre en el santuario y logró el rescate definitivo. Pues si la sangre de cabras y toros y la ceniza de becerra rociada sobre los profanos los consagra con una pureza corporal, cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestras conciencias de obras muertas, para que demos culto al Dios vivo. Por eso es mediador de una alianza nueva: para que, interviniendo una muerte que libra de las transgresiones cometidas durante la primera alianza, puedan los llamados recibir la herencia eterna prometida.

La carta a los Hebreos 9,11-15 nos habla que en el antiguo Testamento se usaba la muerte de animales para pedir perdón a Dios por los ‘pecados, pero no lo podía realizar y cada año el sumo sacerdote debía ofrecer estos sacrificios. Cristo, sumo y eterno sacerdote, no tenía pecados, pero toma los pecados de todos nosotros y con su sangre preciosa, de valor infinito, los perdonó de una vez para siempre. El llevaba nuestros pecados, pero los destruirá porque su sacrificio en la cruz fue para siempre, porque comportaba la obediencia total a su Padre por obra del Espíritu Santo y así hemos sido comprados con la sangre preciosa de Cristo, ofrecida con amor y obediencia al Padre, pero si seguimos pecando, estamos pisoteando la sangre de Cristo y la despreciamos y ya no hay remisión de nuestros pecados.

La Alianza que Cristo ha hecho en la cruz es para siempre, pero supone nuestra obediencia al Padre bajo la acción del Espíritu santo y no podemos burlarnos de Jesús, siguiendo en nuestros pecados. Por nuestro bautismo hemos entrado en esta alianza. Lo confirmamos en la recepción de la Confirmación y cuando comemos y bebemos el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Pero si después de recibir estos sacramentos nos entregamos libremente al pecado, nos endureceremos en ese pecado y ni pediremos perdón a Dios. Por eso no habrá remisión de nuestros pecados para nosotros y estamos en el camino de la perdición. La eucaristía, recibida con fe y amor, nos pone en el camino recto de la salvación.

La comunión no es simplemente recibir a Jesús sino tener un dialogo de amor con Él, escucharle a Él y oír su voz para dejarnos guiar para ser discípulos de Jesús. Esta es nuestra felicidad, nuestra vida. Acerquémonos cada domingo a recibir a Jesús, contemplemos su amor y sintamos su gracia.

P. Vicente Pérez.

Comentarios

Entradas populares