El ciego de Jericó
Reflexión. Trigésimo Domingo del tiempo ordinario. B.
En este domingo 30 del tiempo ordinario la Iglesia nos presenta las siguientes lecturas: Jeremías 31,7-9 donde se aclama la vuelta del destierro de Babilonia y se canta que los que habían ido llorando, ahora regresan llenos de alegría porque Dios ha sido bueno con ellos.
Respondemos con el salmo 123, 1-6 que es el canto de alegría de los desterrados.
En la carta a los Hebreos 5,1-6 se nos habla del sacerdocio que es una llamada de Dios y no una elección propia.
En el evangelio de san Marcos 10,46-52 se nos presenta la acción de Jesús sobre un ciego, que ve a Jesús como salvador y lo sigue como discípulo.
Jesús se ha hospedado en Jericó en la última etapa del viaje a Jerusalén. Hay mucha gente que también se dirige a Jerusalén para celebrar la Pascua. Muchos van con Jesús como una novelería pero no creen en Él. Algunos lo aclaman como al Mesías, Hijo de David. A la salida de Jericó hay una puerta que los abre al camino hacia Jerusalén y allí hay un ciego, al margen del camino, es decir, de Jesús que es el camino. Está pidiendo limosna a los que pasan. Vive de esta generosidad. Ha oído hablar de Jesús y ahora cuando oye a la gente que pasa, les pregunta el porqué de esta multitud y le dicen que ha venido Jesús de Nazaret. El ciego ha oído hablar de Jesús que curaba a los enfermos. Entonces comienza a gritar: Jesús, hijo de David, ten compasión de mí. Jesús parece que no lo escucha y el ciego sigue gritando. La gente le manda callarse y no molestar al Maestro pero el ciego insiste. Jesús escucha y le manda venir a donde Él. ¿Qué quieres que haga por ti? Que vea, le dice el ciego y Jesús, viendo la fe, le dice que está curado y aquel hombre se decide ir con Jesús acompañándole. Deja todo y se hace discípulo de Jesús.
Este ciego no ve no sólo con los ojos de la cara sino con los ojos del alma. Pide limosna, es decir, que se acuerden de él, que le quieran. Así somos nosotros que queremos que nos amen, que nos ayuden. Todo lo tenemos centrado en nosotros. Aquel ciego es consciente de su realidad y sufre porque necesita depender de otros. Vive al margen de la sociedad porque le han echado a un lado. No cuenta para la sociedad. No ve el amor de Dios en su vida. También nosotros sufrimos al depender de los demás porque esto nos ayuda pero al mismo tiempo nos abre a Dios, a su enviado. Dios permite nuestro sufrimiento para que nos abramos a la acción de Dios. También nosotros nos sentimos incomprendidos, solos. Hasta nos parece que Dios nos ha abandonado y ya no contamos para Él.
Aquel ciego grita: Ese grito es una oración a Dios para que tenga misericordia de él, es un grito a los hombres para que se acuerden de nosotros y sean solidarios con el pobre y desesperado. No nos cansemos de gritar, de orar a Dios. Dios quiere que lo hagamos una y otra vez para que tomemos conciencia de nuestro pecado y al mismo tiempo deseemos a Dios sabiendo que Él puede salir a nuestro encuentro. No nos cansemos de rezar. Al que llama se le abre. El que busca, halla. Necesitamos de Dios y debemos tomar conciencia de él. Por eso el cristiano reza sin cansarse hasta que Dios nos oiga.
Jesús nos oye y nos llama. El ciego deja su manto, signo de su dignidad, se hace pequeño, necesitado. Se despoja de si para ser libre ante Jesús. ¿Qué quieres que haga por ti? Que vea, le responde el ciego. Es la pregunta que Jesús nos hace a nosotros. Contemos a Jesús lo que deseamos de Él. Que vea el amor de Dios en mi vida, que me abra a Dios, poniéndome en su disponibilidad, que me dé la gracia de perdonar y no ver simplemente el pecado de los demás sino el mío, que me dé la gracia de abrirme a las necesidades de los demás, de dejarlo todo por Cristo. Cuéntale todos tus problemas y que Jesús siente la alegría de escucharte. Tu fe te ha salvado. Si tenemos fe en Jesús, poniéndonos en sus manos para hacer lo que Él quiera, sentiremos la mano salvadora de Jesús y seremos una persona nueva. Esa Palabra de Jesús nos llena el corazón. Prueba lo bueno que es Jesús contigo, te levanta de tus sufrimientos.
Como nos dice el profeta Jeremías, cantaremos que Dios ha salvado a su pueblo. Los que antes habíamos experimentado el dolor, la incomprensión, la soledad, sentimos que Dios está con nosotros, que Él es nuestro Padre que vela por nosotros. Él nos consolará. Ya no tendremos que pedir sino aprendemos a dar. Mayor alegría hay en dar que en recibir, nos dice san Pablo. Podremos cantar con el salmo que Dios ha estado grande con nosotros y por eso estamos alegres.
Quien ha experimentado este amor, se hace discípulo de Jesús y también con san Pedro podremos decir que Él tiene palabras de vida eterna y ya no dejaremos a Jesús. El mundo con sus vicios y pecados ya no será nuestro atractivo sino Jesús y por El todo lo tengo como perdido. Jesús será mi luz y salvación.
P. Vicente Pérez.
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