Getsemaní
Jesús después sale hacia el torrente Cedrón donde Él solía estar para rezar a solas con su Padre. Va acompañado de sus discípulos. Su cara se pone tensa, seria. Llegan al huerto y llama a tres de ellos: Pedro, Santiago y Juan que lo sigan más adelante. Los demás se quedarán a la entrada del Huerto. Siéntense aquí que voy a orar. No les dice que oren, pero se sobreentiende porque si Jesús va a hacerlo, también ellos deben acompañarle, pero ellos, por el cansancio, la tensión que les había producido las Palabras de Jesús los apóstoles se quedan dormidos.
Mt 26, 36 Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». 37 Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. 38 Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». 39 Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». 40 Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? 41 Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil». 42 De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». 43 Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. 44 Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. 45 Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo: «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
Jesús se adelanta como unos 50 metros y se pone a orar. No lo hace de pie como acostumbraban los judíos sino de rodillas. Siente tristeza, angustia. Su alma está turbada y le había pedido al Padre que lo librara de aquella hora, pero Jesús reacciona y di ce que para esta hora ha venido (Jn 12, 27). Si el grano de trigo no cae en tierra no muere; si muere nacerá y dará mucho fruto, pero esto supone la misma muerte de Jesús. Jesús es el grano de Trigo que muriendo va a dar la vida al mundo amándolo, Jesús está triste y no se avergüenza de sus debilidades humanas. Todo esto le demuestra que es verdaderamente hombre y también Dios. Ha tomado nuestras angustias, tristezas, incomprensiones. Jesús tenía ante su mente las humillaciones, los salivazos, las bofetadas, las risas, las burlas. Le iban a pisotear su dignidad humana y divina. Era Dios, pero era hombre y asumía todo lo humano de nosotros, también lo más perverso. Allí estaba penando en cada uno de nosotros cuando lo despreciamos y no le tomamos en cuenta en nuestras vidas. Hay gente que se ríe de Jesús y de sus discípulos. Todo cae sobre Jesús.
Jesús tiene tedio, melancolía, asco de sí mismo y parece que no se tiene en pie, que le tambalean las piernas, que los ojos se quedan tiritando, confundidos. Todo esto lo hace por nosotros.
Jesús se levanta y ve a los tres discípulos dormidos, por la tristeza y Jesús lleno de bondad les dice que le acompañen con la oración perseverante y velando y nos lo dice a nosotros también porque le hemos abandonado. Jesús va a su oración con más insistencia: Padre, pase de mí este cáliz, pero no se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres. Reza de rodillas como un gusano. Sabe que Dios es su Padre y no duda de su amor. Lo llama Padre porque sabe que el Padre quiere lo mejor para el Hijo pero la naturaleza humana de Jesús quiere resistirse y por eso le pide que le dé la fuerza para hacer su También nosotros nos resistimos a hacer la voluntad del Padre y por eso esta oración debe estar en nuestros labios y hacerla propia. La carta a los Hebreos nos dice que fue escuchado, no porque el Padre le libre de la muerte sino porque el Padre le da la fuerza para poder cumplirla la voluntad de Dios.
Los apóstoles seguían en sus sueños cuando Jesús se levantó para ir a donde ellos. A ellos y a nosotros Jesús nos repite: Velen y oren para no caer en la tentación. ¿Qué tentación? La tentación de renegar de Jesús como lo hizo Judas. Es la tentación de no conocer a Jesús como el Salvador de los hombres. Es la apostasía. Jesús vuelve a rezar y es tal la angustia, el miedo que suda sangre. Es una agonía, una lucha por la vida.
Jesús se sentía una persona joven y ahora le toca morir. ¿Por qué? Jesús siente que el Padre le ha escogido para que se cargue con todos los pecados de la humanidad. San Pablo dice que Dios le hizo pecado. Miraba sus manos y las veía ensangrentadas con la sangre derramada por los hombres contra los hombres. Veía sus ojos llenos de lascivia por los pecados de adulterio, sexo. Tenía sus pies cansados por el cansancio de los seres humanos para caminar en orden a hacer el mal, para mirar y desear egoistonamente el cuerpo ajeno. Miraba y veía su avidez para desear y codiciar los bienes ajenos. No hay una sola parte de su cuerpo que no haya sufrido por los correspondientes pecados: cabeza, lengua, ojos, manos, pies. Todos nuestros pecados ha llevado Jesús y los veía y se asustaba porque Él debía llevarnos sobre si para ser instrumento de propiciación por ellos, para reconciliarnos con el Padre y entre nosotros.
Pero en medio de esos sufrimientos todavía había otra inquietud. ¿Servirá la muerte de Jesús para los hombres? O ¿los hombres se quedarán indiferentes y no querrán aceptar a Jesús porque no quieren que Jesús tome sus pecados para que no se vean? Los hombres seguirán en su pecado y en su odio contra Dios y los mismos hombres. ¡Cuántos crímenes, cuántos divorcios, fornicaciones, codicias, odios!
No hemos hecho caso de Jesús y también Jesús tiene que llevar estos pecados de rechazo y sin embargo Jesús, el Hijo amado de Dios sigue amándonos, buscándonos, dándonos la mano, ofreciéndonos al Padre para que seamos perdonados en nuestra maldad. Jesús ha entrado en el lagar de la cólera de Dios. Él solo. El solo está salpicado con la sangre de nuestros pecados. Él nos ha amado y nos ofrece su amor. Meditemos estas palabras de Jesús y pongámonos en sus manos.
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