LA SENSATEZ


Reflexión. Domingo 32 del año Litúrgico.

Lectura del libro de la Sabiduría 6, 13-17.

12 La Sabiduría es luminosa y eterna, la ven sin dificultad los que la aman, y los que van buscándola, la encuentran; 13 ella misma se da a conocer a los que la desean. 14 Quien madruga por ella, no se cansa: la encuentra sentada a la puerta. 15 Meditar en ella es la perfección de la prudencia, el que se desvela por ella pronto estará libre de preocupaciones; 16 ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen, los aborda benigna por los caminos, y les sale al paso en todo proyecto.
 
Hoy nos encontramos con un episodio del último libro del antiguo Testamento: Sabiduría 6,13-17 y en este libro vemos lo que es la sabiduría. No es un conocimiento de las cosas sino un saborear de la vida bajo la mirada de Dios. Esta sabiduría se deja encontrar en quien la busca pues ella nos busca a nosotros antes. Quien busca la sabiduría, ella sale a nuestro encuentro. Por eso debemos pedirla a Dios. Es un don de Dios por lo que nosotros sabemos discernir el bien y el mal. Es un don de Dios porque estamos inclinados a escoger a Dios como el centro de nuestra vida y Dios se hace presente en cada momento de nuestra existencia. Dios nos da al Espíritu Santo que nos guía. Por eso es necesario vivir pensando en Dios y dejándonos conducir por Él. Por eso estamos sedientos de la sabiduría y continuamente la pedimos a Dios y madrugamos para que Dios vea nuestra ansia y deseo de ella.

Respondemos con Salmo 62, 2, 3-4  5-6  7-8.

Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío
2 ¡Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo: mi garganta está sedienta de ti,
mi carne desfallece por ti como tierra seca, reseca sin agua!
Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío
3 Que así te contemple en el santuario viendo tu poder y tu gloria.
4 Porque tu amor vale más que la vida, te alabarán mis labios.
Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío
5 Que así te bendiga mientras viva, alzando las manos en tu Nombre.
6 Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mi boca te alabará con labios jubilosos.
Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío
7 Si en mi lecho me acuerdo de ti, en mis vigilias medito en ti,
8 porque tú has sido mi ayuda, y a la sombra de tus alas salto de gozo.
Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4,12-17.

13 No quiero que sigan en la ignorancia acerca de los difuntos, para que no estén tristes como los demás que no tienen esperanza. 14 Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios, llevará con Jesús, a los que murieron con él.
15 Esto se lo decimos apoyados en la Palabra del Señor: los que quedemos vivos hasta la venida del Señor no nos adelantaremos a los ya muertos; 16 porque el Señor mismo, al sonar una orden, a la voz del arcángel y al toque de la trompeta divina, bajará del cielo; entonces resucitarán primero  los que murieron en Cristo; 17 después nosotros, los que quedemos vivos, seremos llevados juntamente con ellos al cielo sobre las nubes, al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor. 18 Consuélense mutuamente con estas palabras.
 
En la segunda lectura de I Tesalonicenses 4,12-17 San Pablo nos recuerda la suerte de los difuntos. Para nosotros la muerte no es el final del camino. Creemos en Jesús que ha muerto y resucitado y también nosotros moriremos pero no quedaremos en el cementerio sino que por el poder de Dios resucitaremos como lo ha hecho Jesús. Nuestra historia está junto a Jesús en el cielo. Todos resucitaremos con el mismo cuerpo que ahora tenemos pero transformado. El Papa San Juan Pablo II dijo en sus últimas palabras: déjenme ir al Padre. Morir para ir al Padre. Por eso el cristiano sabe que la muerte no es el final y nos preparamos para el momento más importante de nuestra vida. De ese momento depende toda la eternidad. Si vivimos con Cristo, resucitaremos con Él y gozaremos con Él en su Gloria. Por eso nos debemos preparar para este momento y no dejarlo para el último minuto que no sabemos cómo será. Creo en la resurrección de los muertos.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 25,1-13.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
1 Entonces el reino de los cielos será como diez muchachas que salieron con sus lámparas a recibir al novio. 2 Cinco eran necias y cinco prudentes. 3 Las necias tomaron sus lámparas pero no llevaron aceite. 4 Las prudentes llevaban frascos de aceite con sus lámparas. 5 Como el novio tardaba, les entró el sueño y se durmieron. 6 A media noche se oyó un clamor: ¡Aquí está el novio, salgan a recibirlo!
7 Todas las muchachas se despertaron y se pusieron a preparar sus lámparas. 8 Las necias pidieron a las prudentes: ¿Pueden darnos un poco de aceite?, porque se nos apagan las lámparas. 9 Contestaron las prudentes: No, porque seguramente no alcanzará para todas; es mejor que vayan a comprarlo a la tienda.
10 Mientras iban a comprarlo, llegó el novio. Las que estaban preparadas entraron  con él en la sala de bodas y la puerta se cerró. 11 Más tarde llegaron las otras muchachas diciendo: Señor, Señor, ábrenos. 12 Él respondió: Les aseguro que no las conozco. 13 Por tanto, estén atentos, porque no conocen ni el día ni la hora.
 
En este Evangelio de san Mateo encontramos esta parábola para indicarnos la espera vigilante de nosotros, esperando al Señor. Los judíos celebraban sus bodas de noche y antes de la ceremonia el novio iba en casa de la novia para discutir la dote que tenía que pagar a los padres de la novia para que sea su esposa. A veces se demoraba porque no llegaban a un acuerdo. Mientras tanto había un grupo de jóvenes que estaban listas para encender sus lámparas. Hay que saber que entonces no había luz eléctrica y todo se hacía con aceite para prender las lámparas. En aquella ocasión las tratativas demoraron y las jóvenes se durmieron todas, esperando la llegada del novio con un grito del encargado. Entonces las muchachas empezaron a arreglar las antorchas pero unas de ellas se dan cuenta que no habían cogido suficiente aceite para toda la noche y piden a las otras cinco aceite pero ellas no les dan aceite, no por ser egoístas sino porque en ese caso no hubiera habido aceite para todas y la sala se hubiera quedado a oscuras. Vayan a la tienda, les dicen y mientras se fueron, llegó el novio, la novia y todos los invitados que entraron en la sala de bodas y se cerró la puerta. Nadie más podía entrar. Llegaron las otras damas y golpearon la puerta pero la única respuesta fue que estaba cerrada y no se podía abrir. No les conozco, no sé quiénes son. No pudieron entrar, se quedaron fuera en la oscuridad.
 
¿Qué nos dice Jesús? Vivimos en esta vida esperando al Señor. Esto es lo más importante para estar con Él en la fiesta de las bodas del Señor.
 
Hay que tener aceite, que significa hay que estar preparados porque viene el novio que es Jesús a celebrar las bodas con su iglesia. Jesús quiere que tengamos aceite, es decir, el Espíritu Santo en nosotros. No sabemos cuándo viene Jesús. No sabemos el momento de nuestra muerte para entrar en el reino de los cielos, la boda.
 
Veamos lo que nos dice san Lucas 12, 35 Tengan la ropa puesta y las lámparas encendidas. 36 Sean como aquellos que esperan que el amo vuelva de una boda, para abrirle en cuanto llegue y llame. 37 Dichosos los sirvientes a quienes el amo, al llegar, los encuentre despiertos: les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentarse a la mesa y les irá sirviendo. 38 Y si llega a medianoche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
 
Estamos llamados a estar disponibles, en gracia de Dios, sin pecado, con la vida arreglada porque no sabemos cuándo viene el Señor, si de día o de noche ni sabemos dónde viene a buscarnos. El cristiano trata de arreglarse con su adversario mientras nos dirigimos al juez no sea que éste nos encuentre en pecado, con resentimientos y odios y nos condene a la pena eterna. Por eso mientras nosotros estamos aquí pongámonos en paz con el que es nuestro adversario. Arreglemos nuestros asuntos económicos que mejor es perder algo y entrar así en el reino de los cielos. Pongámonos en paz y no juzguemos ni murmuremos contra nuestro adversario porque sabemos que es el Señor quien nos juzgará a todos.
 
San Mateo 7, 22 Cuando llegue aquel día, muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre? ¿No hemos expulsado demonios en tu nombre? ¿No hemos hecho milagros en tu nombre? 23 Y yo entonces les declararé: Nunca los conocí; apártense de mí, ustedes que hacen el mal. Nunca los conocí. ¡Palabras terribles! Son las mismas ideas de la parábola de este domingo. Ahora mientras tenemos oportunidad obremos en conformidad con la voluntad de Dios y si tenemos que arreglar algo de nuestra vida, hagámoslo para que podamos oír: ¡Ven, bendito de mi Padre a poseer el Reino de los cielos!
 
Apocalipsis 19, 7¡Aleluya ya reina el Señor, Dios [nuestro] Todopoderoso! 7 Alegrémonos, regocijémonos y demos gloria a Dios, porque ha llegado la boda del Cordero, y la novia está preparada. 8 La han vestido de lino puro, resplandeciente –el lino son las obras buenas de los santos–. 9 Me dijo: Escribe: Dichosos los convidados a las bodas del Cordero.

Para la oración de los fieles:

  • Por la Iglesia, para que sea fuente de esperanza para toda la humanidad. Oremos.
     
  • Por todos aquellos que buscan conocer la vida en profundidad, para que se encuentren con el Dios Padre que cuida de todos nosotros y nos llama a vivir como hermanos. Oremos.
     
  • Por todas las personas, para que encuentren en su vida la luz que les lleve a discernir y dejar los ídolos que alienan y no salvan. Oremos.
     
  • Por todos aquellos que viven afligidos al ver la muerte como un callejón sin salida, para que la Buena Noticia los abra a la esperanza y dé sentido a sus vidas. Oremos.
     
  • Por todos los que viven instalados en lo superfluo de la vida, para que descubran la hermosa tarea que tenemos todos de transformar el mundo en una sociedad solidaria. Oremos.
     
  • Por todos los difuntos, para que gocen ya de la deseada plenitud de la vida, junto al Padre. Oremos.

Oración comunitaria:

Dios, Padre nuestro, ayúdanos para que sepamos vivir en nosotros la muerte y la resurrección de Jesucristo, de manera que se alejen de nosotros el desánimo, la tristeza y la desesperanza y así podamos trabajar libremente en la construcción de tu Reino. Por Jesucristo.
 
P. Vicente Pérez.

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