LA PASCUA. SÁBADO SANTO


Reflexión. Sábado Santo (Vigilia Pascual). 
 
Nos hemos reunido esta noche para estar en vela, esperando la llegada del Resucitado. Por eso tengamos las lámparas encendidas, esperando al Esposo. No durmamos, viene el Señor. Empezaremos apagando las luces. La oscuridad es un signo de que vivimos en el pecado porque hemos perdido la luz de Dios. Jesucristo es esa luz que viene a guiarnos por el camino del bien. Encenderemos las velas desde el cirio pascual. Por eso al entrar aclamaremos a Jesús: Cristo es nuestra luz y responderemos con el Aleluya, alaben a Cristo. Cristo quiere estar con nosotros todos los días y estamos llamados a aclamarle siempre. Dejémonos iluminar por la luz de Cristo.
 
Proclamaremos el pregón pascual en que alabaremos a Dios por todas las cosas grandes que ha hecho y sigue haciendo en el mundo. Aclamaremos a Cristo en esta noche porque nos ha sacado de la esclavitud del pecado, en que ha resucitado a su Hijo para estar con nosotros y no dejar que el demonio siga oscureciendo nuestra vida. Esta noche en que nos da la certeza de que un día resucitaremos con Jesús y por eso ofrecemos al Señor un sacrificio de alabaza a Dios mientras le pedimos también que este cirio nos ilumine todo el tiempo para seguir al Señor.
 
Viene después la liturgia de la Palabra. Solo leeremos unas lecturas. En la 1ª lectura del Éxodo 15—15,1
 
Dios había sacado a su pueblo de Egipto y enseguida parten hacia el Mar Rojo pero no pensaban que debían atravesarlo y no tenían instrumentos para ellos. Dios se hace presente en una nube que divide a los israelitas de los egipcios. Moisés levanta el bastón y un fuerte viento se hace presente, dividiendo las aguas en dos y ahora se ponen a pasar pero los egipcios los siguen. Llegan a la otra orilla y Moisés levanta el bastón y las aguas se unen, dejando enterrados a los egipcios y alabando al Señor. Una misma agua salva a los israelitas y destruye a los egipcios. Agua símbolo de vida y de muerte, de esclavitud y libertad. Así anuncia a Jesús, nuestra Pascua que destruye nuestro hombre viejo y levanta al pecador. Es el bautismo también está Jesús  muerto y resucitado que toma sobre Él nuestros pecados y nos devuelve la vida de Dos. El sacerdote proclamará una oración en que demos gracias a Dios por estos dones. Por eso la Pascua es la fiesta de nuestro bautismo.
 
Pasan años y el pueblo de Israel es llevado a Babilonia por sus pecados e idolatrías, donde es humillado. Se ríen de ellos y de Dios que no tiene poder. Allá claman al Señor y Dios sale a su encuentro. Dios va a mostrar su santidad y poder salvando a Israel para que los paganos reconozcan a Dios y lo adoren. Dios derramará un agua pura para purificarlos de sus pecados e idolatrías. Dios les va a dar el Espíritu para caminar según los mandamientos del Señor y Dios habitará en medio de nosotros.
 
Esto es símbolo de la Iglesia. Vivíamos en un mundo donde hay muchos cristianos que se han olvidado de Dios y lo han abandonado. No van a Misa, no se casan, maldicen a Dios, matan, rechazan la verdad e inventan razonamientos ideológicos que apartan a la gente de ser hombre o mujer según el don que hayan recibido de Dios. El mundo vive en la falsedad, el engaño y así aparecen ante el mundo que se ríe de ellos y de su iglesia. Dios permite estas humillaciones, estas catástrofes como los virus. Un solo viro, invisible destruye todo para que el hombre levante los ojos a Dios, se convierta de sus malas acciones, se purifique de sus pecados y vuelva al camino de Dios y en la Iglesia. Por eso hoy es bueno renovar las promesas bautismales pero no como una formula sino como un signo de verdaderas conversión.
 
Después de haber cantado el Gloria y dicha la oración litúrgica, vamos a escuchar lo que es nuestro bautismo.
 
Lectura de  la carta de san Pablo a los Romanos 6, 33-11
 
A veces pensamos que el bautismo es echar un poco de agua sobre la cabeza sin que esto implique una transformación de nuestra vida. Es un sacramento donde se hace presente Cristo muerto, que coge nuestros pecados sobre sus hombros, deja que esos pecados nos maten como hemos matado a Jesús. Eran nuestros pecados los que Él llevaba, decía el profeta Isaías. Nosotros decimos nuestros pecados a Jesús, siendo instrumento el sacerdote. Esos pecados son vencidos por la fuerza de la resurrección de Jesús y quedamos blanqueados. Por eso en ocasión del bautismo nos ponemos el vestido blanco como lo tenía Jesús al resucitar y recibimos la luz de Cristo en la vela. Por eso si nos unimos a Cristo en su muerte, participaremos en su resurrección. Esto supone que el pecado debe morir en nosotros. No reine más el pecado, no nos domine, seamos libres para rechazarlo y dejamos que sea Dios nuestro guía. ¡Ojalá la misericordia de Dios llegue a nuestro corazón y lo haga nuevo!
 
Cantaremos el aleluya, alabad al Señor como un signo de que acogemos a Jesucristo resucitado y victorioso.
 
Proclamación del evangelio según san Mateo 28, 1-10
 
Esta noche debe resonar entre nosotros el grito que oyeron las mujeres el primer día de la semana cuando fueron al Sepulcro para embalsamar a Jesús. Allí estaba el Ángel que clamaba: Ha recitado, no está aquí. Es la buena noticia. Si somos conscientes de nuestros pecados y hemos dejado que nos domine, ahora sentimos que la misericordia de Dios a través de su Hijo, nos da a todos el perdón, el Espíritu Santo que esta con nosotros, la alegría de vivir en la Iglesia de Jesús. Si Cristo ha resucitado, podemos cantar como los apóstoles: No hay otro que nos pueda salvar y solo estoy llamado a creer en Jesús y seguirle. Por eso decía san Pablo si creemos que Jesús ha resucitado y lo confesamos con la boca, seremos salvados.
 
P. Vicente Pérez.

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