Domingo de la misericordia
Reflexión. Segundo domingo de Pascua.
Este Domingo segundo de pascua está dedicado a Jesús de la misericordia. Hace unos 80 años Jesús se apareció a santa Faustina para indicarle que se debía celebrar esta fiesta y el Papa San Juan Pablo II la instituyó para todo la Iglesia y Jesús de la misericordia vino a llevarse al Papa para estar en la casa del Padre el 2 abril del año 2005. Jesús es el misericordioso que ha dejado en sus manos y pies las señales de sus clavos y al mismo tempo en su costado para indicarnos que el amor que le llevó a dar la vida por todos, sigue presente en Jesús para siempre y por eso nosotros podemos acudir al corazón misericordioso de Jesús para que restaure nuestra vida según Dios.
Lectura de los Hechos de los apóstoles 2, 41-47.
Se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Ante los prodigios y señales que ha cían los apóstoles, un sentido de reverencia se apoderó de todos.
Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común. Vendían bienes y posesiones y las repartían según la necesidad de cada uno. A diario acudían fielmente e íntimamente unidos al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba.
Los apóstoles han recibido al Espíritu Santo y ellos, libres de dinero, con una fe experimentada en Jesús resucitado, dan testimonio de Jesús aun con la cárcel porque Jesús es el único Salvador de los hombres. Esto provocaba la conversión de la gente y sentían que el dinero no lo es todo. Sabían compartir lo que tenían. Reinaba el amor, no la codicia y el engaño. Jesús nos enseña a compartir lo que tengamos con otras personas. Cada semana se reunían en las casas para celebrar la Eucaristía.
Respondemos con el salmo 117, 2-4, 13-15, 22-24. Siempre tenía enemigos que los empujaban y les querían llevar por el camino de la maldad pero ellos sentían el poder de Dios que los salvaba. En medio de las dificultades estamos llamados a invocar al Señor que nos sacará de las dificultades.
Lectura de la primera carta de san Pedro 1, 3-9.
3 Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo, que, según su gran misericordia y por la resurrección de Jesucristo de la muerte, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, 4 a una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo. 5 Porque gracias a la fe, el poder de Dios los protege para que alcancen la salvación dispuesta a revelarse el último día.
6 Por eso alégrense, aunque por el momento tengan que soportar pruebas diversas. 7 Así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba será mucho más preciosa que el oro perecedero purificado por el fuego y se convertirá en motivo de alabanza, honor y gloria cuando se revele Jesucristo. 8 Ustedes lo aman sin haberlo visto y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con gozo indecible y glorioso, 9 ya que van a recibir, como término de [su] fe, la salvación personal.
Hoy estamos llamados a vivir de la Bendición. Bendito sea Dios, Padre de Jesucristo, que por su misericordia nos ha hecho renacer para ser hijos de Dios y nos da la esperanza de una herencia incorruptible, pura, imperecedera y Dios nos custodiará en la fe. Así tenemos la vida cristiana apoyada en las tres virtudes teologales. Ciertamente que mientras vivimos en esta tierra, tenemos siempre dolores, humillaciones, desconciertos y tantos otros sufrimientos pero con la experiencia de Jesusito podemos superar todo. No hemos visto a Jesús con los ojos de la cara pero lo hemos experimentado en la oración, en el estudio de la Biblia y por eso sentimos el deseo de entregarnos a Él, darle nuestro amor y experimentar el suyo y ese gozo nadie lo podrá arrebatar.
La prueba de que amamos a Dios y a los hermanos es que cumplimos los mandamientos de Dios, que Jesús nos da cumplidos cuando nos manda al Espíritu Santo. Quien ha nacido de Dios vence al mundo perverso de pecado. No se deja engañar por los ataques del demonio y de sus secuaces que nos quieren llevar por el camino contrario a Dios. Ponemos nuestra fe, esperanza, amor en Dios que nos salva y nos llena de dones y entonces tenemos la fuerza para resistir al demonio. Por eso debemos alimentar nuestra fe con la lectura de la Palabra. Con esa fe descubriéremos a Dios. Así quien cree en Jesús, se entrega a Él, ama al Padre y ama a los nacidos de Dios y siente la alegría de sus salvación.
Vamos a escuchar el evangelio de san Juan 20, 19-31.
19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice:
—La paz esté con ustedes.
20 Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor.
21 Jesús repitió:
—La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes.
22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
—Reciban el Espíritu Santo. 23 A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos.
24 Tomás, llamado Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. 25 Los otros discípulos le decían:
—Hemos visto al Señor.
Él replicó:
—Si no veo en sus manos la marca de los clavos, si no meto el dedo en el lugar de los clavos, y la mano por su costado, no creeré.
26 A los ocho días estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa y Tomás con ellos. Se presentó Jesús a pesar de estar las puertas cerradas, se colocó en medio y les dijo:
—La paz esté con ustedes.
27 Después dice a Tomás:
—Mira mis manos y toca mis heridas; extiende tu mano y palpa mi costado, en adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.
28 Le contestó Tomás:
—Señor mío y Dios mío.
29 Le dice Jesús:
—Porque me has visto has creído; felices los que crean sin haber visto.
30 Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están relatadas en este libro. 31 Éstas quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías,
el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él.
Comienza situándonos a todos en el primer día de la semana, es decir, Domingo. Es el día en que la comunidad cristiana se reúne para recibir a Jesús resucitado.
Pero en este primer día los apóstoles estaban con miedo. Es también nuestra situación cuando no hay la presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros. Tenemos miedo a la pobreza, a la falta de trabajo, a las humillaciones, a las enfermedades, a la muerte y esto nos encoge el corazón pero llega Jesús y todo el miedo desaparece. Él es la fuente de la paz, la fuente de la unidad entre nosotros, es la fuente de la esperanza porque con Él se aleja todo tipo de adversidades. Con Él todo lo podemos, porque es compasivo, misericordioso. Si abrimos los ojos nos damos cuenta que Jesús está en su Palabra anunciada, en su Cuerpo y Sangre derramada por nosotros y todos estamos llamados a vivir la alegría de la presencia resucitada de Jesús.
Nos enseña las manos, los pies, el costado con sus llagas para decirnos que Él nos amará siempre y podemos estar seguros con Él.
Ser cristiano es ser llamado a la misión que Jesús ha cumplido en su vida terrena, siendo enviado por el Padre y ahora nos toca a nosotros. Nos da su Espíritu santo para anunciar el evangelio y el perdón de los pecados. Los padres darán testimonio ante sus hijos. Los trabajadores en su puesto de trabajo. Los maestros en su campo educativo y no tengamos miedo de sufrir por Jesús. El Espíritu Santo mandado por el Padre y el Hijo, nos acompaña siempre. Como el Padre me envió, así los envío yo.
Uno de los apóstoles, Tomás no estaba con ellos y cuando le dicen que han visto al Señor no lo cree a menos que no ponga sus dedos en las llagas. Al Domingo siguiente Jesús se hace presente entre los apóstoles. Cada domingo Jesús tiene una cita con nosotros para darnos su Palabra y su Eucaristía. Jesús mostró sus llagas y es entonces cuando debemos profesar nuestra fe: Señor mío y Dios mío. Reconocer que Jesús es Dios, es el Señor que ha resucitado en su humanidad para que no volvamos a dudar de Él. Jesús es el Mesías, el Señor. Si no hemos visto o tocado físicamente a Jesús, podemos haber experimentado en nuestro corazón su presencia, su poder, su fuerza de manera que estamos seguros de Él y podemos anunciarlo.
P. Vicente Pérez.
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