Somos la sal de la tierra


Reflexión. Quinto domingo del Tiempo Ordinario. 
 
Estamos viendo el evangelio de san Mateo y nos hemos encontrado con las Bienaventuranzas que no celebramos por ser el día de la presentación de Jesús en el Templo. Jesús comienza a desarrollar el sermón de la montaña. 
 
Del evangelio según san Mateo 5, 13-16.-
Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con que se le devolverá su sabor? Solo sirve para tirarla y que la gente la pise.
Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad construida sobre un monte. (Lc 11,33).
No se enciende una lámpara para meterla en un cajón, sino que se pone en el candelero para que alumbre a todos en la casa.
Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo. 
 
Jesús nos presenta estas comparaciones. Cristiano es aquel que vive como la sal, como la luz, como el fermento. La finalidad es que la gente sienta el deseo de acercarse a Dios y glorificarlo. No busquemos glorias humanas.
 
Cuando se prepara una comida, se pone sal y se riega por todos los sitios. Después hay un tiempo en que esa sal se diluye y no se ve pero ha comenzado a dar sus frutos porque está saboreando toda la comida.
 
Jesús nos dice que nosotros, sus discípulos, estamos llamados a ser sal de la gente donde vivimos, trabajamos pero esto supone que estemos dispuestos a perder la vida, a olvidarnos de nosotros mismos. Solo quien está dispuesto a perdonar, a ser fiel a su pareja, a respetar los bienes ajenos, está muriendo a sus caprichos pero también está dando un fruto. La gente puede preguntarse: ¿Por qué esta persona ha dejado de beber, ha perdonado, se ha reconciliado con su pareja? Habrá gente que al ver estas acciones, cambie de vida y crea en lo que Dios nos ha dicho. Así a través de nosotros se acordarán de Dios y lo amarán.
 
Somos sal cuando vemos que no somos avaros sino que aprendemos a despojarnos de los bienes y  hacer el bien. Aprenderemos a compartir nuestras cosas con generosidad. Aprendemos  a ser más mansos y humildes y saber cargarse con los defectos ajenos. Aprendemos a tener misericordia. Aprendemos a dolernos por la maldad de nuestros pecados y de las otras personas, aprendemos a tener deseo de Dios y gustar estar con Él. Aprendemos a ser limpios y no pensar mal de los otros. De esta manera estamos sintonizando con Dios y habrá gente que vea estas cosas y reconozca que Dios está allí.  La gente  del mundo necesita ver hechos, ejemplos que arrastren. Por eso esa parábola de la sal explica las bienaventuranzas.
 
Quien hace esto será como una luz que nos indica cómo debemos actuar en la vida. Debemos ser una luz potente. Si en un salón se nos va la luz pero hay alguien que ha traído una linterna fuerte, dará luz a los que están y podrán salir del salón sin amontonarse. Debemos ser esa luz fuerte que indica a la gente de este mundo pagano dónde está la verdad, el amor, la vida. Ser cristiano es ser misionero con la vida y todos estamos llamados a vivir esta realidad. Esta es nuestra misión como Iglesia.
 
Les invito a leer y meditar el texto del profeta Isaías  58, 7-10 en que nos habla de clamar al Señor para que nos escuche y venga en nuestro auxilio y las tinieblas de la maldad se queden iluminadas por la luz de la fe, de Jesucristo y vivamos otra realidad. Allí veremos lo que es la luz: partir nuestra comida con el hambriento, hospedar a los pobres, vestir al desnudo. Sentiremos que la luz es como la aurora que nos indica el camino.
 
Respondamos a esta palabra con el salmo 118, 1-2, 4-5. 6-7, 8-9.
El Justo brilla en las tinieblas como una luz
En las tinieblas clarea la Luz para los rectos:
el Compasivo, Clemente y Justo.
El bueno es dadivoso, compasivo y atento,
y administra rectamente sus asuntos:
El Justo brilla en las tinieblas como una luz
Y porque el justo jamás vacilará,
será eterna su memoria.
No temerá las malas noticias;
con firme corazón confía en el Señor.
El Justo brilla en las tinieblas como una luz
Su corazón seguro no temerá,
hasta que vea la derrota de sus adversarios.
Da con largueza a los pobres,
su generosidad dura por siempre,
alzará la frente con dignidad. 
 
Leamos una parte de la carta del Apóstol san Pablo a los Coritos, 2, 1-5.
1 Cuando llegué a ustedes, hermanos, para anunciarles el misterio de Dios no me presenté con gran elocuencia y sabiduría; 2 al contrario decidí no saber de otra cosa que de Jesucristo, y éste crucificado. 3 Débil y temblando de miedo me presenté ante ustedes; 4 mi mensaje y mi proclamación no se apoyaban en [palabras] sabias y persuasivas, sino en la demostración del poder del Espíritu, 5 para que la fe de ustedes no se fundase en la sabiduría humana, sino en el poder divino. 
 
San Pablo había predicado en Atenas un discurso muy preparado y buscaba su fama. Nadie le escuchó. Por eso cuando viene a Corintio, viene humillado pero agarrándose a Dios y recibe una sabiduría que es propia de Dios, esa sabiduría está asentada en la cruz, escandalo para los judíos y necedad para los paganos pero fuerza de Dios.
 
La verdadera sabiduría del cristiano es la cruz. Ser humillado, despreciado, perseguido. Podremos aceptar la cruz mirando a Jesús, el Hijo de Dios, muriendo en la cruz. Ahora miraremos el crucifijo donde está Jesús y nos dejaremos llenar de él. Recibiremos en la comunión a Cristo crucificado y resucitado y nos dejaremos llenar de Él.
 
P. Vicente Pérez.

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