LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO


Reflexión. Presentación del Señor. 
 
Hemos celebrado en estos días el nacimiento de Jesús en Belén y una semana después veíamos cómo la Virgen y san José llevan al niño a la sinagoga para circuncidarle al Niño y se integrase en la Alianza. Como signo de esta integración se daba la circuncisión y se le ponía el Nombre. En este caso José y la María le pusieron Jesús como les había dicho el Ángel en el día de la Anunciación.
 
Han pasado cuarenta días desde el nacimiento de Jesús. María y José lo llevan al Templo de Jerusalén para consagrarlo al Señor. Los israelitas habían estado en Egipto como esclavos y Dios los libró, ordenando que cada familia matase un Cordero y untasen las puertas de la casa con la sangre de dicho cordero. Dios los salvo, muriendo los hijos primogénitos de los egipcios pero Dios les dice que el primer hijo nacido le pertenecería a Él y por eso el primer Hijo de una familia le pertenecería a Dios.
 
La Iglesia nos presenta las siguientes lecturas: Malaquías 3, 1-4 en que se nos anuncia la llegada del Mensajero que se refiere a Juan el Bautista y le seguirá el Señor que es Jesucristo a quien nosotros debemos buscar.
 
Respondemos con el Salmo 23, 7-10 en que aclamamos al Rey de la Gloria que llega a estar con nosotros.
 
La Segunda Lectura tomada de la carta a los Hebreos 2, 14-18 el Salvador se hace presente como hijo de la misma familia porque tiene nuestra carne y nuestra sangre para morir por nosotros y librarnos del demonio que nos tiene esclavizados por el miedo que ha puesto en nosotros al dolor.
 
El evangelio de san Lucas nos presenta a Jesús en Jerusalén para ser consagrado a Dios. Lucas 2, 22-40. 
 
Significado de la fiesta. La fiesta de la Presentación celebra una llegada y un encuentro; la llegada del anhelado Salvador, núcleo de la vida religiosa del pueblo, y la bienvenida concedida a él por dos representantes dignos de la raza elegida, Simeón y Ana. Por su edad, estos dos personajes simbolizan los siglos de espera y de anhelo ferviente de los hombres y mujeres devotos de la antigua alianza.
 
Al revivir este misterio en la fe, la Iglesia da la bienvenida a Cristo. Ese es el verdadero sentido de la fiesta. Es la "Fiesta del Encuentro", el encuentro de Cristo y su Iglesia Santa. La liturgia nos invita a dar la bienvenida a Cristo y a su madre, como lo hizo su propio pueblo de antaño: "Oh Sión, adorna tu cámara nupcial y da la bienvenida a Cristo el Rey; abraza a María, porque ella es la verdadera puerta del cielo y te trae al glorioso Rey de la luz nueva." 
 
Al dramatizar de esta manera el recuerdo de este encuentro de Cristo con Simeón, la Iglesia nos pide que profesemos públicamente nuestra fe en la Luz del mundo, luz de revelación para todo pueblo y persona.
 
En la bellísima introducción a la bendición de las candelas y a la procesión, el celebrante recuerda cómo Simeón y Ana, guiados por el Espíritu, vinieron al templo y reconocieron a Cristo como su Señor. Y concluye con la siguiente invitación: "Unidos por el Espíritu, vayamos ahora a la casa de Dios a dar la bienvenida a Cristo, el Señor. Le reconoceremos allí en la fracción del pan hasta que venga de nuevo en gloria". 
 
“A Simeón que estaba a punto de abandonar este mundo falaz, fuiste presentado como niño, cuando él te conocía como Dios perfecto, porque veía a Aquel que es inaccesible como Dios, accesible a cada uno como hombre, conversar con nosotros y escucharnos a todos.”
 
Alégrate tú también, oh justo anciano que has recibido entre los brazos al Salvador de nuestras almas, que nos hace donación de la Resurrección.”
 
“Tú que con tu nacimiento has santificado el seno de la Virgen y has bendecido los brazos de Simeón, has venido y nos has salvado también a nosotros, Cristo Dios.
 
Se alude claramente al encuentro sacramental, al que la procesión sirve de preludio. Respondemos a la invitación: "Vayamos en paz al encuentro del Señor"; y sabemos que este encuentro tendrá lugar en la eucaristía, en la palabra y en el sacramento, entramos en contacto con Cristo a través de la liturgia; por ella tenemos también acceso a su gracia. San Ambrosio escribe de este encuentro sacramental en una página insuperable: "Te me has revelado cara a cara, oh Cristo. Te encuentro en tus sacramentos". 
 
Función de María. La fiesta de la presentación es, como hemos dicho, una fiesta de Cristo antes que cualquier otra cosa. Es un misterio de salvación. El nombre "presentación" tiene un contenido muy rico. Habla de ofrecimiento, sacrificio. Recuerda la oblación inicial de Cristo, palabra encarnada, cuando entró en el mundo: "Heme aquí que vengo a hacer tu voluntad". Apunta a la vida de sacrificio y a la perfección final de esa oblación en la colina del Calvario.
 
Dicho esto; tenemos que pasar a considerar el papel de María en estos acontecimientos salvíficos. Después de todo, ella es la que presenta a Jesús en el templo; o, más correctamente, ella y su esposo José, pues se menciona a ambos padres. Y preguntamos: ¿Se trataba exclusivamente de cumplir el ritual prescrito, una formalidad practicada por muchos otros matrimonios? ¿O encerraba una significación mucho más profunda que todo esto? Los padres de la Iglesia y la tradición cristiana responden en sentido afirmativo. 
 
“Al ensalzar tu parto, oh Madre de Dios, te celebramos todos cual templo animado, habiendo morado en tu seno el Señor, Él te santificó, te glorificó, enseñó a todos a exclamar a ti: Salve, oh habitáculo de Dios y del Verbo; salve, oh Santa, entre todos los santos, salve, oh arca indorada del Espíritu Santo. 
 
Su manto es rojo, símbolo del sufrimiento, que marcará su humanidad y que Simeón le profetizo: “A ti una espada te traspasará el alma”. 
 
Tiene su vestido azul para recordar que es Madre de Dios y presencia misericordiosa e intercesora entre el Hijo y Dios para toda la humanidad. Ella esperó y en ella se cumplió todo lo dicho por parte del Señor.
 
Pero fue un acto de ofrecimiento verdadero y consciente. Significaba que ella ofrecía a su hijo para la obra de la redención con la que él estaba comprometido desde un principio. Ella renunciaba a sus derechos maternales y a toda pretensión sobre él; y lo ofrecía a la voluntad del Padre. San Bernardo ha expresado muy bien esto: "Ofrece a tu hijo, santa Virgen, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece, para reconciliación de todos nosotros, la santa Víctima que es agradable a Dios'.
 
Al actuar de esa manera, ella no lo ofrece exclusivamente al Padre, sino también al mundo, representado por aquel anciano. De esa manera, ella representa su papel de madre de la humanidad, y se nos recuerda que el don de la vida viene a través de María.
 
Existe una conexión entre este ofrecimiento y lo que sucederá en el Gólgota cuando se ejecuten todas las implicaciones del acto inicial de obediencia de María: "Hágase en mi según tu palabra". Por esa razón, el evangelio de esta fiesta cargada de alegría no nos ahorra la nota profética punzante: "He aquí que este niño está destinado para ser caída y resurgimiento de muchos en Israel; será signo de contradicción, y una espada atravesará tu alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones" (Lc 2,34-35).
 
Prefigura nuestro encuentro final con Cristo en su segunda venida. San Sofronio, patriarca de Jerusalén desde el año 634 hasta su muerte, expresó esto con elocuencia: "Por eso vamos en procesión con velas en nuestras manos y nos apresuramos llevando luces; queremos demostrar que la luz ha brillado sobre nosotros y significar la gloria que debe venirnos a través de él. Por eso corramos juntos al encuentro con Dios".
 
La procesión representa la peregrinación de la vida misma. El pueblo peregrino de Dios camina penosamente a través de este mundo del tiempo, guiado por la luz de Cristo y sostenido por la esperanza de encontrar finalmente al Señor de la gloria en su reino eterno. El sacerdote dice en la bendición de las candelas: "Que quienes las llevamos para ensalzar tu gloria caminemos en la senda de bondad y vengamos a la luz que brilla por siempre".
 
La candela que sostenemos en nuestras manos recuerda la vela de nuestro bautismo. Y la admonición del sacerdote dice: "Ojalá guarden la llama de la fe viva en sus corazones. Que cuando el Señor venga salgan a su encuentro con todos los santos en el reino celestial". Este será el encuentro final, la presentación postrera, cuando la luz de la fe se convierta en la luz de la gloria. Entonces será la consumación de nuestro más profundo deseo, la gracia que pedimos en la poscomunión de la misa: 
 
Por estos sacramentos que hemos recibido, llénanos de tu gracia, Señor, tú que has colmado plenamente la esperanza de Simeón; y así como a él no le dejaste morir sin haber tenido en sus brazos a Cristo, concédenos a nosotros, que caminamos al encuentro del Señor, merecer el premio de la vida eterna. 
 
P. Vicente Pérez.

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