JESÚS, PALABRA ETERNA DE DIOS, SE HACE UNO DE NOSOTROS
Reflexión. Segundo Domingo de Navidad.
Dios ha ido revelándose poco a poco y en primer lugar se nos manifiesta como la Sabiduría de Dios, que es una cualidad de Dios. Escuchemos a ECLESIÁSTICO 24, 1-4, 12-16. Esta sabiduría ha bajado sobre el pueblo de Israel. Hace su propio elogio, abre la boca para decir una palabra en medio de su pueblo, en la asamblea del Altísimo. Allí será ensalzada, recibiendo alabanzas.
No es Dios pero ha sido creada por Él. Y los ha conducido en medio de este mundo para que se muestren como pueblo del Señor y nos iluminen sobre su manera de vivir según Dios. Está cerca de Dios pero no es Dios sino que fue creada por Dios. Esta sabiduría viene a nosotros para enseñarnos el camino de Dios. Dejemos que nos conduzca a nosotros por sus caminos y pidamos que nos dé esta sabiduría para sabernos conducir por ella. Es un don del Espíritu Santo que debemos acoger.
Pero ha llegado su momento transcendental en que Dios nos muestra a la Palabra que está junto a Dios, que es Dios mismo y baja para vivir entre nosotros y darnos la gracia de contemplar su gloria. Ya no es Sabiduría sino el mismo Dios. Escuchemos la lectura del evangelio según san Juan 1, 1-18.
Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ella al principio estaba junto a Dios.
Nos dice que desde siempre ya existía la Palabra. Dios Padre pronunció una Palabra que no son sonidos. Es una Palabra única y permanente. Es una persona que empezó a existir desde siempre y siempre se dirigía al Padre porque son dos personas distintas pero unidas para todo. Es una persona que tiene conciencia de sí misma y que puede actuar. En esta Palabra estaba la vida que ilumina a todo hombre porque es luz. Por ser la vida hizo todas las cosas. Nada ha existido sin esta Palabra y en todo dependemos de ella. Es que esta Palabra es Dios, eterno e inmortal.
Esa Palabra es amor que da vida y este amor va inundando a todo ser humano para que actúe según Dios. Cuando se ama, este amor indica el camino a otros y los conduce por el bien. Sin amor estamos muertos, sin amor no hay relación con otros seres. El amor atrae y nos lleva a darnos y a fructificar. Esto da luz. Por eso Jesús se presenta como yo soy el que tiene la vida. Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no camina en tinieblas y sabe a dónde va.
Esa luz no ha dejado de brillar. La luz ha hecho que surja la creación de todas las cosas. Por eso nos dice que la Palabra ha creado todo y nada de lo que existió ha venido a la luz sino por la Palabra que es vida y luz.
Sin embargo la creación por la cual la Palabra hizo todas las cosas, ha apagado la luz y se ha puesto en medio de las tinieblas que son los errores, las malas ideas que nos llevan a la muerte. Por eso vemos que Dios ha creado todo y era muy bueno pero el demonio engañó a Adán y a Eva y pecaron. Sintieron después que debían esconderse porque su conciencia los atormentaba. Dios los llama para que reconozcan su maldad pero por breve tiempo lo hacen. Vemos que el pecado se difunde siempre y se matan, se aprovechan de otro, se destruyen los hogares y todo cae en la reprobación de Dios.
Llegará un momento que esta Palabra se hace hombre para iluminar a la gente por el camino del bien y ellos prefieren las tinieblas a la luz. Son capaces de matar a la Palabra que se hizo hombre por nosotros. No la reciben. Solo la Palabra es la luz verdadera pero el demonio engaña a la gente con la mentira, las doctrinas falsas e induce a todos a la perdición. En el mundo estaba la Palabra y el mundo existió por medio de ella pero no quiso reconocerla y dejarse guiar. La Palabra es la luz pero no queremos seguir a la luz sino a las tinieblas y al pecado.
Incluso vino a su casa, Israel, pero los suyos no la recibieron. Vemos que Jesús es rechazado y después de haber hecho el bien a los enfermos, a los pecadores, le condenaron a muerte porque no lo querían. Judas rechazó a Jesús. Los fariseos le condenaron y quisieron apedrearlo, le gritaron: fuera, fuera, crucifícalo.
Sin embargo hubo gente que se abrió a la Palabra, la recibió en su corazón y la Palabra brilló en su vida. Pensemos en María Magdalena, Zaqueo, Martha y tantos otros que dejándolo todo, se entregaron a Jesús. Dios Padre tanto amó al mudo que nos envió a su Hijo Primogénito. ¡Qué gran amor! Nadie tiene amor tan grande que el que da la vida por los demás, incluso sus enemigos. En la Palabra estaba la plenitud del amor y la lealtad y así comunica vida, amor. Quien recibe a la Palabra, siente que de ella dimana la fuerza del amor y crece en darse a los demás. A los que lo reciben les da la gracia de llegar a ser Hijos de Dios y sentir a Dios como Padre.
Con la última lectura de este domingo Carta de san Pablo a los Efesios 1, 3-6, 15-18. Podemos bendecir a Dios Padre, a su Hijo Jesucristo que nos han llenado de bendiciones y desde toda la eternidad nos eligieron, dándonos todo su amor, para ser santos, recibiendo toda gracia y ser hijos adoptivos de manera que podamos invocarle como sus hijos para la alabanza y gloria del Amado y podamos tener al Espíritu santo que nos dé espíritu de sabiduría y revelación para que podamos entender cuál es la esperanza y la riqueza de la Gloria que Dios nos tiene reservada.
P. Vicente Pérez.
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