Volver a Dios


Reflexión al segundo domingo de Adviento. 
 
En estos días de adviento nos acompañan dos personajes muy queridos: la Virgen María y Juan Bautista.
 
En el Evangelio de san Mateo 3, 1-12 Juan el Bautista nos anuncia. Ha llegado la plenitud de los tiempos y Dios nos quiere mandar un Salvador pero vendrá precedido por un Mensajero. El padre de Juan Bautista, Zacarías nos lo presentará: A ti, Niño, te llamará, profeta del Altísimo, porque iras delante del Señor a preparar sus caminos. Aparentemente es un niño como otros pero enseguida siente en su corazón la misión y se retira al desierto para estar a solas con Dios. Necesita una experiencia de Dios. Sólo así sentirá la fuerza de la Palabra que le habla al corazón. Va al desierto de Judea. Allí hace penitencia, comiendo cosas del desierto como miel silvestre, chapules y se vestía con cueros de animales. En la soledad descubre a Dios y siente la fuerza de Dios y el celo por su reino. Es la misma fuerza que habían tenido otros profetas como Jerremias 1, 4 El Señor me dirigió la palabra: 5 –Antes de formarte en el vientre te elegí, te consagré y te nombré profeta de los paganos. 6 Yo repuse: – ¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar. 7 El Señor me contestó: ––Mira, yo pongo mis palabras en tu boca, 10 hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar. 
 
El evangelio de este Domingo tomado de Mateo 3, 1-12 nos presenta así a Juan el Bautista 1 En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea, 2 proclamando: —Arrepiéntanse, que está cerca el reino de los cielos. 3 Éste es a quien había anunciado el profeta Isaías, diciendo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos. 
 
Juan evangeliza, proclama: Arrepiéntanse para volver al Dios de la Alianza. Este es Jesús. Con él viene el reinado de Dios. Toca a nosotros ahora dar la respuesta. ¿A quién queréis servir: a Dios o a los ídolos de este mundo de pecado? Es la pregunta que hizo Josué al pueblo y a nosotros. 
 
Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Esas palabras nos la dice a nosotros ahora en este tiempo de adviento. Nos llama a la conversión , es decir, que volvamos a poner a Dios como centro de nuestra vida, que hagamos un poco de desierto, es decir, silencio, vacío para poder escuchar a Dios que nos habla al corazón, que tengamos disponibilidad para hacer lo que nos manda el Señor, que dejemos la vida de pecado que hay dentro de nosotros. Entonces todos veremos y experimentaremos la salvación de Dios.
 
Se habían acercado también gente de la clase importante de Palestina y Juan descubre su maldad. Los llama raza de víboras es decir, personas que solo buscan destruir y apartar a las personas de Dios, de su Iglesia. No basta que hayamos celebrado los sacramentos. Demos frutos de penitencia, de tomar a Dios en serio. No somos simplemente hijos de Abraham, de la Iglesia. Seremos cuando vivamos en la verdad. Seremos cortados y echados al fuego. Juan nos llama a la conversión pero Jesús está por encima de Él. No podemos quedarnos con el nombre de cristianos sino debemos aprender a ser cristianos.
 
De nada sirve que vayamos a celebrar la navidad porque vamos a hacer una comilona todos juntos pero Jesús está ausente. Examinemos nuestra conciencia para ver cómo está nuestro corazón y escuchemos lo que nos dice Dios. Hay que acercase a Dios para acercarnos al hermano; de lo contrario estaremos un tiempo juntos pero no correrá entre nosotros el amor y nos separaremos para olvidarnos.
 
En la primera lectura de Isaías 11, 1-10 se nos presenta al envidado de Dios como hijo de Jesé, padre de David pero lleno del Espíritu santo. Por eso viene a darnos al Espíritu Santo para llenarnos de su fuego y transformar nuestra vida. Con imágenes del campo nos dice que podremos convivir entre personas que están alejadas de si por el odio y así nosotros podremos convivir unos con otros. Dejemos las peleas y vivamos en la paz. Por eso lo buscarán los gentiles para sentir su salvación de Dios.
 
Por eso san Pablo en su carta a los Romanos 15, 4-9 nos llama a escrutar las Escrituras porque ellos nos guían por la verdad a Cristo y nos llevan a estar en plena armonía unos con otros. Acojámonos unos a otros en amor y veamos las dificultades de los demás y así podremos alabar al Señor porque hemos alabado con hechos a nuestros hermanos.
 
Entonces habitará el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo con el león. Es decir, los enemigos se darán la paz, los esposos se perdonaran. Aprenderemos a acercarnos unos a otros y vendrá la alegría del perdón.
 
Mañana, 9 de diciembre, celebrábamos la fiesta de la Inmaculada concepción. Nace María y es llenada de Gracia desde el primer momento de su existencia. Estuvo sin pecado precisamente porque estaba predestinada a ser la Madre del Redentor y en virtud de esto Dios la libró del pecado y estuvo llenada de Gracia. Ella es la santa porque tenía que acoger al Santo de Dios y no podía ser sin que María estuviera exenta de pecado. Ella nos enseña a prepararnos a recibir a nuestro Salvador luchando contra el pecado y siendo fieles a Dios. Miremos a María y nos dejemos contagiar por su misericordia. También nosotros hemos sido llamados a ser santos e inmaculados en su presencia en el amor.
 
María ha nacido y cuando llegó la plenitud de los tiempos recibió el saludo del Ángel que venía a pedirle su consentimiento para ser la Madre del Altísimo, Hijo de Dios y Ella, bajo la acción del Espíritu Santo, se ofrece en total disponibilidad y Dios se hace hombre por nosotros. Pero ahí empieza la misión de María porque su prima Isabel, la que no tenía hijos en su vejez, había concebido y María se dirige donde ella, llevando en su vientre a Jesús. Al llegar a Ain Karin, le sale al encuentro Isabel, que está encinta y al oír el saludo de María, el Niño salta de gozo en su vientre y queda lleno del Espíritu Santo. Se llamará Juan, Dios hace misericordia  y nos manda al Salvador.
 
Honremos a María con el rezo del santo Rosario para acompañarla con alegría, sabiendo que es la Madre que nos trae al salvador del mudo.
 
P. Vicente Pérez.

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