LOS DIEZ LEPROSOS


Reflexión. Vigésimo octavo Domingo del Tiempo Ordinario 
 
En el evangelio de san Lucas 17, 11-19 nos presenta a Jesús caminando hacia Jerusalén donde va a dar la vida por todos y Jesús aparecerá como un leproso como nos lo describe el profetas Isaías 53, 3 Despreciado y evitado de la gente, un hombre habituado a sufrir, curtido en el dolor; al verlo se tapaban la cara; despreciado, lo tuvimos por nada; 4 a él, que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido. 5 Él, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos sanado. 
 
La lepra era una enfermedad que aparecía en la piel de las personas y después se extendía a todo el cuerpo. Cuando una persona  era declarada leprosa por el sacerdote, era enviado a lugares solitarios porque creían que se contagiaba. Así la enfermedad era un  sufrimiento muy fuerte porque los llevaba a la muerte pero también los llevaba a vivir en soledad y no tener qué comer a menos que algún familiar les llevase la comida.
 
Jesús pasa por los alrededores de una aldea y salen al encuentro de Jesús 10 leprosos. No podían acercarse a Jesús porque prescribía la ley pero podían gritar. ¿Qué grita? Ten compasión de nosotros. Jesús ve la fe y los manda que se presenten al sacerdote para que los declare sanados y así se van pero uno de ellos, un samaritano que no creía en Dios y está apartado, siente que se ha curado y se regresa donde Jesús para alabar y glorificar a Jesús que lo ha curado. Jesús se queja de los otros que no han regresado para darle gracias porque este gesto los llevaba a adherirse más a Jesús.
 
Ese episodio nos presenta a estos leprosos que simbolizan a los pecadores. También el pecador con su pecado es como la piel que se destruye.  Así el pecador destruye su personalidad y destruye  su capacidad de entregarse a Dios y ser todo de Dios. También el pecado se ha enseñoreado de nosotros y rompe  la capacidad de relacionarnos con otras personas, nos hace individualistas, egoístas, amantes del pecado. Ya da lo mismo pecar que no pecar porque llevas en nuestro ser las marcas del pecado que nos domina. El pecado nos aparta de las otras personas y no podemos convivir con ellas.
 
Por eso ellos se dan cuenta de su pecado y se aceran a Jesús para gritarle que  tenga compasión de ellos porque el pecado se les ha metido dentro. ¡Cuánta gente tiene el pecado dentro de sí y no se dan cuenta! Jesús pasa junto a nosotros. Reconozcamos nuestra realidad y pidamos compasión a Jesús misericordioso. No seamos orgullosos pensando que nosotros podemos sanarnos por nuestra cuenta como pensaba Naamán (II Libro de los Reyes 5, 14-17) el sirio del que nos haba la primera lectura. Solo cuando obedecemos a Jesús y nos arrepentimos de nuestros pecados, nos sentimos libres. Cristo se ha hecho leproso porque lleva en su cuerpo las cicatrices de nuestros pecados y puede curarnos. Acerquémonos a Él con arrepentimiento y daremos gloria a Jesús que nos libera de nuestros pecados. Como los pastores de Belén daban gloria a Dios porque nos ha mandado a su hijo. Como el paralitico que llevaba 38 años enfermo y es curado. Como Jairo que ve que Jesús ha resucitado a su hija. El cristiano bendice a Dios porque ha mirado la humillación de su esclava.
 
En la segunda lectura tomada de la segunda Timoteo 2,8-13 nos recuerda san Pablo que hagamos memoria de Jesús, es decir, que  hagamos presente a Jesús en nuestra vida en todo momento. No podemos dejar de pensar e invocar a Jesús, Él es Señor, Dios que como hombre murió y resucitó. Este es el evangelio de Jesús que nosotros debemos anunciar a los hombres y si es necesario sufrir las contrariedades por él. Aunque tengamos que sufrir, la palaba de Dios no está encadenada. San Pablo estaba en la cárcel pero allí tenia oportunidad de ver a otros prisioneros, los jueces y aprovechaba cualquier ocasión para anunciar a Jesús. También los cristianos no podemos dejar cualquier ocasión para anunciar a los hombres a Jesús para que todos alcancen la salvación. Terminamos estas líneas diciendo que si hemos sufrido por Cristo hasta morir, esto nos llevará a la vida eterna y si perseveramos en la fidelidad a Jesús, reinaremos con Jesús para siempre en el cielo pero ¡ay de nosotros! Si negamos a Jesús, él nos desconocerá pero tengamos que él es el misericordioso y nos perdonará aun en el último momento de nuestra existencia.
 
P. Vicente Pérez.

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