LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS


Reflexión al Trigésimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario. 
 
¡Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús! Así anunciamos el misterio de Jesús que se verifica en nosotros.
 
Frente a los enemigos de la fe, San Pablo levanta su voz que Cristo ha resucitado y si Él ha resucitado, significa que todos resucitaremos. Si nosotros no resucitamos estamos negando a Cristo resucitado y esto supone que nosotros no resucitamos, que nuestros pecados no son perdonados. San Pablo nos dice: "Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados" (1Co 15, 19).
 
El segundo libro de los Macabeos (2 Mac 7,1-14) nos muestra que hacia el año 150 a.C. algunos grupos israelitas afirmaban sin vacilar su fe en la resurrección de los muertos. En tiempos de Jesús, muchos judíos creían en la resurrección de los muertos; resurrección que deducían de su fe en el Dios de la alianza. Los cristianos participamos de la misma convicción, pero tenemos una ventaja sobre los israelitas: la fe en la resurrección de Jesús.
 
El segundo libro de los macabeos nos cuenta la certeza de los hermanos macabeos junto a su madre viuda. Estamos dispuestos a morir antes de quebrantar la Ley de Dios, saben que Dios los resucitará para darles vida eterna. Saben que Dios les ha dado ese cuerpo y se lo restituirá de nuevo y por eso vale la pena morir. Proclaman su fe en Dios que los ama y al mismo tiempo saben que este Dios los glorificará en el cielo.
 
En el evangelio de san Lucas 20,27-38 Jesús se encuentra con dos grupos de personas: Los saduceos que eran gente rica y dominadora de la sociedad que no creían en la resurrección y por eso ponen  un  ejemplo de cosas raras. Un señor  se casa y muere dejando a la mujer sin hijos. Según la costumbre de entonces él debía casarse con la viuda darle un hijo al finado pero también se muere y así hasta siete. A Jesús le hacen la pregunta: ¿De quién será marido en la otra vida? Porque aquí estuvieron todos casados. Jesús da la respuesta. En la tierra el matrimonio tiene una doble finalidad: Compartir la vida y al mismo tiempo procrear hijos para la sociedad pero en el cielo ya no hace falta tener hijos porque no hace falta que la sociedad civil tenga hijos. En el cielo todos serán como los Ángeles, hijos de Dios porque participan en la resurrección, todos seremos hijos de Dios y veremos a Dios tal cual es y esto para toda la eternidad.
 
Dios se apareció a Moisés en el monte Sinaí se presenta como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Quiere decir que estos personajes estaban vivos aunque habían muerto porque Dios no es Dios de muertos sino de vivos.
 
Hoy mucha gente  parece que no tiene ganas de vivir y se procura la eutanasia para decir que todo ha acabado y peor si se quema el cuerpo para hacerlo cenizas. Quien cree en Dios sabe que le espera la vida sin fin con Dios y con las demás personas que se hayan salvado y gozaremos todos juntos.
 
Porque para tener ganas de resucitar es necesario tener antes ganas de vivir, de nacer a una vida que deseemos prolongar durante toda la eternidad. ¿Cómo desear eternizar una vida llena de sufrimientos, de conflictos, de soledad...? ¿Quién podrá soportar una vida eterna fuera de Dios? Sólo él ama lo bastante para que no le asuste una vida para siempre; sólo él es capaz de revelarnos una vida tan verdadera que deseemos detenernos en ella para siempre. La fe en la resurrección brota de un amor verdadero.
 
Pero ¿cómo admitir la existencia de Dios y negar, a la vez, la resurrección de los muertos? Una incoherencia que se palpa en las reacciones de muchos cristianos ante la muerte.
 
"No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos". Dice el libro del Apocalipsis: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado... Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado... Ahora hago el universo nuevo"(Ap 12,1-5). San Pablo escribe profundamente sobre el particular (I Cor 15), empleando muchas imágenes para acercarse prudentemente a lo que quiere decir. Volver a esta vida y prolongarla no tendría demasiado sentido.
 
El texto que hemos comentado nos invita a recordar la gran esperanza que los creyentes llevamos en el corazón. La gran esperanza que nos dice que nuestra vida no está ordenada a desaparecer con la muerte. Seguiremos amando a las personas y a las cosas, veremos desaparecer definitivamente todo dolor y toda muerte, porque nuestro Padre Dios quiere acogernos en su reino y darnos su vida para siempre. Todo esfuerzo por amar, por buscar la justicia y la paz..., no se pierde; todo lo contrario: se está eternizando desde el mismo momento en que lo realizamos. ¿Cómo? No lo sabemos, pero permanece en la vida. No se pierde nada, todo tiene sentido en un camino que lleva a la vida total. Porque creemos en la vida, amamos, luchamos, buscamos la alegría, rehuimos la mediocridad, apreciamos todo lo que es humano...
 
¿Existe en nuestra vida tanto amor que sintamos la necesidad de resucitar para vivir eternamente con todos los que amamos?
 
En la segunda carta a los Tesalonicenses 2,15---3,5 se inicia con una oración de los mandatarios de la carta para que el Señor nos consuele en nuestras tribulaciones, para que la Palabra de Dios siga difundiéndose entre la gente y esta los acoja para que los transforme. Esto vale en este momento de la historia en que muchas personas son indiferentes a la fe y no  la siguen. La fe no es de todos desgraciadamente porque la hemos dejado a un lado. ¿Tengo fe en Dios? ¿Me dejo guiar por ella, por Dios Padre, por el Hijo, por el Espíritu santo que me conduce? Venir a la misa es renovar nuestra fe en la esperanza de la resurrección.
 
P. Vicente Pérez.

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