Hago todo nuevo
Reflexión al Trigésimo tercer Domingo del Tiempo Ordinario.
En el evangelio de san Lucas 21, 5-19 vemos a Jesús con sus discípulos que llegan a Jerusalén y desde lo lejos divisan al templo con todas sus piedras preciosas y se quedan encantados ante el espectáculo del Templo de Jerusalén y hacen del Templo su lugar para anunciar el Reino de Dios pero también anuncia que será destruido. Un día no quedará piedra sobre piedra. Este anuncio choca a los discípulos porque era muy bello y habían empleado muchos años para la construcción.
Este templo estaba destinado a ser morada de Dios con los hombres pero habían hecho de él una cueva de ladrones porque allí se quedaban los mercaderes para hacer sus negocios. Ya no sentían la presencia de Dios. Mandaba el dinero.
También nosotros hemos sido hechos Templos de Dios porque desde el día de nuestro bautismo Dios habita dentro de nosotros. Sin embargo hemos pecado y hemos arrojado a Dios de nuestra vida. Dios espera a que nos convirtamos de nuestros pecados; de lo contrario seremos como paja que se echa al fuego y seremos destruidos. Así nos lo dice el Profeta Malaquías 4, 1-2 y no quedará de nosotros ni rama ni raíz. Vendrá el juicio de Dios al final.
Los primeros discípulos que habían seguido a Jesús le hacen la pregunta: ¿cuándo será esto? ¿y cual será la señal de que todo esto está para suceder? porque la destrucción del templo anuncia la terminación del mundo.
Lo importante es que nos preparemos no solo para este acontecimiento sino para el juicio de Dios al terminar el mundo. Jesús nos advierte de que todo tiene que suceder, cielo y tierra pasarán pero mis palabras no pasarán pero no sabemos cuándo será.
Surgirán algunos falsos profetas que creerán saberlo todo y anunciarán que el Cristo ya ha venido o vendrá en tal fecha e incluso se creerán ellos mismos el Mesías. Pensarán que las guerras que hay son la advertencia del final; también los terremotos y otras cosas terribles. Lo importante es que nosotros estemos preparados y dejemos a un lado el pecado y así podamos recibir a Cristo cuando Él venga.
A veces el Señor permitirá persecuciones y nos matarán como al beato Padre Moscoso que dio la vida por Jesús cuando estaba rezando en la capilla de su colegio. Ha sido declarado Beato este sábado en Riobamba donde fue matado. Podemos invocarlo con oraciones.
Habrá que escuchar al Espíritu Santo y dejarnos guiar por Él para saber decir lo que nos inspire. Pero en todo momento demos testimonio de Jesús. Viviremos en un mundo que se burlará de nosotros y no nos defenderemos sino que explicaremos lo que creemos de nuestro Dios.
Jesús nos invita a estar precavidos. Debemos estar preparados a dar razón de nuestra fe, incluso con el sacrificio de la vida. Tenemos que hacer lo que nos dice san Pablo que ante los tribunales paganos anunciaba a Jesús. No debemos asustarnos porque el Espíritu Santo estará con nosotros en medio de un mundo pagano y nos dará valor para dar testimonio de Jesús sin renegar de la fe. Seremos hasta rechazados por los amigos, por los parientes y no debemos escandalizarnos.
Si Jesús fue entregado a la muerte, también nosotros deberemos pasar por esta situación. Debemos entender que para ser cristianos debemos sufrir el rechazo del mundo. El mundo se dejará engañar por las ideologías que reniegan de Dios y ponen como centro de la vida el sexo, el trago, el dinero. Así esto se desarrolla con la ideología del género en que el ser humano es libre para tomar elgenero de sexo que a él guste, hombre o mujer o nada; no lo que Dios le ha dado como regalo. Estas ideologías llevan a reclamar que el ser humano, los padres son dueños de la vida que ha engendrado y pueden matarla, que los enfermos y ancianos deben desaparecer con la eutanasia. Todo esto crea el desorden total de la sociedad, y debemos acogernos a Dios escuchando su Palabra, fieles. Un día daremos cuenta a Dios de nuestras falsas ideas.
Jesús nos hace una llamada a la perseverancia. No a la paciencia, a no ser que ésta sea entendida en su sentido bíblico de constancia y fidelidad en el camino emprendido.
Nos acecha la tentación de prescindir de las exigencias de Jesús y acomodarnos a los valores de este mundo: violencia, compromiso con el poder, riqueza, apariencia... En medio de la lucha, Jesús nos promete que sólo a su lado encontraremos el sentido de la vida.
Cuando todo se haya unido para señalar la "insensatez" de la vida cristiana, Jesús nos dice que no perderemos ni un cabello de la cabeza y que la perseverancia nos llevará al triunfo definitivo. Nada verdadero se pierde, sino todo lo contrario: se completa y eterniza. El hombre nuevo y la nueva creación se iniciaron con la venida de Jesús de Nazaret. Su desarrollo durará toda la historia humana.
El que se mantenga firme hasta el final obtendrá la salvación- liberación. El evangelio permanecerá aunque muchos, a quienes está confiado, mueran interiormente y ya no estén a la altura de lo que requiere seguir el camino de Jesús. Su conocimiento llegará a todos los pueblos. "Y luego vendrá el fin" (Mt 24,14).
Podríamos resumir el anuncio de Jesús: deberemos luchar siempre, nunca podremos pensar que hemos ganado, pero ganaremos. No se trata de una lucha contra nadie, sino entre el bien y el mal, verdad y mentira, amor y egoísmo, justicia e injusticia. Esta lucha está también dentro de nosotros, porque todos tenemos bien y mal, amor y egoísmo... Mal vamos a colaborar en la transformación del mundo si no empezamos por nosotros mismos. Porque no cambiaremos la sociedad sólo por lo que hagamos, sino principalmente por lo que seamos. Es necesario que nuestra acción hacia afuera sea consecuencia de una vida interior profundamente enraizada en el evangelio de Jesús. Nadie está completamente en el bando de la verdad ni en el bando de la mentira. Únicamente Dios está totalmente en el primer bando, porque es ese bando.
En II Tesalonicenses de san Pablo 3,7-12 se había introducido la idea que el mundo se acaba y por eso no es necesario trabajar y ocupados en no hacer nada. San Pablo nos dice que el que no trabaje, no coma. En el mundo de hoy todos deseamos trabajar para servir a los demás: familia, amigos, sociedad y debemos hacerlo con responsabilidad y honestidad.
P. Vicente Pérez.
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