Adviento: Volver a empezar, volver a esperar


Reflexión al Primer Domingo de Adviento. 
 
El año litúrgico que empieza con el tiempo de Adviento, marca el camino hacia su realización en el encuentro definitivo con el Señor. Cada año, al recorrer el ciclo anual de los misterios de Cristo, entramos en comunión con el Señor en la triple dimensión del misterio ya anunciado y cumplido (el pasado), de su presencia permanente que nos permite participar de este misterio en la liturgia de la Iglesia (el presente), de la espera de la bienaventurada realización del misterio anunciado y ya presente en su última y definitiva manifestación (el futuro).
 
Y sin embargo no deberíamos tener nunca la sensación que sea una repetición; como si nuestra vida y nuestra experiencia de los misterios fuera una especie de círculo cerrado, como una eterna y monótona repetición de celebraciones. Cristo que es el Señor de la historia ha salvado nuestra experiencia humana del eterno retorno. El tiempo está abierto hacia el futuro. Y es tiempo nuevo. Con la novedad de nuestra propia experiencia humana y eclesial que permite que el misterio celebrado cobre tonos nuevos, tenga resonancias inéditas, nos ofrezca la posibilidad de vivir en salvación el momento presente de nuestra historia, en contacto con el eterno misterio de Cristo. Siempre tenemos una vivencia nueva en la vida y Jesús se hace presente a nosotros para redimir nuestra realidad actual y ser de Jesús a quien esperamos en la hora final de nuestra vida.
 
El misterio de Cristo que celebramos en este tiempo es precisamente el del Mesías anunciado, esperado, que finalmente ha llegado para realizar las promesas y las esperanzas. Y es también el misterio de aquel que tiene que venir al final de los tiempos. Por eso la Iglesia celebra el Adviento con una atención vigilante, solícita por preparar los caminos del Señor y colaborar a la llegada definitiva de su Reino.
 
Es también Adviento tiempo de la Iglesia. Iglesia que somos nosotros Iglesia de Adviento que es Iglesia en vela, comunidad de la esperanza, pueblo peregrino y misionero, depositario de las promesas e intérprete de los anhelos de toda la humanidad. Iglesia misionera del anuncio del "Esperado de todas las naciones", en un tiempo en el que para muchos pueblos todavía es Adviento.
 
Adviento y Navidad son como las dos caras. Por una parte la espera y la esperanza; por otra la presencia y el cumplimiento de las promesas. No son vanas nuestras esperanzas, como no fueron vanas las del pueblo de Israel que esperaba al Mesías. Por eso Adviento es celebración de la espera mesiánica de nuestros Padres en la fe y actualización de nuestras esperanzas de cara a Cristo, cuando venga a salvar definitivamente nuestro mundo y nuestra historia. Y Navidad es celebración del Dios con nosotros, gozo por la compañía de Dios que desde hace dos mil años está presente en la vida de la Iglesia, a partir de su Encarnación y en una misteriosa y real presencia en los misterios de la liturgia.
 
En Navidad esperamos la primera venida de Cristo en carne y la iremos celebrando a lo largo del año litúrgico cuando celebraremos los distintos misterios de la vida de Jesús pero esta venida nos prepara a la última venida de Cristo. Cada día debemos desear y esperar esta última venida cuando estaremos siempre con Jesús.
 
El evangelio de este domingo 1º de adviento (Mateo 24, 37-44) nos trae la historia de Noé a quien Dios había escogido para llamar a todos a la conversión pero la gente se endureció en su pecado y se burlaba de él. Dios le mandó construir un arca, símbolo de la Iglesia para que los creyentes entrasen en él y se salvasen. Pasó el tiempo y de repente cuando menos lo pensaban vino un diluvio y los incrédulos quedaron fuera del arca y todos se hundieron en las aguas mientras que Noé y su familia, ocho personas se salvaron en el arca. Y Dios reconstruye una humanidad nueva.
 
Dios nos manda a nosotros acontecimientos para llamarnos a la conversión. Hace tres años mandó aquel terremoto donde murieron tantas personas. Ninguno lo esperábamos y a la hora menos pensada vino el acontecimiento. No es un castigo de Dios sino una llamada a estar siempre en actitud de conversión. No sabemos cuándo vendrá el Señor. Por eso el Señor nos llama a estar en vela porque no sabemos cuándo viene el Señor. Nosotros esperamos siempre la llegada del Señor y por eso llevamos una vida digna de Dios.
 
Siempre debemos preguntarnos: si hoy viniese el Señor para llevarme, ¿estaría preparado para recibir a Cristo? Si supiéramos que el dueño de la casa viene hoy a pedirnos cuenta, estaríamos en vela, dice Jesús, para recibirlo en su gracia. El Señor viene en los acontecimientos dolorosos: una enfermedad, un accidente pero en los acontecimientos salvadores que escuchamos una Palabra en el evangelio, en la predicación y así nos ayuda a tener ese encuentro con Jesús. Nosotros debemos buscar este encuentro y desearlo porque es nuestra salvación.
 
San Pablo en su carta a los Romanos 13,11-14 (2ª Lectura) nos dice que tomemos en consideración el momento en que vivimos. Cada minuto es un tiempo de gracia por la salvación que llega a nosotros con su nacimiento y debemos estar listos para salir al encuentro de Él. Por eso dice el mismo san Pablo que dejemos las comilonas, las borracheras, las lujurias, los desenfrenos, las riñas y toda clase de maldad. Vistámonos de Jesús con las mismas aptitudes de él, pensando como Él, hablando como Él, obrando como Él. Entonces Jesús cuando venga, verá que tenemos las mismas aptitudes de Él y nos llevará con Él. Tiempo de oración, lectura de la Palabra, alguna penitencia.
 
Esta primera venida de Jesús nos lleva al encuentro de Él cuando viene en su carne mortal a salvarnos pero vendrá en otra venida a juzgarnos. ¡Ay de nosotros si Jesús no nos conoce como sus discípulos porque hemos dejado que el pecado entre y se enseñoree en nosotros! No pensemos: soy discípulo de Jesús pues estoy bautizado, he hecho la primera comunión, la confirmación. No te conozco. No sé quién eres y nos mandará al fuego del infierno.
 
(1ªLectura) Isaías 2,1-5 Al final de este tiempo estamos llamados a caminar hacia el monte del Señor. Este es el último tiempo, tiempo de gracia y misericordia. Dejemos que Jesús nos corrija de nuestras maldades.
 
Respondemos con el Salmo 121,1-9. Que en nuestro corazón haya paz, amor, concordia con nuestros hermanos. Que caminemos a la luz de Jesús y así podremos ir a la casa del Señor como dice el salmo y sentir la alegría de estar con el Señor, celebrando su Nombre y estaremos seguros en Dios y tendremos todo bien.
 
Quien ha vivido en oración con Jesús, llega la navidad y es el encuentro con Él, que nos prepara al encuentro con Jesús en la hora de la muerte y en el juicio final. Una oración que debemos decir estos días y a distintos momentos del día: Ven, Señor Jesús, te esperamos. No tardes.
 
P. Vicente Pérez.

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