LA ORACIÓN INSISTENTE
Reflexión. Vigésimo noveno Domingo del Tiempo Ordinario.
En este domingo la Iglesia toma un texto del Éxodo 17, 8-13 en que se nos presenta al pueblo de Israel camino por el desierto pero un pueblo llamado Amalec no le deja pasar hacia la Tierra Prometida y se declara la guerra. Moisés avisa a Josué que era el jefe del ejercido israelita para luchar pero no podrán vencer. Moisés con su hermano Aarón y Jur están en la montaña desde donde se avista el panorama y cuando Moisés levantaba los brazos en señal de oración a Dios, Josué vencía y cuando se cansaba y bajaba los brazos, Josué era derrotado. Así Aarón y Jur le sostenía los brazos y Josué en el campo de batalla ganaba la batalla.
Levantar los brazos de Moisés era ponerse en oración ante Dios y vencía en tanto que estuviera orando. La vida del cristiano es una batalla contra el enemigo que es el demonio y mientras oremos a Dios podemos hacerlo. Sin oración de parte de nosotros, no hay victoria.
En el evangelio de san Lucas 18,1-8 Jesús quiere enseñarnos a orar y para eso nos inculca la necesidad de la oración. Esto significa que Jesús aprovecha cualquier ocasión para darnos una catequesis sobre la necesidad de orar siempre y en cualquier lado. Jesús rezaba de noche, de madrugada y en cualquier ocasión. Jesús sabe que cuando venga el Hijo del Hombre para juzgarnos no dejará de ver que la fe de muchas personas se ha disipado y ha empezado a olvidarse de Dios. ¿Cuándo venga el Hijo del Hombre encontrará fe sobre la tierra? Es una palabra que debemos meditar. Cuando venga Jesús a la hora de nuestra muerte, no se encontrará con fe. Solo quien se encuentra orando todos los días podrá vencer al enemigo y seguiremos agarrados a Dios. Nunca debemos dejar la oración y no pensemos que basta ya de rezar. Necesitamos trabajar, vestir, comer y otras cosas pero debemos recordar que no solo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Necesitamos la luz del Espíritu santo.
Jesús nos presenta el caso de esta viuda que era puesta a un lado porque nadie la defiende. Le han robado algunas cosas, quizá un trozo de tierra y ya no tiene para comer, se aprovechan de ella. Esta viuda sabe que por sí sola no puede conseguir nada. Va al tribunal para que le hagan justicia pero el juez no le hace caso. Sin embargo ella decide ir todos los días ante el juez e insistir. El juez no tiene fe en Dios y no le importan los hombres. Solo le interesa el dinero. La mujer sigue molestando al juez que no sabe qué hacer y para que no siga molestándole, le admite al tribunal para resolver su caso y así da el veredicto y aquella mujer sale vencedora.
También con nosotros alguien ha abusado de nosotros y nos hemos entregado a nuestro enemigo que es el demonio y nos ha engañado con el resentimiento, la venganza, el adulterio, la violencia, la gula, el trago. Así somos esclavos del pecado como nos dice Jesús. Podemos liberarnos de estas siete naciones, pecados no con nuestra fuerza sino con el poder de Jesús resucitado. Por eso la oración de aquella mujer: hazme justicia contra el adversario, es una oración que debemos hacer siempre. Mira el demonio me engaña con la compañía de amigos que le llevan a las discotecas, me engañan para drogarme, me engañan para cometer injusticias. El pueblo de Israel sabía que hay siete naciones que nos dominan. Sin la oración no tenemos la luz del Espíritu santo y en lugar del reino de Dios, nos domina la maldad. Efesios 5, o. 12 Porque no estamos luchando contra seres de carne y hueso, sino contra las autoridades, contra las potestades, contra los soberanos de estas tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal. 13 Por tanto, tomen las armas de Dios para poder resistir el día funesto y permanecer firmes a pesar de todo. 18 Vivan orando y suplicando, oren en toda ocasión animados por el Espíritu; permanezcan despiertos y oren con perseverancia por todos los consagrados. Solo quien se agarra a Dios, vence al diablo. Sea en la mañana, a mediodía, por la tarde debemos orar. Tenemos que tener presente que estamos bautizados para servir al Señor y gozar de Dios.
En la segunda lectura tomada de 2 Timoteo 3-14—4,2 San Pablo nos invita a perseverar en la doctrina que hemos aprendido desde pequeños y que nos ha guiado en la preparación a la primera comunión, confirmación. Por eso los cristianos siguen leyendo la Palabra de Dios tal como está en la Biblia, escuchamos la doctrina de la Iglesia sobre todo los domingos cuando vamos a la misa. Hacemos como la Virgen que oía a Jesús, veía lo que Él hacía y lo meditaba en el corazón. Esa palabra nos conduce a la salvación. Tengamos en cuenta que esa palabra está inspirada por Dios y escuchamos al mismo Dios. Por eso nosotros debemos preguntarnos: ¿Que me dice a mí hoy esta palabra? Si nos dejamos guiar, la palabra nos lleva por el camino de la Vida. Debemos escucharla porque nos corrige de nuestras malas acciones, nos reprende como un padre a los hijos porque Dios nos quiere bien. Debemos estar atentos porque en los últimos tempos surgirán falsos profetas que trataran de extraviarnos de esta Palabra y de la Iglesia que la anuncia. Debemos anunciarla a nuestros vecinos y conocidos para que regresen a la Iglesia y sean fieles a ella. Amemos la Palabra que nos da la Iglesia y solo la Iglesia es garante de que esa palabra es Palabra de Dios.
P. Vicente Pérez.
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