EL FARISEO Y EL PUBLICANO
Reflexión a las lecturas del Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario.
En el libro de El Eclesiástico 35, 15-17.20-22 encontramos una serie de advertencias para nuestra vida cristiana. Estamos acostumbrados a comprar a la gente para que hagan y digan lo que nosotros queremos. Incluso nos ponemos ante Dios para que haga lo que nosotros queremos. Somos capaces de ofrecer una misa, unas novenas y otras cosas para convencer al Señor Y de esta manera tratamos de sobornar incluso al mismo Dios. Pero Dios no es parcial para que logremos sobornarlo y Dios que conoce lo que hay en nuestro corazón, sabe lo que tiene que hacer. Para Dios todos somos iguales y a todos ama y por eso quiere que vivamos como hermanos. Dios da a cada uno según sus necesidades Cuando hay gente que se aprovecha del pobre, del ignorante, de la viuda, de la persona que humanamente parece así débil, Dios sale a su encuentro y Dios lo defiende. Dios acepta a cualquier persona sea de la nación que sea, con tal que cumpla la voluntad de Dios. Cuando un pobre sufre la injusticia y clama al Señor, Él lo escucha aunque a veces demore en intervenir. Por eso nosotros estamos llamados a exponer al Señor nuestras miserias y pedirle que intervenga pero no nos escandalicemos si demora en intervenir. Dios permite la prueba para robustecernos más en Él y seamos fieles a Él. Dios está por los más débiles y esto se verá sobre todo en la hora del juicio. Lucas 4, 17 Lo abrió y encontró el texto que dice: 18 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, 19 para proclamar el año de gracia del Señor. 20 Lo cerró, se lo entregó al ayudante y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Hoy se cumple esta Palabra. Así Jesús anuncia que Él no hace acepción de personas. Si alguien entre nosotros se siente humillado, desprotegido, rechazado, clame al Señor que no dejará de asistirlo. Dios está con nosotros. Todos nosotros estamos llamados a salir al encuentro de los más pobres sin distinción.
En el Evangelio de Lucas 18,9-14 encontramos la parábola del Fariseo y el publicano que nos presentan a nosotros.
El Fariseo iba todos los días al Templo a rezar y llevaba todas sus túnicas elegantes para que todos lo vieran y lo alabaran. Entraba en el templo y se ponía en el lugar más privilegiado para que todos lo vieran. Reza en voz alta. Da gracias a Dios porque no es una persona mala. Cada semana ayuna dos veces, da limosna a los pobres. Todo esto lo hace con sus propias fuerzas. Ha cumplido la ley y se salva por sus fuerzas y su poder. Estaba lleno de vanidad.
En cambio vemos a un publicano, persona despreciada porque se dedicaba a recoger los impuestos para el imperio romano. Era traidor a la Patria. Se aprovechaba del dinero para enriquecerse. También va al templo a rezar con la diferencia que se había dado cuenta que su vida era mala. Era un aprovechador y tenía ganas de cambiar de vida Pensemos en Levi, Mateo, Zaqueo. Allí en el templo se queda en el rincón, de rodillas, sin vociferar ni llamar la atención. En silencio hace la oración de David: Ten piedad de mí que soy pecador y lo pide muchas veces. Sabe que está lleno de miserias y solo Dios puede salvarle.
Jesús nos pregunta quien salió justificado del Templo y todos respondemos que el publicano por la gracia de Dios. San Pablo nos dice que todos pecaron y todos somos justificados por el don de su Gracia. Al que trabaja no se le da su dinero como salario.
Romanos 4, 4 Al que trabaja le dan el salario como paga, no como regalo. 5 Al que no hace nada, sino que se fía en el que hace justo al malvado, se le tiene en cuenta la fe para su justificación. Romanos 3, 23 Todos han pecado y están privados de la presencia de Dios. 24 Pero son perdonados sin merecerlo, generosamente, porque Cristo Jesús los ha rescatado. Lucas 14s 14 Dichoso tú, porque ellos no pueden pagarte; pero te pagarán cuando resuciten los justos.
Estamos hablando de la oración. Orar es ponerse ante Dios con sus pecados que nos llevan a nuestro descrédito pero la misericordia de Dios borra este descrédito y nos hace hombres nuevos. Es ponerse ante Dios y pedirle perdón. Cada uno debe ponerse ante Dios para ver cómo está pero sabiendo que la misericordia de Dios es muy grande.
Todos tenemos un poco de Fariseo que nos creemos superiores a los demás, que nos válenos por nuestra cuenta pero en la medida que nos humillamos ante Dios y reconocemos nuestros pecados, nos hacemos personas nuevas que aman a Dios, que respetan y aman a nuestro prójimo, que somos responsables de nuestros hermanos y los amamos en nuestra miseria.
En la segunda carta de san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18 nos cuenta algunas cosas de su vida. Está al final de su vida que va a entregar como víctima de expiación por nuestros pecados y en unión a Cristo en la cruz. Sabe que ha combatido en toda su vida por anunciar a Jesús, sufriendo por Jesús y ha tratado de ser fiel a su ministerio. Ahora espera la salvación de Jesús que sabe que nos dará después de tan gran testimonio de su vida. Sabe que Dios seguirá ayudándole para ser fiel a Él y tiene esa confianza.
Nos enseña San Pablo a vivir nuestra fe cristiana, dando testimonio de Jesús aun con sacrificios y demostrando que lo amamos. Debemos emplear el tiempo de vida que Dios nos dé siendo fieles a Jesús y viviendo de acuerdo al evangelio y así estaremos siempre con Dios.
P. Vicente Pérez.
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