LAS DIFERENCIAS SOCIALES


Reflexión. Vigésimo sexto Domingo del Tiempo Ordinario. 
 
Hemos visto en estos últimos domingos las consecuencias del afán del dinero. No podemos servir a Dios y al dinero. Amarás a uno y odiarás a otro.
 
Hoy la Iglesia nos presenta el rico epulón, el comelón  y harto de bienes pero no tiene nombre. Después nos presenta al pobre Lázaro, con nombre, significa: Dios ayuda. El rico come y bebe todos los días con sus amigotes. No le importa nada ni Dios ni el pobre. No ve a Dios  ni al pobre. Solo piensa en él. Ni siquiera da las migajas de pan con que los ricos se limpiaban las manos. El pobre no tiene ni para comer ni vestir y como consecuencia de ello tiene anemia que le llevan a tener heridas en todo el cuerpo. El pobre sufre pero no se queja sino lo acepta todo como venido de la mano de Dios. Esta es la vida de muchas personas en la tierra. El rico no piensa en la muerte. El pobre espera en Dios su salvación sabiendo que algún día todo cambiará. Ambos están llamados a convertirse pero no deben esperar pues les llega la muerte y puede cogerlos desprevenidos y entonces tendrán que dar cuenta a Dios de su vida. Allí no se escapa nadie.
 
Llega el día fatal. El rico ha organizado con su familia el entierro con buen ataúd, música, comilonas pero el pobre lo ha pasado en la pobreza, sin compañía. Ambos comparecen ante Dios que les examinará su conciencia. Tuve hambre, sed, estuve desnudo… ¿Cuál es la respuesta que daremos? El rico trata de buscar soluciones pero estas no ante Dios. Su destino es el infierno y allí no hay comidas, bebidas sino hambre y sed. Ve a lo lejos a Abraham y le pide que le dé alguna satisfacción pero entre el salvado y el condenado no hay cómo pasar. Hay un abismo y ya todo está resuelto. Toda la eternidad en el dolor que él ha escogido al rechazar al pobre; no hay la presencia de Dios. El pobre, en cambio, goza de Dios y sabe aceptar lo que Dios le mande.
 
El rico pide a Abraham que mande algún profeta para avisar a los suyos para que no vayan al lugar de tormentos pero la respuesta es clara: tienen ya sus profetas, los enviados de Dios y no quieren escucharlos. No vieron que Jesús era más que profeta y resucitaba a los muertos pero no lo escucharon sino que proclaman que no lo quieren, quieren a Barrabás su guía. Han visto su gloria en el dinero aunque para ello tengan que explotar a los pobres. La carta de Santiago 2, 5 Escuchen, hermanos míos queridos: ¿acaso no escogió Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman? 6Ustedes, en cambio, desprecian al pobre. ¿Acaso no son los ricos los que los oprimen y arrastran a los tribunales? 7 ¿No son ellos quienes hablan mal del precioso Nombre que fue invocado sobre ustedes?
 
Santiago 2, Hermanos míos:
¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?
 
Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros les dice: "Dios os ampare: abrigaos y llenaos el estómago", y no le dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.
 
Alguno dirá:
 
-Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.
 
Tú crees que hay un solo Dios; muy bien, pero eso lo creen también los demonios y los hace temblar.
 
¿Quieres enterarte, tonto, de que la fe sin obras es inútil? ¿No aceptó Dios a Abrahán nuestro padre por sus obras, por ofrecer a su hijo Isaac en el altar? Ya ves que la fe actuaba en sus obras, y que por las obras la fe llegó a su madurez. Así se cumplió lo que dice aquel pasaje de la Escritura: "Abrahán creyó a Dios y se le contó en su haber". Y en otro pasaje se le llama "amigo de Dios".
 
Veis que Dios acepta al hombre cuando tiene obras, no cuando tiene sólo fe. Por lo tanto, lo mismo que un cuerpo, que no respira es un cadáver, también la fe sin obras es un cadáver. (Sant 2,14- 24.26).
 
¿Somos capaces de compartir nuestras cosas con los más pobres? No podemos decir que tenemos fe si cerramos nuestro corazón a los demás y lo endurecemos. Dios sonríe cuando algo de nosotros hace algún acto de caridad hacia los necesitados. Es la imagen de Dios y Dios nos premiará. ¿Quién sabe si por ayudar a los pobres en el día del juicio?’ Dios cerrará sus ojos para no ver tus graves pecados y te perdonará. El pobre será tu defensor.
 
P. Vicente Pérez.

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