Despedida de Jesús


Reflexión. Quinto Domingo de Pascua. 
 
San Pablo y Bernabé han recorrido varias zonas de Antioquía predicando el evangelio y muchos han creído y han formado pequeñas comunidades. Ahora piensan regresar a Antioquia de donde han salido para predicar y pasan por todas las poblaciones donde se han formado pequeñas comunidades cristianas. Eligen presbíteros para que rijan las comunidades bajo la acción del Espíritu Santo en medio de la oración y ayuno, no sin advertirles que deben pasar por muchas tribulaciones. No hay cristianos sin cruz. Escuchemos Hechos de los Apóstoles 14,20-26.- Ahora alabemos al Señor con el  Salmo 144, 8-13 porque Dios ha hecho cosas grandes en nosotros. Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, Rey mío. 
 
Vamos a escuchar como segunda lectura al Apocalipsis 21, 1-5 en que aclamamos la ciudad nueva, la nueva Jerusalén  donde el mar, como símbolo de todos los poderes maleficos, ha desaparecido y aparece en medio de esta Jerusalén la presencia de Dios. Desaparecerá la muerte, el llanto, el dolor porque el primer mundo ha pasado.
 
Vamos a meditar la última cena de Jesús tal como la presenta el Evangelio de san Juan134, 31-35.
 
Jesús está cenando la última cena. Se ha desahogado con sus discípulos, los ha lavado los pies en señal de servicio hasta la muerte. Ahora ha dado un trozo de pan a Judas y le ha dicho: lo que has de hacer, haz lo pronto y Judas salió de la sala donde estaba Jesús y sus otros discípulos.
 
Ahora como quien se desahoga, Jesús exclama: En ese momento ha sido glorificado el Hijo del Hombre y Dios ha sido glorificado en Él y Dios los glorificará en sí mismo. Varias veces Jesús repite la palabra glorificar. ¿Qué significa? Jesús va a ser glorificado en la cruz. Esto parece extraño. La cruz era considerada maldición y ahora la Cruz es bendición. Jesús con su obediencia hasta la muerte ha cambiado la maldición en bendición por su obediencia al Padre y Dios lo glorificará resucitándolo y haciéndolo sentar a su Derecha. Pero Jesús ha glorificacado al Padre reconociéndole como el Señor y Dios. Dios lo glorificará en sí mismo pronto con la resurrección. El cielo se ha abierto para entrar el Hijo del Hombre resucitado y para que después de Él, entremos también nosotros y recibamos la misma Gloria pero ahora nosotros debemos glorificar a Dios con nuestra vida, poniéndonos en total sumisión al Padre hasta dar la vida.
 
Jesús ha dicho estas palabras para decírnoslo que está realizándose en Él pero lo ha dicho porque nuestra vida es también motivo para dar Gloria a Dios. Para mayor Gloria de Dios, decía san Ignacio. Hacemos un examen de conciencia y debemos preguntarnos si estamos alabando, dando Gloria a Dios con nuestras obras  o no será que estamos rechazando a Dios, blasfemando contra Él. Un cristiano debe tratar de ver si está haciendo esto. Quien ha glorificado a Dios en esta vida, Dios lo glorificará a él en la otra vida después de la muerte y seremos felices para siempre. Por eso sabemos que a la hora de la muerte viene Jesús para glorificarnos si hemos sido fieles a Él.
 
Jesús sigue estando con nosotros pero por un momento. Es la hora que ha anunciado Jesús para su glorificación. Nosotros no sabemos cuándo será esta Hora pero llegará y debemos estar preparados para el encuentro con Jesús. Mientras no estemos preparados no podemos ir con Jesús. Pero esta Hora es incierta. Esta Hora nos asusta y no quisiéramos que llegara pero si hay algo concreto es esta hora y debemos vivir preparados para ella. Cuando Jesús nos vea preparados, vendrá y nos dirá como a Pedro: Sígueme y apoyados en su Palabra lo seguiremos y atravesaremos esta línea para estar con Jesús para siempre.
 
Ahora Jesús nos deja un testamento para vivir este tiempo de gracia: Ámense los unos a los otros con el amor con que yo les he amado. Jesús, el Padre, el Espíritu Santo nos donan su don óptimo. Se han entregado totalmente a nosotros. El Padre nos amó y nos entregó a su Hijo y no lo perdonó sino que lo entregó hasta la muerte y muerte de Cruz. El Hijo se hace todo igual a nosotros en todo y para demostrarnos que nos amaba, se levantó de la mesa y va a la pasión para demostrar al mundo que ama al Padre y nos ama a nosotros. El Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo para derramar en nuestros corazones el amor de Dios. Dios es amor y vuelca ese amor en nosotros y para que vivamos de este amor, le amemos a Él, nos amemos a nosotros y a nuestro prójimo como Él mismo, dando la vida por amor de Dios como hicieron los mártires pero también para amar a nuestro prójimo, sacrificándonos por él, perdonando si es necesario, siendo humildes y sencillos, llevando las cargas de los unos y de los otros. Quien está unido a Jesús y deja que la vida de Dios entre en nuestro corazón, siente la fuerza de darse, de perdonar. Nuestro amor debe ser parte del amor de Dios a nosotros. Si quieres amar, debemos quedarnos contemplando a Cristo en la cruz. Ahí vemos plasmado el amor.
 
Quien ama, está demostrando que es discípulo de Jesús. No se puede amar a todos los seres humanos, incluso a los enemigos, no se puede uno dar y ayudar a los demás siempre, sin el poder de Dios. No se puede callar ante las injusticias y seguir perdonado sin la fuerza de Dios. El distintivo de los cristianos es  el amor total en la cruz.
 
P. Vicente Pérez.

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