PENITENCIA Y CONVERSIÓN
Reflexión. Tercer Domingo de Cuaresma.
El pueblo de Israel se encontraba en Egipto maltratado y destruido. Moisés tuvo que escaparse y estando en la montaña del Horeb un día ve a una zarza que ardía y no se consumía. Se acercó y oyó la voz del Señor que le mandaba quitarse sus sandalias porque el lugar era sagrado. Después le manda regresar a Egipto para librar a su pueblo. Dios había oído y visto el clamor de los israelitas y él manda a libertarlos. Yo soy el que soy, este es el nombre que Él manifiesta. El que existe, el que está para salvarlos. Dios tiene misericordia de su pueblo y de todos nosotros. Éxodo 3, 1-8 y 13-15 y Salmo 102, 1-8 y 11. Dios es compasivo y misericordioso ante el que sufre y es capaz de perdonar todos nuestros pecados.
El pueblo de Israel salió de Egipto pero en seguida renegó de Dios al verse frente al mar y no saber cómo pasar. Dios en su bondad le abre camino y pasan, no así los egipcios que quedaron sepultados y muertos; pero enseguida que están en la libertad se rebelan y murmuran contra Dios porque no saben cómo van a comer y a vivir, como van a tener agua en el desierto. Andaban bajo al nube que representaba a Dios pero su rebeldía seguía adelante, intensificándose más aún. Era lo mismo. Recibieron tantos dones de Dios pero al mismo tiempo el pecado estaba al desabierto y por eso cuando en el monte Sinaí hicieron la alianza, enseguida se rebelaron e hicieron un ídolo en forma de burro para representar a Dios. Era el burro pero de oro para indicar que el oro, el dinero es su ídolo. Más adelante se rebelaron contra Dios porque les había mandado ir a una tierra donde había soldados fuertes y se alzaron contra Dios. En otro punto se entregaron a toda clase de ídolos y vicios sexuales. Así la mayoría de ellos no agradaron a Dios y perecieron en el desierto a manos del Exterminador.
También nosotros olvidamos a Dios, lo maldecimos en muchas circunstancias, no nos fiamos de Dios y creemos que sabemos más que Él. Somos dueños de nuestra vida y podemos hacer lo que nos parece. No vivimos la fidelidad a Dios. Construimos nuestras vidas a nuestra manera. En lugar de celebrar nuestro matrimonio, nos ajuntamos y separamos cuando nos conviene. Hacemos muchos negocios dejándonos llevar por la codicia y nos aprovechamos de los demás. Tenemos negocios malos con las drogas. No respetamos la vida ni desde que es concebida ni cuando muere. Esta Palabra ha quedado escrita para que reflexiones y nos corrijamos sobre todo en este tiempo de cuaresma. Pongámonos de rodillas para ver lo que Dios quiere de nosotros y no dejemos que el pecado se haga señor de nuestras vidas pues nos llevan por el camino de la perdición. Examinemos nuestra conciencia para ver en que hemos sido infieles a Dios, en que hemos traicionado nuestro bautismo. Pidamos al Señor perdón y que tenga su mano sobre nuestra cabeza para no apartarnos de Él pues la Vida está en Él. Veamos I Corintios 10, 1-6, 10-12.
El evangelio de san Lucas 13, 1-9 nos presenta tres situaciones. En tiempos del gobernador Poncio Pilato cometieron una atrocidad. Habían llegado al templo unos devotos y el gobernador los había hecho matar y mezclar su sangre con la sangre de los animales que se sacrificaban. Esto era un sacrilegio. Frente a esta situación Jesús no dice nada sino que reflexiona: si nosotros hubiéramos estado en su lugar, ¿hubiéramos estado preparados para la muerte? Por eso nos dice Jesús que vivamos convertidos pues cuando menos los pensemos viene la muerte y podemos perecer condenados a ella.
En otra oportunidad hay unas personas cercanas a un muro y éste cae y mueren algunas personas. También Jesús no hace comentarios sino que pone todos los acontecimientos en las manos de Dios y sabemos que todo sirve para el bien de aquellos a quienes Dios ama. Lo importante es vivir preparados a su encuentro. Jesús nos llama a estar listos y Preparados para la muerte.
Se nos presenta otro caso. Un señor tenía en su viña una higuera como pasaba con muchos israelitas. Junto a la higuera tomaban la sombra en momentos de mucho calor pero esperaban también que esa higuera diese higos para comer en los momentos de mucho calor. Pero no dio frutos. El dueño manda arrancar la higuera pero le dice que espere un poco para ver qué pasa; de lo contrario se la cortará.
Esa higuera somos nosotros que estamos plantados en medio de la viña que es la casa de Israel. Jesús espera de nosotros higos, frutos de vida eterna, de amor, de perdón, de fidelidad a Dios pero a veces estamos secos, sin frutos. Dios, sin embargo, tiene paciencia y espera de nosotros que demos fruto de vida eterna; de lo contrario seremos echados fuera, al infierno. Por eso nos dice el Señor que no basta que le llamemos como Señor sino que demos frutos de verdadera conversión, de ser cristianos. Cristianos fieles a Dios y fieles a sus hermanos. En este tiempo de cuaresma nos llama el Señor a ver en que hemos fallado para arrepentirnos y hacer la voluntad de Dios. La confesión es un medio extraordinario para purificarnos de nuestros pecados, perdonarnos con los que nos hemos ofendido y así llegar a la pascua como criaturas nuevas que aman al Señor y al prójimo.
P. Vicente Pérez.
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