EL PADRE MISERICORDIOSO
Reflexión. Cuarto Domingo de Cuaresma.
Los pecadores, los publicanos se acercan a Jesús porque confían en su misericordia pero los fariseos y letrados le critican. Es la situación nuestra que nos lleva criticar a quienes no escuchamos ni hacemos caso. Jesús tiene sus enseñanzas. Nos presenta tres parábolas y en las tres parábolas muestra a Jesús la alegría de Dios, de él al ver cómo la gente pecadora busca Dios se regocija con él.
Jesús nos muestra tres parábolas pero nos fijamos en la tercera. El Padre que tiene sus dos hijos y uno de ellos cansado de estar en su casa, pide la herencia a su padre que trata de convencerlo que lo mejor es estar con Él pero respeta su libertad. Le da la herencia que le corresponde pues le deja en libertad aunque eso será para perdición. Este joven se va de casa, deja a Dios pues no le importa, vive con aire de libertino para hacer lo que le dé la gana pero esa vida libertina se vuelve contra él. Pierde sus riquezas, se entrega a su libertinaje. Cae en la situación de perder su dignidad humana pues ahora nadie le hace caso, nadie le ayuda, pasa hambre, vive cuidando cerdos, cosa que era abominable para un hebrero. No puede comer las algarrobas de los cerdos, animales extraños a Dios y al pueblo de Israel. Queda reducido a la miseria.
En estas circunstancias se siente abandonado pero todavía confía en su padre que le perdonará. No ha perdido esta confianza y puede sentirse a bien. Esa confianza le lleva a pensar en regresar donde su padre aunque solo sea para trabajar como un jornalero, como un esclavo. Ha perdido su dignidad pues la ropa está gastada, los zapatos han desaparecido, queda nada. No merece llamarse hijo pero aún le queda esta cara dura fruto de la misericordia de su Padre.
Pasan días de camino. El no duda de su padre. El Padre, por su parte suspira por su hijo, no duda en su venida y el deseo de verlo le hace esperar más. De repente alguien que viene, su hijo, corre hacia él. Se le conmueven las entrañas. Es el misericordioso. No le deja ni hablar de la emoción y cariño del padre. El hijo tampoco puede hablar pues la emoción le ha cerrado la boca. Amor de padre amoroso. Amor de Hijo pecador. Vence el amor del Padre y todo queda saldado. Hay fiesta que perdona, que ama.
El padre manda que le den nuevos vestidos de hijo, nuevos zapatos de hijo, comida de rey. El hijo perdido ha vuelto, ha resucitado, está de nuevo en la casa.
Este hijo somos nosotros que nos hemos alejado de Dios con el pecado. Hemos dudado de su amor, hemos prescindido de Él pero el pecado empequeñece, destruye la personalidad. Ya no es hijo, es esclavo. Quedamos adictos a la miseria más grande. El borracho, el mujeriego, el ladrón, el pervertido. El que odia ha quedado reducido a la desgracia, al rechazo, a la diferencia. Sin embargo Dios está ahí para perdonar siempre. Estando nosotros muertos por nuestros pecados, Dios nos ha rescatado y nos ha hecho hijos de Dios, herederos de su Gloria. Si alguien se siente defraudado de Dios, levante los ojos al cielo y encontrará un Padre bueno, que perdona. Dios hace fiesta con el pecador arrepentido, con cada uno en nosotros. Alegrémonos con nuestro Dios misericordioso. Es la parábola del amor, perdón. Jesús perdona a Zaqueo, a Mateo, a María Magdalena, a todo aquel que sintiéndose pecador, confía en el Señor. En este tiempo de cuaresma, sintamos el amor del Padre y la gracia de acercarnos a Dios para ser la nueva creatura donde lo viejo ha pasado, todo es nuevo porque Cristo muerto por nosotros y ha resucitado para darnos la vida.
Nos presenta el ejemplo del otro hijo que al saber que el Padre ha hecho fiesta por su hermano pecador, se rebela, no quiere saber nada de Dios ni de su hermano. Rechaza al Padre, al hermano. Parecía que era buen hijo pero solo eran apariencias. El Hijo real es quien cree en el amor de Dios y del hermano, le perdona, entra al banquete del reino. Y Sabe que la herencia del cielo es del hijo mayor como del menor. El hijo mayor no ha gozado del amor del Padre y por eso está decepcionado. El Hijo mayor no goza de los bienes de él. Todo es son del amor de su Padre, es su fiesta. No busca su egoísmo sino la entrega al otro, a su amor, a su gracia. El hijo mayor goza el misterio de amor de Jesús y lo mismo el hijo menor y ambos se sienten verdaderos hermanos. Cuando ambos han entendido esto, se abrazan, se perdonan, renacen y ambos experimentan la misericordia del Padre.
P. Vicente Pérez.
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