PERDÓNANOS NUESTRAS OFENSAS COMO NOSOTROS PERDONAMOS


Reflexión. Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario. 
 
Seguimos estos evangelios con el sermón del monte. Hoy en la primera lectura de I Samuel 26, 2, 7-9, 12-13, 22-23 nos presenta al rey  David huyendo del rey Saúl que quería matarlo porque la fama de David era más grande. Ambos bandos están en unas montañas. David escondido en una cueva y Saúl en una explanada con su ejército. David se atrevió a ir al dormitorio de Saúl y le quita la espada y otras cosas pero no lo mata aunque se lo insinúan porque la vida del rey es sagrada. La vida de todo ser humano es sagrada y está en manos de Dios. Por ninguna razón debemos atentar contra el hermano por más daño que nos haya hecho.
 
San Lucas 6, 27-38 nos presenta las enseñanzas de Jesús sobre el amor al enemigo. Nos llama al amor al enemigo, no simplemente con palabras sino de obras, un amor que nos lleva a hacer el bien, a bendecirlos aunque ellos hablen mal de nosotros y nos lo deseen. ¿Quiénes son los que nos odian? Aquellos que se burlan de nosotros, nos juzgan, nos humillan. Jesús nos dice que es el que te da en la mejilla derecha y eso se hace con el dorso de la mano. Te está despreciando. A Jesús lo escupieron en la cara, le coronaron de espinas en señal de burla, le clavaron en la cruz, se rieron de Él y su respuesta a esto fue el perdón porque no sabían lo que hacían. Solo se puede dar el perdón si Dios nos lo concede pero también nosotros debemos humillarnos y querer dar ese perdón y Dios completará ese deseo nuestro.
 
¿Quieres más son nuestros enemigos? El que se lleva lo tuyo y te despoja del trabajo que has hecho y sirve para tu familia. El que no te paga el jornal a su debido tiempo o con justicia, abusando de ti porque si pierdes ese trabajo, no encontrarás otro. Dile la verdad con amor aunque no le metas en los tribunales. Dios lo ama  pero le pedirá cuentas de lo que robó y defraudó pero lo dejamos a Dios que juzgue.
 
Otro caso que nos pone Jesús el que te obliga a andar más de lo debido. Es una violencia que nos hacen pero nosotros la aceptamos mirando a Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos.
 
Si amamos a los que nos aman solamente, somos como los paganos pero el cristiano ama devolviendo bien que son favores, hablar bien del otro, cariños por el mal que nos hacen, que son los odios, venganzas, calumnias. De lo contrario no nos diferenciaríamos de los paganos, de los ladrones, de los aprovechados. Así seremos compasivos como nuestro Padre del cielo y seremos hijos de Dios. No juzguemos a los que hacen el mal. Dios lo hará con toda justicia y verdad. Aprendamos a responder con el bien a los que nos hacen el mal.
 
ENEMIGO/PERDÓN PERDÓN/ENEMIGOS: Tenéis enemigos. ¿Quién habrá en el mundo sin enemigos? Mirad por vosotros, amándolos a ellos; porque no te hará el más fiero enemigo tanto daño como tú a ti, si no amas al enemigo. Él puede perjudicarte: ¿Puede acaso hacerte daño como tú a tu alma? Mas ¿puedo yo dárosla? Os la dará aquél a quien decís: «hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Sin embargo, yo sé por experiencia que hay hombres cristianos que aman a sus enemigos. Rogad se haga en vosotros la voluntad de Dios. Voluntad de Dios es que perdonéis a vuestros enemigos; rogadle, pues, os otorgue la virtud de perdonarlos. Si en tú enemigo no hubiera cosa mala, no sería enemigo tuyo. Deséale, pues, el bien; desea ponga fin al mal, y dejará de ser enemigo tuyo. No es, en efecto, su naturaleza humana, sino la culpa quien en su persona es tú enemigo. Es lo mismo que tú; mírale como a hermano. ¡Oh iglesia! Tú enemigo es pagano, judío, hereje: es la tierra. Si, pues, tú eres el cielo, invoca al Padre, que está en los cielos, y ora por tú enemigos; que también Saulo era enemigo de la iglesia, y se oró por él y se hizo amigo. No sólo dejó de ser perseguidor, sino que vino a ser laborioso colaborador. Ora también tú contra la malicia de tu enemigo: muera ella y viva él. Porque, si muere tu enemigo, quedarás sin enemigo, mas tampoco tendrás un amigo. Si, en cambio, muriera su malicia, pierdes un enemigo y hallas un amigo. Todavía decís: ¡Hágalo Dios en vuestros corazones! También lo sé yo: ¡lo hacen pocos! ¡Algunas almas próceres de gran espiritualidad! ¿Qué fuera si les respondiese Dios: «por qué me pedís haga lo que prometí, si vosotros no hacéis lo que mandé? ¿Qué prometí?: perdonar vuestras deudas. ¿Qué mandé?: que perdonéis también vosotros vuestros deudores. ¿Cómo podéis hacer esto, si no amáis a los enemigos?». ¿Qué haremos, hermanos? ¿Tan reducida es la grey de Cristo, si únicamente deben decir: «perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, quienes aman a los enemigos? ¿Os diré que no oréis, si no amáis a vuestros enemigos? No me atrevo; orad, más bien, para lograr ese amor. ¿Os diré que sino amáis a vuestros enemigos, suprimáis en la oración lo de “perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores»? Imaginad que os digo: «no lo digáis». Pero, si no lo decís, no se os perdonan: si lo decís y no lo hacéis, tampoco se os perdonan. Luego, ¡dígase y hágase, para que os perdonen! He ahí, en efecto, lo que debéis hacer, so pena de condenaros: perdonar en seguida al enemigo, que os pida perdón. Apedreaban a san Esteban, y entre las pedradas doblaba las rodillas y oraba por los enemigos, diciendo: «Señor, no les imputes este pecado». Le arrojaban piedras, no le pedían perdón; más él oraba por ellos. Así te quiero yo a ti: ¡anímate! perdónale sin vacilaciones; que, de no perdonarle, no es a él, sino a ti, a quien perjudicas. Él sabe qué ha de hacer: consiervo suyo tú, si no perdonas a tu consiervo, señor y le dirá «Señor, he rogado a mi consiervo que me perdonase, y no quiso perdonarme; perdóname tú. ¿Acaso no es ilícito al Señor relevar de sus deudas a un siervo tuyo»? Y, recibido el perdón, él sale perdonado ante su Señor y tú quedas debiendo. Y el Señor te replicará: « ¡siervo injusto!: aun debiendo tanto, me suplicaste y te perdoné; ¿no era razón fueses a tu vez compasivo para tú camarada, según lo fui yo contigo?»
 
La segunda lectura está tomada de I corintios 15, 45-49 nos presenta al primer hombre, Adán con el nuevo Adán: Jesucristo y nosotros estamos llamados a ser el nuevo Adán, dando muerte al viejo Adán para vivir buscando sólo bienes del cielo.
 
P. Vicente Pérez.

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