EL RECHAZO DE JESUS
Reflexión. Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario.
La primera lectura está tomada de Jeremías 1, 4-6, 17-18 en que nos dice que Dios antes de nacer escogió a este personaje, lo consagró para ser profeta en Israel. Dios lo consagró al poner sus palabras en su boca. Después le anuncia que tendrá que ceñirse el manto en señal de que estará toda la vida viajando para dar testimonio de Dios. No tendrá que tener miedo a los que lo persiguen para que no tenga miedo a Dios. El Señor le dará la fuerza para resistir las persecuciones y será como una muralla de bronce.
Jeremías es imagen de Jesús. Veamos el evangelio de san Lucas 4, 22-30. Ya había sido escogido desde siempre y consagrado en el vientre de su madre. A los 30 años empieza su misión apostólica y una de sus preocupaciones era llevar la buena noticia a Nazaret donde se había criado. Allí anuncia como veíamos el domingo pasado que sobre él está el Espíritu del Señor, es el Mesías el que viene a liberar a los oprimidos por el diablo, a dar vista los ciegos y aquel día se cumplía esta Palabra en Nazaret. La gente reacciona con alegría y lo acoge porque ha anunciado el año de Gracia, de misericordia sobre toda la humanidad. Sin embargo poco después la gente llevada por los fariseos y herodianos reaccionan y exigen que Jesús, si quiere ser creído, debe realizar milagros en su pueblo pues hasta ese momento solo lo veían como el Hijo de José, el carpintero. Lo mismo que había hecho milagros en Cafarnaún, debía hacerlo en Nazaret para gloriarse ellos y ver un prestigiador en Jesús. Lo mismo sucederá con Herodes cuando lo tuvo en su vista. Quería verlo hacer milagros, no para creer en Dios sino divertirse.
Jesús contesta que el profeta Elías no hizo milagros en Palestina sino a una viuda de Sarepta, fuera de Palestina porque esta mujer tenía fe en Jesús y no quería aprovecharse de este profeta. Lo mismo pasará unos años después con el profeta Eliseo. Vino un general de Siria y creyó en la Palabra de Eliseo y se fue a lavar al rio Jordán y quedó curado de la lepra. Con estas palabras les decía que no podía hacer milagros porque veían en Jesús simplemente a hijo del Carpintero y no tenían fe. La gente reaccionó y querían despeñarlo por un precipicio pero Jesús se abrió paso y no le hicieron nada.
Jesús de esta manera está recibiendo una Palabra de su Padre. Su misión le llevaría a ser rechazado hasta la muerte. Jesús no regresará otra vez a Nazaret.
Esta Palabra nos dice que también nosotros debemos buscar a Jesús, no por nuestros intereses egoístas como que haga milagro para creer en Él: nos cure de una enfermedad, nos dé un trabajo, nos saque de los problemas que tenemos pero no queremos convertirnos. Ser discípulo de Jesús es seguir el camino de Jesús, que es el camino de la cruz y no hay cristiano que se llame verdaderamente cristiano sin abrazarse a la cruz, sabiendo que todo concurre al bien de aquellos a quienes Dios ama y le respondemos con amor.
En la segunda lectura tomada de san Pablo a I Corintios 12, 31-13,1-13 encontraos que la Iglesia es una comunidad con diferentes carismas para el bien de todos pero el principal carisma es el amor. En una primera parte nos dice que si no tengo amor, no soy nada. Podemos dar limosas a los pobres, podemos arreglar las cosas en la casa, sin amor no sirven de nada. Sta. Teresita del Niño Jesús decía que si no tengo amor, los que trabajan en la Iglesia, lo hacen en vano. El amor es la relación con Dios y con los hermanos. Dios es amor.
En la segunda parte nos describe las cualidades del amor.
Paciencia.- comprehensivo.- paciente
Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. Entonces todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad. Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para responder con ira, y finalmente nos convertiremos en personas que no saben convivir, antisociales, incapaces de postergar los impulsos, y la familia se volverá un campo de batalla. Por eso, la Palabra de Dios nos exhorta: «Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad» (Ef 4,31El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro.
Actitud de servicio.- Servicial
Pablo quiere insistir en que el amor no es sólo un sentimiento, sino que se debe entender en el sentido: es «hacer el bien». Como decía san Ignacio de Loyola, «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras». Así nos permite experimentar la felicidad de dar, la nobleza y la grandeza de donarse sobreabundantemente, sin medir, sin reclamar pagos, por el solo gusto de dar y de servir.
Sanando la envidia.- No tiene envidia
Luego en el amor no hay lugar para sentir malestar por el bien de otro (cf. Hch 7,9; 17,5). La envidia es una tristeza por el bien ajeno, que muestra que no nos interesa la felicidad de los demás. Mientras el amor nos hace salir de nosotros mismos, la envidia nos lleva a centrarnos en el propio yo. El verdadero amor valora los logros ajenos, no los siente como una amenaza. Amo a esa persona, la miro con la mirada de Dios Padre, que nos regala todo «para que lo disfrutemos» (1 Tm 6,17).
Sin hacer alarde ni agrandarse.-No presume ni se engríe, no busca aparentar
Literalmente expresa que no se «agranda» ante los demás. No es sólo una obsesión por mostrar las propias cualidades, sino que además se pierde el sentido de la realidad. Se considera más grande de lo que es, porque se cree más «espiritual» o «sabio». Pablo dice que «la ciencia hincha, el amor en cambio edifica» (1 Co 8,1). Es decir, algunos se creen grandes porque saben más que los demás, y se dedican a exigirles y a controlarlos, cuando en realidad lo que nos hace grandes es el amor que comprende, cuida, protege al débil.
La actitud de humildad aparece aquí como algo que es parte del amor, porque para poder comprender, disculpar o servir a los demás de corazón, es indispensable sanar el orgullo y cultivar la humildad. Jesús recordaba a sus discípulos que en el mundo del poder cada uno trata de dominar a otro, y por eso les dice: «No ha de ser así entre vosotros» (Mt 20,26). La lógica del amor cristiano es «el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mt 20,27). «Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes» (1 P 5,5).
Amabilidad.- No es mal educado ni actúa con bajeza
Amar también es volverse amable. Quiere indicar que el amor no obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el trato. Sus modos, sus palabras, sus gestos, son agradables y no ásperos ni rígidos. Detesta hacer sufrir a los demás. La cortesía «es una escuela de sensibilidad y desinterés», que exige aprender a sentir, hablar y, en ciertos momentos, a callar» El amor, cuando es más íntimo y profundo, tanto más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón».
Para disponerse a un verdadero encuentro con el otro, se requiere una mirada amable puesta en él. El amor amable genera vínculos, cultiva lazos, crea nuevas redes de integración, construye una trama social firme. El que ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan. Veamos, por ejemplo, algunas palabras que decía Jesús a las personas: « ¡Ánimo hijo!» (Mt 9,2). « ¡Qué grande es tu fe!» (Mt 15,28). « ¡Levántate!» (Mc 5,41). «Vete en paz» (Lc 7,50). «No tengáis miedo» (Mt 14,27).
Desprendimiento.- No es egoísta ni busca su interés
Hemos dicho que para amar a los demás primero hay que amarse a sí mismo. Sin embargo, este himno al amor afirma que el amor «no busca su propio interés», o «no busca lo que es de él». «No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás» (Flp 2,4). «El que es tacaño consigo mismo, ¿con quién será generoso? [...] Nadie peor que el avaro consigo mismo» (Si 14,5-6).Por eso, el amor puede ir más allá de la justicia y desbordarse gratis, «sin esperar nada a cambio» (Lc 6,35), hasta llegar al amor más grande, que es «dar la vida» por los demás (Jn 15,13). «Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt 10,8).
Sin violencia interior.- No se irrita
Alimentar esa agresividad íntima no sirve para nada. Sólo nos enferma y termina aislándonos. El Evangelio invita más bien a mirar la viga en el propio ojo (cf. Mt 7,5). «No te dejes vencer por el mal» (Rm 12,21). «No nos cansemos de hacer el bien» (Ga 6,9). Una cosa es sentir la fuerza de la agresividad que brota y otra es consentirla: «Si os indignáis, no llegareis a pecar; que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo» (Ef 4,26). Por ello, nunca hay que terminar el día sin hacer las paces. «Responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición» (1 P 3,9).
Perdón.- No lleva cuentas del mal y deja atrás las ofensas y las perdona
Si permitimos que un mal sentimiento penetre en nuestras entrañas, dejamos lugar a ese rencor que se añeja en el corazón. «Toma en cuenta el mal», «lo lleva anotado», es decir, es rencoroso. Lo contrario es el perdón, y trata de buscarle excusas a la otra persona, como Jesús cuando dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Pero la tendencia suele ser la de buscar más y más culpas, la de imaginar más y más maldad, la de suponer todo tipo de malas intenciones, y así el rencor va creciendo y se arraiga. Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice que sea fácil. Hoy sabemos que para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos. Tantas veces nuestros errores, o la mirada crítica de las personas que amamos, nos han llevado a perder el cariño hacia nosotros mismos. Eso hace que terminemos guardándonos de los otros, escapando del afecto, llenándonos de temores en las relaciones interpersonales. Entonces, poder culpar a otros se convierte en un falso alivio. Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás. Pero esto supone la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados gratuitamente y no por nuestros méritos.
Alegrarse con los demás.- No se alegra de la injusticia y siempre se alegra de la verdad
La expresión se regocija con la verdad. Es decir, se alegra con el bien del otro, cuando se reconoce su dignidad, cuando se valoran sus capacidades y sus buenas obras. «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). «Hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35).
Disculpa todo.- Goza con la verdad.- todo lo aguanta
«No condenéis y no seréis condenados» (Lc 6,37). No habléis mal unos de otros, hermanos» (St 4,11). Detenerse a dañar la imagen del otro es un modo de reforzar la propia, de descargar los rencores y envidias sin importar el daño que causemos. Muchas veces se olvida de que la difamación puede ser un gran pecado, una seria ofensa a Dios, cuando afecta gravemente la buena fama de los demás, ocasionándoles daños muy difíciles de reparar. La Palabra de Dios es tan dura con la lengua, diciendo que «es un mundo de iniquidad» que «contamina a toda la persona» (St 3,6), como un «mal incansable cargado de veneno mortal» (St 3,8). Si «con ella maldecimos a los hombres, creados a semejanza de Dios» (St 3,9).
Confía.- Disculpa sin límites
Esa confianza básica reconoce la luz encendida por Dios, que se esconde detrás de la oscuridad, o la brasa que todavía arde debajo de las cenizas. El amor confía, deja en libertad, renuncia a controlarlo todo, a poseer, a dominar. Esa libertad, que hace posible espacios de autonomía, apertura al mundo y nuevas experiencias, permite que la relación se enriquezca y no se convierta en un círculo cerrado sin horizontes. Al mismo tiempo, hace posible la sinceridad y la transparencia, porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica de su ser, entonces sí se muestra tal cual es, sin ocultamientos. Alguien que sabe que siempre sospechan de él, que lo juzgan sin compasión, que no lo aman de manera incondicional, preferirá guardar sus secretos, esconder sus caídas y debilidades, fingir lo que no es.
Espera sin límites, todo
Indica la espera de quien sabe que el otro puede cambiar. Siempre espera que sea posible una maduración, un sorpresivo brote de belleza, que las potencialidades más ocultas de su ser germinen algún día. Dios escriba derecho con las líneas torcidas de una persona y saque algún bien de los males que ella no logre superar en esta tierra.
Soporta todo, sin límites
«La persona que más te odia, tiene algo bueno en él; incluso la nación que más odia, tiene algo bueno en ella; incluso la raza que más odia, tiene algo bueno en ella. Y cuando llegas al punto en que miras el rostro de cada hombre y ves muy dentro de él lo que la religión llama la “imagen de Dios”, comienzas a amarlo “a pesar de”. No importa lo que haga, ves la imagen de Dios allí. Cuando te elevas al nivel del amor, de su gran belleza y poder, lo único que buscas derrotar es los sistemas malignos. A las personas atrapadas en ese sistema, las amas. Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te devuelvo el golpe y tú me lo devuelves. Simplemente nunca termina.
P. Vicente Pérez.
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