Sagrada familia
Reflexión.
La Iglesia nos presenta en este domingo la fiesta de la Sagrada familia. Hemos nacido en familia; también Jesús ha nacido en familia para santificar la familia. Hoy vemos cómo la familia está tan desgastada y se la ve como un juguete que se puede romper, destruir, cambiar. Jesús ha nacido en familia y nosotros debemos mirar esta familia de Nazaret para copiar sus actitudes y su vida.
José acoge a María por obedecer al ángel y la lleva a su casa. María es la mujer que Dios da a José para compartir su vida. María es un regalo de Dios y por eso José la respeta, ama y la trata con delicadeza. María acepta a José por obra del Espíritu Santo pues entre ellos no habrá relaciones matrimoniales. El amor no se basa en la sexualidad sino en la entrega y respeto mutuo entre los esposos. Es un don de Dios pero no todos lo tienen; sin embargo todos deben respetarse y poner por encima del sexo el amor de entrega, el amor de perdón.
Fruto de este amor son los hijos. Jesús está en esta familia como el hijo concebido por obra del Espíritu Santo y Jesús está sujeto a ellos, los ama, los obedece, aprende de ellos a trabajar. En este hogar de Nazaret está la paz, la concordia. En medio de los tres está Dios. Ellos invocan a Dios, todos los días rezan juntos y todos los días sienten la fuerza de Dios para comprenderse, amarse, dialogar, ayudarse, ser fieles. La alegría reina entre ellos. Hay felicidad. En el hogar donde está Dios, está el amor, el perdón, la fidelidad y la felicidad. En esta fiesta de la Familia de Nazaret está la fiesta de nuestra familia: esposos, hijos y allí debe estar la paz. Sin Dios, sin oración no hay familia, no hay felicidad.
En la primera lectura del Eclesiástico 3, 2-6, 12-14 se nos presenta la sumisión de los hijos a los padres. También el amor de los padres a los hijos. Cuando se da esta doble responsabilidad hay bendición de Dios. El hijo ama, respeta a sus padres pero los padres enseñan a los hijos a respetarlos a ellos. Esto supone que entre ellos haya dialogo para hacer comprender la realidad de la vida. Los padres enseñan a sus hijos como vivir en los valores del evangelio y ellos se someten. Los hijos no piensan que ya lo saben todo sino que Dios les ha dado a sus padres para que con amor los enseñen a vivir. Los padres son los primeros educadores de estos hijos. Los padres enseñaran a sus hijos el valor del amor, del perdón, el valor de la sexualidad dada por Dios, el valor de la humildad… Padres que siembran valores en los hijos, recogerán los frutos y sentirán la alegría de haber dado a sus hijos no solo la vida sino el crecimiento en los valores y estos muchachos agradecerán a los padres que les hayan inculcado estas cosas y serán dóciles.
En la segunda lectura de colosenses 3, 12-21 San Pablo nos enseña cuales son las virtudes que deben reinar en los hogares: compasión, bondad, humildad, mansedumbre. Que significa aprender a sufrir juntos lo bueno y lo malo. Llevar las cargas de los demás, es decir, si hay algún defecto de la otra parte, yo lo sufro, lo ayuda a superarlo con dulzura y amor. Los esposos deben amarse superando lo negativo. Todos tenemos la cruz, los defectos que nos fastidian pero yo no me irrito por ello sino que aprendo a corregir con amor. Dios bendice esto.
Estamos llamados a ser buenos, amables con los otros. Antes de mostrar un rostro amargado, esperemos que pase la amargura y sonriamos. Más moscas se consiguen con azúcar no con vinagre, decía san francisco de Sales. Más se consigue con la dulzura que no con la ira y los gritos.
Mansedumbre como es la mansedumbre de los corderos. Le hacemos daño y no se queja. Jesús nos ha dicho que aprendamos de Él que es manso y humilde. Jesús ha sufrido en su pasión tantos insultos pero calló y sólo abrió la boca para perdonar, excusándonos a todos. Esposos amen a sus esposas y no sean ásperos con ellas.
En el hogar debemos dejar que la Palabra de Dios se proclame todos los días y dejemos que llegue a nuestro corazón. Así todos nos sentiremos influenciados por la Palabra que nos salva. ¡Qué bonito ver a los esposos con sus hijos rezando todos los días!
En el evangelio de San Lucas 2,22-40 encontramos a Jesús en el templo para la purificación y allí el anciano Simeón coge al Niño y lo reconoce como Salvador y sabe que ha llegado la salvación para él y el mundo entero. Por eso puede morir en paz sabiendo que Jesús es la luz del mundo si lo desean acoger en su corazón.
En este día, que es el final del año, debemos pedir perdón a Dios por lo malo que hemos hecho contra Dios y contra los demás para empezar una vida nueva con Jesús, María y José y que en nuestros hogares esté la familia de Nazaret, guiándonos y conduciéndonos por el camino del amor.
P. Vicente Pérez.
Comentarios
Publicar un comentario