JUAN BAUTISTA
Reflexión. Segundo Domingo de Adviento.
En estos días de adviento nos acompañan dos personajes muy queridos: la Virgen María y Juan Bautista.
Ayer, 8 de diciembre, celebrábamos la fiesta de la Inmaculada concepción. Nace María y es llenada de Gracia desde el primer momento de su existencia. Estuvo sin pecado precisamente porque estaba predestinada a ser la Madre del Redentor y en virtud de esto Dios la libró del pecado y estuvo llena de Gracia. Ella es la santa porque tenía que acoger al Santo de Dios y no podía ser sin que María estuviera exenta de pecado. Ella nos enseña a prepararnos a recibir a nuestro Salvador luchando contra el pecado y siendo fieles a Dios. Miremos a María y nos dejemos contagiar por su misericordia. También nosotros hemos sido llamados a ser santos e inmaculados en su presencia en el amor.
María ha nacido y cuando llegó la plenitud de los tiempos recibió el saludo del Ángel que venía a pedirle su consentimiento para ser la Madre del Altísimo, Hijo de Dios y Ella, bajo la acción del Espíritu Santo, se ofrece en total disponibilidad y Dios se hace hombre por nosotros. Pero ahí empieza la misión de María porque su prima Isabel, la que no tenía hijos en su vejez, había concebido y María se dirige donde ella, llevando en su vientre a Jesús. Al llegar a Ain Karin, le sale al encuentro Isabel, que está encinta y al oír el saludo de María, el Niño salta de gozo en su vientre y queda lleno del Espíritu Santo. Se llamará Juan, Dios hace misericordia y nos manda al Salvador.
Ha llegado la plenitud de los tiempos y Dios nos quiere mandar un Salvador pero vendrá precedido por un Mensajero. El padre de Juan Bautista, Zacarías nos lo presentará: A ti, Niño, te llamará, profeta del Altísimo, porque iras delante del Señor a preparar sus caminos. Aparentemente es un niño como otros pero enseguida siente en su corazón la misión y se retira al desierto para estar a solas con Dios. Necesita una experiencia de Dios. Sólo así sentirá la fuerza de la Palabra que le habla al corazón y esa Palabra saldrá de sus labios con la fuerza de Dios. Va al desierto de Judea. Allí hace penitencia, comiendo cosas del desierto como miel silvestre, chapules y se vestía con cueros de animales. En la soledad descubre a Dios y siente la fuerza de Dios y el celo por su reino. Es la misma fuerza que habían tenido otros profetas como Jerremias 1, 4 El Señor me dirigió la palabra: 5 –Antes de formarte en el vientre te elegí, te consagré y te nombré profeta de los paganos. 6 Yo repuse: – ¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar. 7 El Señor me contestó: ––Mira, yo pongo mis palabras en tu boca, 10 hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar.
Alguien pasa por allí y no puede estar callado. Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos, elévense los valles y desciéndanlos montes y colinas; que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Esas palabras nos la dice a nosotros ahora en este tiempo de adviento. Nos llama a la conversión , es decir, que volvamos a poner a Dios como centro de nuestra vida, que hagamos un poco de desierto dentro de nosotros para poder escuchar a Dios que os habla al corazón, que tengamos disponibilidad para hacer lo que nos manda el Señor, que dejemos la vida de pecado que hay dentro de nosotros. Entonces todos veremos y experimentaremos la salvación de Dios. No podemos quedarnos con el nombre de cristianos sino debemos aprenderlo a ser cristianos.
De nada sirve que digamos que vamos a celebrarla navidad porque vamos a hacer una comilona todos juntos pero Jesús está ausente, no queremos examinar nuestra conciencia para ver como está nuestro corazón y escuchar lo que nos dice Dios. Hay que acercase a Dios para poder acercarnos al hermano; de lo contrario estaremos un tiempo juntos pero no correrá entre nosotros el amor y nos separaremos para olvidarnos. Por eso san Pablo en su carta a los Filípenses dice este domingo que nuestra comunidad vaya creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los verdaderos valores dela vida. Solo así llegaremos al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de santidad para alabanza y gloria de Dios.
El profeta Baruc nos habla de estar alegres y nos vistamos con el vestido de gala, que son las buenas obras para que haya paz en la justicia y gloria en la piedad. Abajaos el monte de nuestro orgullo para sentirnos hermanos y cariñosos. Que se levanten las depresiones y estemos con el carácter de la alegría que pasa al otro y lo contagia. Así nos reuniremos, guiados por la voz del Espíritu, gozosos porque Dios se acuerda de nosotros y sentiremos el manto de Dios que nos cobija.
La primera lectura está tomada del profeta Habacuc 5,1-9 y nos habla de la vuelta del destierro de Babilonia. Nos invita a vestirnos de fiesta que es la justicia de Dios. Estamos llamados a volver a la nueva Jerusalén que es la Iglesia, participando junto a nuestros hermanos de la asamblea de Dios.
Respondemos con el Salmo 125, 1-6 en que aclamamos a Dios porque ha sido grande con nosotros y esto es nuestra alegría.
Escucharemos a san Pablo en su carta Filipenses 1-11 en que nos invita a ir creciendo en un amor sincero en la familia, en la sociedad, en el trabajo, apreciando los valores de Dios y rechazando los criterios mundanos.
Escuchamos el evangelio de san Lucas 3, 1-6 en que nos presenta como Jesús ha nacido en un mundo dominado por el imperio romano pero allí en el río Jordán está Juan el Bautista, invitándonos a convivir con Dios, preparando el camino, la vida para recibir al Señor que nos trae la salvación.
P. Vicente Pérez.
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