ADVIENTO.- EL SEÑOR VIENE


Reflexión. Primer Domingo de Adviento. 
Con este domingo comenzamos el nuevo año litúrgico en que el Señor se hace presente para vivir el misterio de nuestra redención. Dios-Padre nos anuncia un salvador y nosotros estamos llamados a desearle con un ánimo bien dispuesto. Dios es fiel. En navidad nace el Hijo eterno del Padre, hombre como nosotros pero al mismo tiempo Dios. Se nos manifiesta como salvador de todos los hombres, representados por los magos y nosotros estamos llamado a ofrecerle nuestra adoración con el oro de nuestro amor, el incienso de nuestra alabanza y muestra unión a su sacrificio en la cruz.
Después viene inicio del tiempo ordinario en que acompañamos a Jesús en Nazaret trabajando como carpintero y después somos testigos de su bautismo y del don del Espíritu santo. Así entramos en la cuaresma para purificarnos de nuestros pecados y así poder participar en la Pascua en el misterio de nuestra redención, muriendo con Cristo y participando de su resurrección. Después de 50 días de pascua, recibimos al Espíritu santo para ser testigos de Jesús. Así seguimos después a Jesús en su vida pública hasta celebrar su última venida con la fiesta de Cristo Rey. Estamos llamados a vivir este misterio para que Jesús venga a nosotros y nosotros en Él.
Adviento: esperar la venida del Señor. Encontramos en la Biblia un personaje llamado Abraham, lleno de sufrimientos porque no tenía hijos y esto suponía una desgracia. No tenía una tierra donde ser enterrado sin que las fieras lo destapen y lo profanen. Había pedido a los ídolos estas dos cosas pero nada había logrado. Dios oyó el clamor y le pidió que se fiara de Él y le daría estas dos cosas. Así fue. Abraham tuvo una tierra y un hijo. Dios había cumplido su promesa. Lo había esperado.
Los descendientes de Abram habían quedado esclavizados en Egipto y clamaron al Señor y Él vio el sufrimiento y los sacó por medio de Moisés y los hico pasar el mar Rojo y cantaron al Señor porque sublime es su victoria. Así les dio la tierra prometida.
Más tarde por sus pecados fueron llevados a Babilonia y allí les tocó sufrir mucho, lejos de su tierra. Clamaron al Señor. ¡Ojalá rasgaras los cielos y descendieras; las montañas desaparecieran ante Ti! Tú bajaste y las montañas desaparecieron ante Ti. (Isaías 53, 19 y54, 1-2.) Por medio del profeta Jeremías 33, 14-14.- (Lectura de este domingo) anuncia un descendiente de David que vendrá a salvar a Israel, su pueblo. Este descendiente es Jesús que salvará a la humanidad de sus pecados. El Señor es nuestra justicia, nuestra salvación y seremos Pueblo santo, Villa leal.
También nosotros estamos esclavos de nuestros pecados. No somos capaces de dominarnos y nos dejamos llevar por la ira, el amor propio, el egoísmo y tantos otros vicios y maldades. Cada uno examine su conciencia y verá que necesita al salvador. Nosotros ahora nos preparamos para la primera venida de Jesús en que Él viene a cargarse con nuestros pecados para que nos purifiquemos y construyamos un mundo mejor donde reine el amor mutuo sin excluir a nadie. Este tiempo no es un  tiempo de fiestas y regalos, de baile y borracheras. Es el tiempo de salir al encuentro de Jesús, acompañados de buenas obras, sin devolver a nadie mal por mal sino perdón y misericordia. (I Tesalonicenses 3, 12–4, 2) Por eso Jesús nos dice que no se endurezca nuestro corazón en el pecado. Hagamos alguna penitencia para purificarnos.
El encuentro con Jesús en esta primera venida nos debe ayudar a prepararnos a su segunda venida cuando Cristo aparezca entre las nubes del cielo y mande a sus Ángeles a reunir a todos los seres humanos de los cuatro ángulos de la tierra y entonces nos pedirá cuentas de nuestros actos. Por eso esta primera venida que se va repitiendo cuando celebramos la misa, cuando nos acercamos al confesional, cuando leemos y meditamos la Palabra de Dios, nos debe servir para purificarnos de nuestras malas acciones u omisiones y dejarlas a un lado. Es un tiempo para estar alerta. Tú no sabes cuando viene Jesús a tu vida y si tú estás enzarzado en el pecado, no te vas a dar cuenta de Jesús. Y debes tener miedo de que Jesús pase de largo porque tú tienes las puertas cerradas a Él. Puede venir hoy, mañana, no sé a qué hora. Búscalo mientras Dios te la oportunidad y no digas que mañana lo harás porque no puede llegar ese mañana. Hoy te da la oportunidad de encontrarlo. Si estás atento, cuando Él llame a tu corazón, le abrirás y Jesús derramará sus dones sobre ti. Leamos el evangelio que nos llama a estar atentos porque se acerca nuestra liberación o perdición. Por eso debes decir: ven, Señor, no tardes, te estoy esperando. Lucas  21, 23-28, 34-36.
P. Vicente Pérez.

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