ESCUCHA, ISRAEL


Reflexión. Trigésimo primero Domingo del tiempo ordinario. B. 
 
En este Domingo 4 de Noviembre, 31 domingo del tiempo ordinario, se nos presenta la lectura del Deuteronomio 6, 2-6 que nos refiere uno de los últimos discursos de Moisés y que ha quedado  plasmado en la oración que todo israelita debe proclamar cada día al levantase y al acostarse. También nosotros debemos aprender esta oración. Es la misma oración que nos trae el evangelio de san Marcos 12, 28-34 de manera que Jesús sigue aprobando esta oración que Él mismo recitaba primero en Nazaret con José y María y después en su vida pública hasta la cruz.
 
En la segunda lectura tomada de la carta a Hebreos 7,23-28 nos presenta al sumo sacerdote que permanece para siempre porque no muere y este sacerdote que es Jesús, es un Pontífice santo, inocente, sin mancha. No es pecador pero intercede por los pecadores. Ha ofrecido de una vez para siempre el sacrificio de su vida en la cruz por nosotros.
 
En estos evangelios se le proponen a Jesús algunas cuestiones, unas veces para cogerle en alguna trampa y otras veces, como hoy, para resolver alguna duda que tenían.
 
Un letrado se acerca a Jesús para hacerle una pregunta. Los estudiosos de la Biblia del Antiguo Testamento habían recogido 613 mandamientos, unos de mayor importancia y otros de menor importancia, que habían encontrado en la Biblia. 365 de estos mandamientos eran positivos pues mandaban hacer algo bueno y 248 eran mandamientos negativos lo que no se podía hacer para la salvación. Entre los letrados había distintas opiniones. Unos decían que era la fe lo más importante, otros que era el amor al prójimo y otras respuestas. Jesús no duda en proclamar el primero de todos los mandamientos pues todos los días los israelitas lo recitaban  por la mañana, al mediodía y de noche. Marcos 12,29 Jesús respondió: —El más importante es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. 30 Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas. 31 El segundo es: Amarás al prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos. 
 
Escucha, Israel. El Señor nuestro Dios es uno. Es la proclamación de la fe que tenía Israel en Dios. Dios se había aparecido a Abran cuando estaba en Ur de Caldea. Le había invitado a dejar su tierra, su familia, todo. Le había invitado a fiarse de Dios e ir a adonde Dios le enviase pues le daría una tierra y un hijo. Abraham se fía y se pone en camino sin saber a dónde iba. Más tarde cuando Dios le da este hijo, le manda sacrificarlo, pudiendo perder la esperanza de la descendencia y Abraham se fía de Dios que es capaz de resucitarlo. Abrahán debía dejar a los demás ídolos y fiarse sólo de Dios. Por eso en su oído estará siempre la palabra: escucha, el Señor es tu Dios, tu único Dios.
 
Ésta es la Palabra que Dios pone en nuestro corazón: aceptar a Dios como el único Dios de nuestras vidas. No es Dios el dinero, la vanidad, el trago, la droga. No son dioses las brujerías. Solo Dios es el Señor de nuestras vidas. Estamos llamados a descubrir a Dios como el único Señor y enamorarse de Él. Por eso cada mañana al levantarnos debemos recitar este mandamiento que se ha quedado en el libro del Deuteronomio y en los evangelios, Cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Qué es lo que me impide reconocer a Dios como mi único Señor? ¿El dinero? ¿La vanidad, el sexo, la droga? ¿Qué otra cosa? Fíate de Dios y acógelo como tu única herencia.
 
Quien empieza a reconocer a Dios como su único Señor, está llamado a amarlo con toda la intensidad de nuestro corazón, es decir, amarlo más que a nuestro padre, nuestra madre, nuestros hijos, nuestro yo. Cuando alguien de la familia se pone entre nosotros y Dios y nos lleva a dejar a Dios o rechazarlo, ya estamos fallando.
 
Es amar a Dios con toda nuestra alma, nuestra vida. Se cuenta del maestro Akiba que le habían condenado al martirio y estando en estos suplicios recitaba esta oración, añadiendo que en ese momento podía cumplir este mandamiento porque estaba dando la vida por Dios. Es lo mismo que decía san Ignacio de Antioquia cuando le llevaban al martirio en el coliseo de Roma que pedía a los cristianos influyentes de Roma que no intercedieran por él pues en ese momento estaba demostrando que era verdadero discípulo de Jesús. Estos días pasados una cristiana llamada Asia Bibi que ha pasado casi diez años en una cárcel de Paquistán por ser cristiana, por amar a Jesucristo, Dios la liberó. Decía cuando estaba pendiente de la condena: “No sé todavía cuándo me cuelgan, pero estad tranquilos, amores míos, iré con la cabeza bien alta, sin miedo, porque estaré en compañía de Nuestro Señor y con la Virgen María, que me acogerán en sus brazos”. A sus hijos: “Mis niños, no perdáis ni el valor ni la fe en Jesucristo. Os sonreirán días mejores y allá arriba, cuando esté en los brazos del Señor, continuaré velando por vosotros”, agregaba en aquella misiva.
 
Amar a Dios con toda el alma es dar la vida por Dios. Que se ríen de ti, que te insultan por ser cristiano, tu das la cara por Jesús y no te avergüenzas. Que dejas de beber trago y otros se burlan, te humillan, que te invitan a acompañarte a un prostíbulo donde vas a ser infiel a Dios y a tu familia, sufre contento por sacar la cara por Jesús. Jesús te defenderá ante su Padre del cielo.
 
Amar a Dios con todas las fuerzas. Las fuerzas son el símbolo del trabajo con el que nos ganamos el pan de cada día pero a veces esto puede rayar en ambición, avaricia y Jesús nos dice que no se puede servir a Dios y al dinero porque o se ama a uno o se ama al otro. ¡Cuánta gente deja a Dios a un lado por afán del dinero! Nosotros sabemos que Dios es Padre que nos cuidará y por eso sabemos que Dios nos dará lo necesario para vivir. Jesús fue tentado para dejar a Dios y servir al demonio, con la promesa del diablo de que le dará todas las cosas de este mundo pero Jesús no se dejó engañar: al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás y puso a Dios como centro de su vida.
 
Quien ama a Dios, debe amar al prójimo con las mismas cualidades pues ¿cómo vamos a decir que amamos a Dios si no amamos a nuestro prójimo a quien vemos? Este amor está por encima de todos los holocaustos y sacrificios. Jesús nos cuenta la historia de aquel samaritano que socorrió al que había caído en manos de ladrones mientras que los sacerdotes que bajaban del templo, pasaron de largo. No ama a Dios quien no ama a su hermano necesitado. La fe en Dios está unida al amar a Dios y este amor se demuestra cuando amamos a los hermanos. No ama a Dios quien odia a su hermano.
 
P. Vicente Pérez.

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