EL JOVEN RICO
Reflexión. Vigésimo octavo Domingo del tiempo ordinario. B.
Estamos en el domingo 28 del tiempo ordinario en este día 14 de octubre y hoy la Iglesia ha declarado santos a siete personas, entre ellas al Papa Pablo VI y al obispo de san Salvador, Oscar Romero.
Salomón fue proclamado Rey de Israel por David y bajó al santuario de Gabaón para pedir a Dios sabiduría para gobernar a su pueblo y Dios le concedió un sinnúmero de bienes. En el libro de la sabiduría nos recuerda este episodio y ensalza la sabiduría de Dios por encima del dinero y demás bienes. Sabiduría 7, 7-11. Resonemos a esta lectura con el salmo (80) 12-17 pidiendo a Dios que podamos calcular nuestros años de vida para vivirlos con sabiduría, sensatez bajo la bondad de Dios.
En la segunda lectura, Hebreros 4, 12-14 nos llama a ensalzar la Palabra de Dios que es como una espada de doble filo pues por un lado destruye la maldad que hay en nosotros y por otra parte construye nuestra vida cristiana. Por eso estamos llamados a recibir esta Palaba, acogiéndola en el corazón.
En el evangelio de san Marcos 10, 17-30 encontramos a Jesús caminado hacia Jerusalén donde dará la vida por todos y sale al encuentro de Jesús un joven rico para preguntarle qué debe hacer para tener la vida eterna. Es una pregunta que otros le dijeron. Le llama bueno y Jesús le hace una observación. Sólo Dios es bueno. Es como decirle que está ante la presencia de Dios que está representado por Jesús, Jesús nos hace ponernos ante Dios también a nosotros. Sólo viviendo en la presencia de Dios podremos entender la respuesta.
Jesús le recuerda los mandamientos de la segunda parte, los que tienen relación con el prójimo. El joven le responde que los ha cumplido desde pequeño. Decir esto significa que reconocer que está en regla, está justificado, es una persona honrada y todo está bien. También nosotros podemos pensar lo mismo. Yo no robo, no mato, no me meto con nadie, cumplo los mandamientos de Dios y creemos que estamos salvados. Somos católicos practicantes.
Jesús le miró con amor como también a nosotros pues estamos engañados y el demonio nos coge para justificarnos y no ponernos ante Dios con sus exigencias y con la llamada a la entrega. Una cosa te falta, dice Jesús. ¿Qué me falta? Pensamos nosotros. Todo está hecho. Vende tus bienes y dáselos a los pobres. ¿Cuáles son esos bienes? Tu tiempo para poder dárselo a los pobres, a los enfermos, a los necesitados. Dar tus bienes es dar tu perdón, renunciando a tu orgullo, a tu ira, a tu revancha, desdecir para reconciliarnos con los demás. Es poner a Dios por encima de todo y por amor a Dios, hacer el bien a tus hermanos, los necesitados, los que te han calumniado. Esto es despojarnos de nosotros mismos para llenarnos del amor a Dios y al hermano pero sin engreírnos. Aquel joven agachó la cabeza y se fue triste porque tenía mucho amor propio, mucho egoísmo, mucha soberbia. Era muy grueso y los gruesos no pueden entrar por la puerta estrecha. Estrecha es la puerta y no entran los engreídos. Todos los días necesitamos destruir nuestro hombre viejo para revestirnos de Jesucristo el que se abajó hasta darse a todos en la cruz.
¡Qué difícil es que los que están llenos de orgullo, vanidad, venganza entren en el reino de los cielos! Pero lo que es imposible para nosotros es posible para Dios. Fue posible que Abrahán tuviera un hijo en su ancianidad y su esposa siendo estéril. Para Dios no fue imposible que Ana tuviera un hijo siendo estéril. Para Dios fue posible que Isabel tuviera un hijo en su vejez, Para Dios fue posible que María quedando virgen fuera Madre. Esto nos llama que si nos parece imposible cambiar de Vida, perdonar, darnos a los demás, Dios puede hacerlo todo y cambiar nuestras vidas. Los apóstoles eran necios pero con Jesús cambiaron su vida y de pobres pescadores que eran, se transformaron en apóstoles que van por el mundo entero con otras lenguas, otras culturas y predican a Jesús y la gente se hace cristiana. Ellos se entregaron a Dios con toda la generosidad del hombre. Dios es Dios, el absoluto y por él dejaron casas, familia, aceptaron las persecuciones y hasta la misma muerte y salen contentos de sufrir por el Nombre de Cristo. Hay que perderlo todo para ganarlo todo.
P. Vicente Pérez.
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