Somos sordomudos

Marcos 7,31-37 
Reflexión. Vigésimo tercer Domingo del tiempo ordinario. B. 

El Mesías vendría para sanar a los cojos, dar vista a los ciegos, a sanar a los leprosos, a proclamar el año de la gracia del Señor. Un día Jesús recibe a unos emisarios de Juan el Bautista que se encontraba en la cárcel por haber denunciado a Herodes su pecado de adulterio con Herodías. ¿Eres tu el que ha de venir o esperamos a otro? Jesús le hace ver lo que está haciendo con los leprosos, con los ciegos, con los paralíticos, con los sordomudos y añade que son dichosos los que no se escandalicen de Él. Jesús es el Mesías que viene a salvar a los enfermos pero también a los que están aquejados de cualquier enfermedad. No hay otro que nos pueda salvar. Así nos habla la primera lectura a la luz del Evangelio. Isaías 35, 4-7 y respondemos a esta lectura con el salmo 145.

Jesús está haciendo una gira de predicación por los territorios de Tiro y Sidón que estaban al norte de Palestina y  después baja a la región de Galilea y por aquí pasa por la región de la  DECÁPOLIS. Allí le llevan a Jesús a un sordomudo. Es una persona que no puede comunicarse con los demás, se siente aislado y Jesús le toma por la mano ya lo lleva fuera del gentío. Le toca los oídos y la boca mientras dice: Éfeta, ábrete y aquel hombre empezó a oír y a proclamar las acciones de Dios. Jesús es el Mesías que viene a curar a los enfermos e introducirlos en la sociedad pero hay algo más. 

La Iglesia siempre ha visto en este hombre al sordo que no tiene abierto el  oído para escuchar  a Dios. Tiene oídos para oír y no oyen porque su corazón se ha endurecido. Así nos dice el profeta Isaías. Por eso la insistencia en la palabra para decirnos: Escucha, abre tu oído, ponte en disponibilidad  hacia Dios (Dt 6,). Hay personas, nos dice Jesús, que no son de Dios  y por eso no pueden escuchar (Jn 8, 43, 47). Hay que oír la Palabra de Dios pero sobre todo ponerla en práctica. No todo el que dice: Señor, Señor, entrara en Reino de los cielos sino el que hace la voluntad de Dios( Mt 7,24…). Todos nosotros el día de nuestro bautismo hemos sido signados en la boca y en el oído para oír esta palabra. Todos los domingos debemos escucharla pero a veces nos distraemos y la dejamos pasar. María es la mujer que ha escuchado la Palabra de Dios. Nos dice el evangelio que oía y veía lo  que Jesús decía y hacia y lo guardaba en su corazón y Jesús la alabó.  Ella cumplía su palabra. Dios en el Monte la de la transfiguración nos presentó a Jesús como su Hijo a quien debemos escuchar  cuando nos habla incluso de la cruz. (Mt 17, 5…) 

Quien ha escuchado la Palabra de Dios, la proclama a otras personas porque no puede quedarse con ella. Si hemos oído la voz del Señor, lo anunciamos a otras personas para que la palabra transforme a otras personas y las haga cristianos. Uno se hace cristiano cuando oye la Palabra de Dios y la anuncia a otros. Escucharemos el evangelio de San Marcos 7,31-37 

Estamos escuchando cada domingo la carta del Apóstol Santiago. Hoy nos presenta el trozo del capítulo 2,1-5. Comienza con la necesidad de no hacer distinciones de personas. Si uno es rico, tiene títulos de estudio, tienen un cargo importante y por estas razones le distinguimos, le damos honores y a los pobres los echamos a un lado, no los tomamos en cuenta. Todo esto no está conforme con la voluntad de Dios. El rico epulón tenía dinero, comía bien, era honrado  y Lázaro echado a una lado, despreciado  ni le daban de comer pero ambos murieron y Lázaro fue llevado al seno de Abran, Se cambia la situación. Por eso nos dice el Apóstol Santiago que los pobres son los herederos del reino de los cielos. 

Para un cristiano todos somos iguales y todos debemos honrar a todos sin diferencias ni distinciones pues cometemos pecados ante Dios. Más aun, debemos prestar mayores servicios, respetos a los despreciados del mundo pero ricos para Dios. Examinemos nuestra conciencia y veamos  si de nosotros sale amor al pobre y respeto. Estamos en la eucaristía es el sacramento de la unidad, de la paz, del amor que se manifiesta en los hechos. 

P. Vicente Pérez.

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