PEQUEÑOS COMO NIÑOS
Reflexión. Vigésimo quinto Domingo del tiempo ordinario. B.
Después de la confesión de Pedro que aclama a Jesús como el Mesías, Él nos anuncia otra vez su pasión, muerte y resurrección y esto escandaliza a los discípulos pero esta vez se callan.
Han pasado algunos días y Jesús ha estado recorriendo Galilea y llega a Cafarnaúm, a la casa de Simón Pedro, la sede donde Él se hospeda y ahora hace un nuevo anuncio: el Hijo del Hombre va a ser entregado a la muerte como sacrificio expiatorio para salvar a los hombres. Son esos mismos hombres, todos nosotros los que le vamos a dar muerte pero con su muerte y resurrección seremos salvados. Tampoco los discípulos entienden esto de la muerte. Nos es más fácil entender la resurrección pero no lo que viene antes: la muerte, el rechazo, el sufrimiento.
Tenemos miedo en preguntar a Jesús qué significa esta muerte para nosotros. Hablamos mucho de la cruz pero no entendemos la cruz que estamos llamados nosotros a llevarla para transformar nuestra vida en un ser nuevo que ama, perdona, se sacrifica por los demás. Solo en pensar en morir, sacrificarse, ceder ante las pretensiones de otras personas, nos da miedo. Hoy el Señor nos llama a descubrir el valor de la cruz para poder abrirnos a los demás y reconciliarnos con ellos.
Los Apóstoles se quedan rezagados para hablar de sus asuntos sin que Jesús lo sepa. Estaban preocupados por quien ocuparía el primer lugar entre ellos. Habían visto como Jesús escogió a Pedro, Santiago y Juan para llevarnos al monte de las transfiguraciones, para estar con Jesús como testigos de la resurrección de la niña de Jairo y todos aspiraban a grandezas humanas. Jesús se da cuenta y les pregunta sobre qué cosas discutían en el camino y también callan porque se sienten cogidos en la trampa. No tienen confianza en Jesús. También nosotros tenemos aspiraciones humanas para estar por encima de los otros, ser estimados, ser tomados en consideración. También nosotros tenemos miedo de sacar a flote el pecado que llevamos dentro, del de nuestra ambición y orgullo pero sólo cuando descubrimos nuestros pecados de ambición ante Jesús, Él podrá salvarnos y hacer de nosotros personas nuevas. Abramos nuestro corazón a Jesús con sinceridad y Jesús nos curará.
Jesús nos da a todos una palabra. Si quieres ser el primero de todos, sé el último de todos. Aprende a servir, a humillarte, a escuchar al otro y ver en qué tiene razón. Nos dice Jesús que nos hagamos pequeños como niños, que no tienen malicia, que no buscan sobresalir. Jesús en la última cena se levantó de la mesa. Se quitó el manto, cogió una lavacara y se arrodilló ante los discípulos aunque Pedro no quería aceptar esta actitud. Jesús os dice a todos: Me llamáis Maestro y Señor. Dicen bien. Pues si yo como Señor os he lavado los pies como una actitud de servicio, hagan ustedes lo mismo.
Acoger a un niño, a un pequeño, es hacerlo a Jesús y se hace una sola cosa con Él. El mundo de hoy pelea porque queremos estar por encima de los otros. Pero la grandeza del ser humano está en ser pequeños surgiendo, callando, estimando a los demás por encima de nosotros. Así podremos escuchar con respeto y dialogar, diciendo lo que pensamos Nosotros sentiremos lo que ellos nos dicen, lo que tienen de verdad en sus actitudes y esto destruye las diferencias, contrariedades. Se llega así a la armonía y la paz.
En la segunda lectura el apóstol Santiago nos dice que donde hay envidias, peleas, hay desorden pero esto se da en la medida que no nos hacemos pequeños. Por eso debemos saber que la sabiduría de un ser humano es la que viene de Dios que dejó su condición divina, para hacerse pequeño como nosotros como el último de los hombres, se humilló hasta la misma muerte de cruz que es lo último. Ser pequeño es tener la sabiduría de Dios que nos lleva a estar en paz con todos, a ser comprensivos, dóciles, misericordiosos, constantes, sinceros. Pero si no renunciamos a las grandezas humanas tendremos luchas, peleas, conflictos. Esto nos destruye los hogares, el contacto con los vecinos, la relación social en el trabajo y nos amarga la vida. El que se humilla, se hará grande y Dios lo bendecirá.
Las lecturas de este domingo 25 del año son: Sabiduría 2, 17-20 y respondemos con el salmo 53, 3-8.
Santiago 3, 16-18; 4, 1-3 y Marcos 9, 26-36.
P. Vicente Pérez.
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