LA PURIFICACIÓN DEL CORAZÓN


Reflexión. Vigésimo segundo Domingo del tiempo ordinario. B. 

Continuamos este Domingo con el evangelio de san Marcos que la Iglesia nos presenta este año. Domingo 22. 

Lecturas:

Deuteronomio 4, 1-2, 6-8 y respondemos con el salmo 14, 2-5 

Comenzamos con la carta de Santiago 1, 17-18, 21-22,27 y El evangelio de san Marcos 7, 1-8, 14-15, 21-23 

Jesús se encuentra con mucha gente que seguía a Jesús. También están algunos fariseos que habían llegado de Jerusalén con el fin de espiar a Jesús y observan que los discípulos de Jesús se ponen a comer sin lavarse las manos y enseguida los acusan. Entre los judíos había unas tradiciones que eran algo así como costumbres que se habían inventado ellos mismos pero no significaban que eran necesarias para la salvación. 

En la Iglesia hay una Tradición (en mayúscula) que se transmite de palabra. Así todas las  páginas del antiguo y nuevo testamento; esas páginas vienen de Dios y son sagradas, no se pueden cambiar. Después muchas de estas páginas se escribieron y formaron la Biblia, es decir, los libros que contienen la Palabra de Dios y son sagradas y debemos creerlas pero siguen transmitiéndose estas revelaciones de Dios, no escritas, por medio de la Palabra y también son sagradas. Entre la palabra escrita y la palabra hablada no hay diferencia. 

Otra cosa es las tradiciones o costumbres que se hayan formado y no vienen de Dios; son invento de los hombres como nos dice Jesús. Así procesiones de la Virgen, novenas y otras muchas cosas. Nos ayudan a vivir la Palabra de Dios pero no es revelación. En tiempos de Jesús estaban los lavatorios de las manos antes de comer. 

En el caso presente es bueno lavarse las manos antes de comer o en otras ocasiones pero no hay pecado si no se lavan. Si a uno de nosotros le ayuda una devoción de novenas para encontrarnos con Dios hagámoslo. Lo importante es que nuestro corazón está con Dios y no hagamos las cosas por costumbre sin convertirnos y cambiar de vida. Jesús nos dice que muchas personas honran a  Dios con los labios para fuera pero por dentro están llenos de maldad y ninguna cosa les salva porque no se han convertido. No es cuestión de ir a la novena de la Virgen del cisne si después no nos reconciliamos con la persona ofendida. De nada nos sirve si después no queremos casaros y ser fieles en el matrimonio. Estamos lejos de Dios y no nos sirven ninguna de estas prácticas. Tenemos oídos para oír y no lo oímos; tenemos ojos para ver y no vemos porque el corazón se ha endurecido. 

Por eso Jesús nos dice que no nos condenamos por no habernos lavado las manos, por no ir a una procesión sino porque en el corazón tenemos la maldad. Hacemos las cosas con la intención de hacer daño a otra persona, de engañarle para robar, de encontrar causales para llevar a una persona a juicio y lo condenen a la cárcel. Buscamos pretexto para abusar de otra mujer. Buscamos causas para difamar a otro. A veces vamos a dormir o estar solos y estamos dando vueltas en la mente para ver cómo me puedo vengar y hacer daño, cómo puedo hacer alguna trampa para ponerme por encima del otro y yo ser más. Cada uno de nosotros debe examinar todos los días su corazón, su mente. No podemos acostarnos sin pensar: ¿qué he hecho yo de bueno o de malo contra Dios y contra el hermano? 

Si nos ponemos delante de Dios, encontraremos muchas maldades que tienen su origen en el corazón y eso daña a cada de nosotros y después a los demás. Todo esto nos hace impuros y pecadores y no veamos lo que otros hacen o dejan de hacer. Yo estoy ante Dios que me juzga y tengo que limpiar mi vida mientras Dios me dé tiempo en esta vida porque llegará un momento en que tengamos que presentarnos ante Dios y ya será tarde para arrepentirnos. 

Por eso nos dice el Apóstol Santiago que aceptemos dócilmente la Palabra de Dios que ha sido plantada dentro de nosotros por medio de la Iglesia. No basta con escuchar la Palabra sino dejar que la Palabra entre dentro de nosotros como la semilla en tierra buena para producir fruto. ¡Ay de nosotros si nos cerramos a la Palabra y nos resistimos!

P. Vicente Pérez.

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