TÚ ERES EL SANTO DE DIOS
Reflexión. Vigésimo primer Domingo del tiempo ordinario. B.
Este es el Domingo 21 del tiempo ordinario:
- Josué 24, 1-2. 15-18.
- Salmo 33.-
- Efesios 5,21-32
- Juan 6,60-69
Durante estos últimos cuatro domingos hemos estado acogiendo los textos del capítulo 6 de san Juan. Veíamos que Jesús da de comer a una multitud que le había estado escuchando. Le quieren hacer rey pero los manda a sus casas y Él se va a rezar a solas.
Al día siguiente se encuentran en Cafarnaún y Jesús les ayuda entender el misterio. Busquen el alimento que no perece. Ese alimento es hacer la obra de Dios que significa creer que Jesús es el pan de Vida que ha bajado del cielo. Él es Dios pero los judíos murmuran y se rebelan porque conoce a Jesús como Hijo de María y José pero no han visto el misterio de su persona.
Esto mismo nos pasa a nosotros que no vemos el misterio de Jesús y por eso no nos entregamos a Él. Solo quien siente que Dios Padre le ilumina y le atrae a Jesús, puede creer en él y tener vida eterna.
El pan que Jesús nos da es su carne entregada por la vida del mundo. También los judíos murmuran porque no puede pensar que Jesús es el salvador de todos. Hace falta la experiencia de Jesús. Quien come mi Carne y bebe mi Sangre vive en mí y yo en Él. Su Carne es verdadera comida y su Sangre verdadera Bebida. Comer el Cuerpo de Jesús no es solo masticarlo y tragarlo sino entrar en comunión con Él y Él en nosotros. Cuando uno ha experimentado esta comunión, siente que Él está en nosotros y sabe que es el salvador de los hombres.
Ante estas afirmaciones de Jesús, no solo murmuran los judíos pues no le reconocen como Dios y hombre, ni como salvador de los hombres en la cruz sino que también los discípulos de Jesús se escandalizan y se apartan de Jesús. Nos dice a todos nosotros que somos sus discípulos, que le veremos subir al cielo donde estaba antes y puede suceder que lo veamos pero no percibiremos el misterio de su glorificación después de haber dado la vida por nosotros. Los apóstoles vieron a Jesús subir al cielo y lo creyeron. Regresaron contentos de haberlo visto ascender a lo más alto del cielo y les dio la fuerza para poder salir a predicar por el mundo entero pero otros se quedaron en su negativa y lo rechazan.
También nosotros podemos leer la Biblia, podemos ir a Misa y rezar pero lo hacemos en la superficialidad de nuestro corazón y seguimos indiferentes ante Jesús y lo rechazamos. San Pablo en su carta a los Efesios 1, 18 nos dice que Dios nos de la gracia de ver a qué esperanza hemos sido llamados y entonces daremos testimonio de Jesús a los hombres.
Todo esto supone dejarse llevar por el Espíritu. Es el Espíritu el que nos hace vivir. La carne no sirve para nada. Aquí se entiende el término carne en el sentido que el hombre con su razón, sus instintos no pueden entender el misterio de Jesús en el sacramento de la Eucaristía y por eso no comulgamos pensando que Dios está dentro de nosotros, transformándonos y nos quedamos en contemplación, unidos a Jesús, dándole nuestro amor, nuestra disponibilidad. Solo con el Espíritu santo bajo la acción de Dios Padre podemos conocer el misterio de Jesús, saber que Él ha muerto por todos los hombres para salvarnos y fuera de Él no hay salvación ni en el trabajo, ni en la familia, ni en el estudio ni en nada. Sólo con el Espíritu santo podemos percibir la presencia de Jesús en nosotros y nosotros en Él en la comunión. Jesús nos ha dicho que las palabras de Jesús son Espíritu y vida y solo se entienden con el Espíritu que nos da vida. El Espíritu Santo nos hace recordar las Palabras de Jesús, entenderlas, hacerlas presente en nuestra situación, percibir su Misterio.
Sin embargo Jesús quiere que todos nosotros tomemos una determinación frente a Él. Sabe quiénes de nosotros no queremos creer en El y por eso vivimos alejados de la Iglesia y metidos en tantos pecados. Juan 6, 67 Así que Jesús dijo a los Doce:
— ¿También ustedes quieren abandonarme? 68 Simón Pedro le contestó: —Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. 69 Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Consagrado de Dios. 70 Jesús les respondió: — ¿No soy yo, acaso, el que los eligió a ustedes, los Doce? Sin embargo uno de ustedes es un diablo 71 –lo decía por Judas Iscariote, uno de los Doce, que lo iba a entregar–
Pedro responde en plural, en nombre de todos los apóstoles. ¿A quién iremos? Sólo Jesús tiene Palabras de vida eterna. ¿También tú quieres abandonar a Jesús y vivir tu vida al margen. ¿Qué le respondes? Jesús ve tu corazón y tu sinceridad. ¿Crees que hay alguien en este mundo que te pueda salvar, dándote una vida nueva o crees que en Jesús tu corazón está tranquilo y puedes aceptar vivir con los demás? Jesús es el santo de Dios, que está junto a Dios.
Jesús también esta ocasión nos dice que uno de los Doce le va a entregar. Jesús es el Mesías pero morirá en la cruz por mano de Judas. Pedro no le replica como la otra vez. Ahora lo acepta. También nosotros estamos llamados a abrazarnos a la cruz detrás de Jesús, sabiendo que la salvación de Jesús nos llega por medio de la cruz y lo vivimos en la comunión.
En la carta a los Efesios san Pablo nos habla del misterio del matrimonio. Cristo es el esposo que debe amar a su esposa con la integridad de su amor. Cristo nos amó dando la vida en la cruz por nosotros. El esposo debe amar a su esposa siempre y en todo momento dando la vida por su esposa. El Esposo hace presente a Cristo amando y la esposa hace presente a la Iglesia amando y cada uno piensa en la otra parte con espíritu de fe y sabe ceder, perder, perdonar. Nadie es más importante que la otra parte. Ambos son iguales y esto supone amor y vida. Les invito a leer juntos este trozo de San Pablo y cada uno piense lo que Dios quiere de Él. No veamos los defectos del otro. Yo debo ver lo que fallo y al mismo tiempo como debo dejar estas deficiencias. Si los esposos rezan juntos todos los días, participan en la Eucaristía cada Domingo, tienen mutua confianza, el amor triunfará y la felicidad también. ¡Felicidades con Jesús!
P. Vicente Pérez
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