Jesús, pan vivo

Juan 6, 41-52.

Reflexión. Decimonoveno Domingo del tiempo ordinario. B. 
 
Jesús es el pan vivo, bajado del cielo. Esto quiere decir que el origen de Jesús está en el cielo, que es Dios. Este anuncio es escuchado por los fariseos pero lo rechazan. Ellos murmuran, critican a Jesús. Sólo perciben en Jesús al hijo de José y de María pero no perciben la personalidad divina de Jesús. También los israelitas murmuraban de Moisés y de Dios porque no tenían agua, pan, carne y llaman a Dios como alguien que los mata. No se dejan guiar por el Señor que los había sacado de Egipto.
 
Esta es una palabra de Dios para nosotros porque también nosotros debemos preguntarnos si realmente creemos en Jesús como Dios. Si tú crees, escucharás su voz, te dejarás guiar por Él y cuántas veces murmuramos contra Dios porque no tenemos la salud, el trabajo, porque hemos sido injuriados y humillados y no queremos aceptar el camino que Dios nos ha puesto que es el camino de la cruz para que aprendamos que no solo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de su boca. No queremos aceptar el dolor aunque muchas veces nos hagamos la señal de la cruz. Sin embargo esta cruz es rechazada por nosotros, renegando de Dios.
Por eso Jesús nos dice que dejemos la murmuración contra Dios.
 
Preguntémonos, más bien por qué Dios permite en nuestra vida las limitaciones, nuestros sufrimientos porque sabemos que Dios es bueno y Él nos conduce por estos caminos a la gloria. Todo concurre al bien de los que aman a Dios.
 
Nadie puede creer en Jesús sinceramente si Dios Padre no lo atrae con su luz hacia Jesús y nosotros no le damos la respuesta de nuestra mente. La fe en Dios es un don de Dios al que nosotros debemos corresponder con fidelidad y aceptar el camino que nos da Dios. Dios es origen y termino de nuestra fe. Dios Padre atrae a cada uno de nosotros hacia Jesús para que comprendamos el misterio de Jesús que es Dios y que exige que nos dejemos iluminar por Dios para estar seguros en quien creemos. Necesitamos avivar nuestra fe en Jesús. Por eso debemos decir como aquel hombre del evangelio: Creo pero aumenta mi fe. Un cristiano que ha sentido la llamada de Dios en su corazón, busca a Dios con la oración, con la escucha de la Palabra, con la recepción de los sacramentos. Se arrepiente de sus pecados para purificar el corazón y que podamos ver a Dios y contemplarlo. Si tenemos fe, rezaremos y la oración nos llevará a descubrirás a Jesús y a estar seguros de Él. Con amor eterno te amé; por eso te atraje en mi misericordia (Jer 38,3) El que acepta esta atracción del Padre y cree en Jesús firmemente, tiene vida eterna.
 
La fe nos lleva a descubrir que Jesús es el pan de la Vida, el que ha bajado del cielo haciéndose hombre colmo nosotros. Ese pan es su carne que Jesús nos da a nosotros. Jesús se ha hecho hombre para entregar su vida en la muerte en cruz para que los hombres tengamos la vida de Dios. Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida en la cruz por nosotros para que nosotros encontremos en Él la salvación. Jesús no da la vida para unos pocos sino para todos los hombres de todos los lugares, de todos los tiempos. Todos esto es el misterio de amor de Dios Padre que nos da a su Hijo único y este Hijo se nos da a nosotros muriendo en la cruz por nosotros bajo la acción del Espíritu santo. Este misterio se hace presente a nosotros a través de los sacramentos, especialmente la Eucaristía. Anunciamos tú muerte, proclamamos tu resurrección hasta que vengas al final de la Historia para introducirnos en el misterio de Dios para siempre.
 
En la segunda lectura San Pablo nos da una Palabra de salvación. En el Bautismo y después en la confirmación hemos recibido al Espíritu Santo, que es la tercera persona de la santísima Trinidad para que viva en nosotros. Somos templo del Espíritu santo y por eso nosotros debemos escuchar sus inspiraciones dentro de nosotros. Podemos entristecer con el pecado al Espíritu santo con el que hemos sido marcados. Por eso se nos dice que desterremos la amargura que nos lleva a la tristeza, a la venganza, el odio, el enojo. Dejemos que el amor de Dios venga a nosotros a través del Espíritu santo y ofrezcámonos a Dios como hostia viva. Controlemos todas nuestras malas acciones e instintos para ser dignos del Señor y seremos suave aroma que llega hasta a Dios.
 
Las lecturas dela misa para este domingo 19 del año:
  • I Reyes 19, 4-8
  • Salmo Responsorial: 33, 2-9
  • Efesios 4,30—5, 2
  • Juan 6, 41-52
 
 P. Vicente Pérez

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