Creer para recibir el Cuerpo de Cristo
Reflexión. Vigésimo Domingo del tiempo ordinario. B.
Lecturas del domingo 20 del año: Proverbios 9, 1-6.- Salmo 33,2-3, 12-15
Efesios 5, 15-20 y Evangelio de san Juan 6, 51-50
Evangelio.- No podemos acercarnos a Jesús para buscar intereses materiales sino el alimento que no perece, el que nos da vida eterna. Jesús es Dios que ha bajado del cielo para hacerse hombre como nosotros, naciendo de María y teniendo a José como padre adoptivo. Estamos llamados a conocer el misterio de la persona de Jesús pero no podremos conocerlo si Dios Padre no nos ilumina y nos atrae a Jesús y nosotros seguimos esta iluminación.
Hoy Jesús se nos presenta como el pan vivo. Decir pan es decir alimento que nos llena la vida y este alimento ha bajado del cielo para decirnos que es Dios y es hombre. Este alimento es experimentar la vida de Dios en nosotros, es amar con el amor como que Jesús nos ama.
El Pan que Jesús nos dará es su persona, representado aquí por la carne para decirnos que es hombre y es Dios. Esta persona da vida porque ha muerto en la cruz como cordero inmolado para salvar a los hombres. Jesús es el donante y el don al mismo tiempo y así nosotros debemos recibirlo como el donante que se nos da a sí mismo para salvarnos. Su salvación es una transformación de nuestro ser viejo de pecado para poder amar a Dios y a los demás dando nosotros a su vez nuestra vida amando. Los judíos murmuran y rechazan que Jesús pueda salvar a los hombres porque pensamos que la salvación es darnos pan, trecho, empleo y de nada sirven estas cosas si no tenemos la capacidad de aceptarnos como somos, perdonándonos. Si nosotros no somos capaces de sacrificarnos para ayudar a los demás, si nosotros no somos capaces de soportar los defectos de los demás. No creemos que Jesús pueda darnos la capacidad de cambiar nuestra vida y por eso no le tomamos en cuenta en nuestra vida o lo hacemos superficialmente.
Jesús nos dice que si no comemos su carne y bebemos su Sangre no tenemos vida eterna. Si no comulgamos con fe, sabiendo a quien recibimos, no tenemos la vida de Dios. La fe en Jesús nos lleva a comulgar el cuerpo y la sangre de Jesús y dejarnos que nos transforme. Pero debemos recibir a Jesús con piedad, amor, concentrándonos en Él, hablando y comunicando nuestros problemas a Jesús. San Pablo nos dice que muchos comen y beben su propia condenación porque vamos a tragarnos la Hostia y lo recibimos en la boca pero no dejamos que Jesús nos transforme. Comulgamos y pensamos enseguida en mil cosas pero no en Jesús. La Carne es Verdadera comida y mi Sangre verdadera bebida, es decir, alimento pero es necesario que nos dejemos llenar de Jesús, pensemos en Él, le contemos nuestros problemas con un deseo de que Jesús nos cambie y nosotros no le pongamos resistencia. Entonces saldremos de la Iglesia con la cara transformada de alegría, paz, perdón, fidelidad. No dejaremos que el pecado nos domine otra vez. Habremos sentido la vida nueva de Jesús.
Jesús viene a habitar en nosotros nosotros viviremos en Él. Es decir, existirá verdadera comunión. Él en nosotros y nosotros en Él. ¡Qué cosa tan grande! Es el banquete que Dios ha construido para nosotros y nos ha dado el mejor manjar que podía darnos: su Hijo Jesús, el que estuvo en el vientre de María y ahora está en nosotros y nos invita a permanecer en su amor como Jesús permanece en el amor del Padre y en el amor de nosotros. Quien ha comprendido el misterio de la comunión siente la necesidad de recibir a Jesús. Nosotros necesitamos al Señor, decían los primeros cristianos que iban a la misa para prepararse al martirio recibiendo a Jesús. La comunión nos lleva a perseverar en la fidelidad a Dios y a aprender a sufrir por la fe en Dios. El Cardenal Van Tuan fue cogido preso en Vietnam y llevado a los campo de concentración, con trabajos forzados en medio de pantanos, mosquitos. Por la noche, que dormía en una barraca, celebraba la misa en la cama y esa comunión le daba fuerzas para estar amable, no perder la esperanza, consolar a los demás presos. Sufrirá pero en paz y tranquilidad. No podía dejar la misa y su comunión. Esto ha pasado hace menos de treinta años.
Quien recibe a Jesús vive pensando en hacer la voluntad de Dios. El que me come vivirá por mí, para mí. Su pensamiento estará en Jesús, sus acciones para hacer lo que Jesús le ordene. Sentirá que con Jesús son la misma cosa. Ha encontrado el amor de su vida. Lo ha encontrado y no lo perderá.
Por eso el Libro de los Proverbios 9, 1-6 nos dice que acudamos a Dios que ha construido una casa y nos da un banquete y nos llama por medio de sus siervos a ir al banquete de la fiesta. Vengan a comer mi pan y a beber mi Vino que he mezclado y viviréis.
Por eso san Pablo (Efesios 5, 15-20) nos invita a no ser insensatos, los que no saben discernir entre el bien y el mal y se dejan arrastrar por la maldad de los hombres. Vienen días malos en que el diablo nos quiere meter en sufrimientos bajo la apariencia de felicidad. Demos nos cuenta de lo que Dios quiere y no nos dejemos llevar por los vicios: trago, sexo, droga, orgullo, violencia sino dejémonos llevar por el Espíritu que nos da amor, paz, alegría, perdón. Celebremos constantemente la Acción de gracias, es decir, la Eucaristía en nombre de Jesucristo Y así viviremos en la paz del Señor.
P. Vicente Pérez.
Comentarios
Publicar un comentario