La multiplicación de los panes
Reflexión. Decimoséptimo Domingo del tiempo ordinario. B.
Jesús se ha reunido con sus discípulos después que ellos regresaron de su misión. Quería que descansasen un poco de sus trabajos apostólicos porque siempre es bueno descansar para encontrarse con Dios, consigo mismo y poner en orden todas las cosas de la vida. Nos dice el evangelio que se fue a un monte que era el lugar de la presencia de Dios. En el monte Dios se había hecho presente a Moisés para hacer la Alianza y poner a Dios como centro de su vida. Allí Moisés vio la gloria de Dios que consiste en que Dios nos ama infinitamente y se entrega totalmente a nosotros. Es el Misericordioso, lento a la ira, rico en piedad. Este monte es ahora el templo donde podemos encontrarnos con el Señor y descubrirle en sí mismo para estar seguros de Él.
Por eso Dios nos ha mandado que descansemos el Domingo para relajarnos en Dios, dentro de la familia. A veces decimos que estamos llenos de estrés porque tantas cosas nos llenan la cabeza y al final no sabemos cómo actuar. Dios nos manda descansar y descansar es ponernos ante la presencia de Dios, reorganizar nuestras ideas y compromisos, poner en orden nuestras relaciones con los demás, dejar que nos perdonemos y que veamos las cosas en su justa dimensión. En el descanso del Domingo nos dejamos iluminar por Dios y podemos resolver los problemas de la vida a la luz de Dios.
Sin embargo Jesús no puede estar solo porque la multitud de la gente se pone ante Él. Necesitan escucharle, tienen hambre de la Palabra de Dios, de dejarse iluminar por su amor. Vengan sedientos todos a buscar agua de balde. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de Dios. Serán saciados. Por eso el cristiano tiene un tiempo para dejarse iluminar por la Palabra el día domingo sea en la misa como después en su casa. ¡Qué bonito cuando la familia unida se acerca a la Iglesia, se reúnen en la casa y se dejan transformar por Dios!
Así pasaron aquellas personas con Jesús y hasta se olvidaron de comer. Jesús levanta los ojos para ver a tantas personas y tiene lastima. Sabe cuál es el remedio: La generosidad, el compartir porque allí está Dios para bendecir esta acción. Por eso se dirige al apóstol Felipe para probarle. ¿Con que podríamos comprar pan para que estos coman? El Pueblo de Israel en el desierto murmuró contra Dios porque le faltaba pan, carne, no tenía agua y no se fiaron de Dios. ¿Qué hacer ahora? El mundo ha organizado su vida a base de comprar, vender, dinero y todo esto provoca el egoísmo. Cada uno piensa en sí y se olvida de su prójimo. Nos olvidamos de Dios que vela por los unos y los otros para que a nadie le falte el pan, el vestido. Dios nos manda compartir lo que tenemos y somos. ¡Cuántas ansiedades en el mundo de gentes que necesitan! Dios está esperando que nosotros abramos nuestro corazón a los demás, no sólo para darles alguna cosa sino para estar con ellos, consolarlos, conversar y compartir los sentimientos.
Había un joven que tenía cinco panes de cebada y dos pescados. Era pobre. Tenía lo necesario para comer ese día. Oye a Jesús y pone su canasto a disposición de Jesús. Y Dios lo bendice, lo bendice Jesús y manda a sus apóstoles a repartir ese poco de pan y pescados. No entienden lo que les dice Jesús. ¿Cómo es posible que con ese poquito puedan comer todos? Van repartiendo y no se acaba. Dios lo multiplica. Todos comen y se llenan y sobran doce canastos. ¿Qué es lo importante en este episodio? La generosidad del joven. Dios puede hacer milagros si hay generosidad entre la gente. La generosidad es lo contrario de la explotación de los unos contra los otros. La generosidad es la victoria contra la pobreza y la hambruna.
¡Este es el profeta! Este es el camino, la verdad y la vida. Donde hay generosidad allí está Dios. Allí podemos alabar y bendecir a Dios que ha suscitado una maravillosa acción entre los hombres. Donde hay amor allí el ser humano empieza a ser libre, a tener su dignidad. Puede sentarse como Señor. Jesús los manda sentarse para reconocer su dignidad y no es esclavo de nadie.
Recojan lo que ha sobrado, que nada se pierda. Que ninguna persona se pierda por nuestro egoísmo. Un acto de egoísmo engendra otro acto de egoísmo y nada se puede perder. El amor engendra amor.
En la segunda lectura de san Pablo a los efesios se nos habla de la unidad en la Iglesia, en el mundo. San Pablo está en la cárcel y nos ruega que vivamos con humildad, amabilidad y paciencia, aceptando al otro con amor y como es. Una unidad porque hay un solo Cuerpo que es la Iglesia, dirigida por el Espíritu santo que nos da una sola esperanza en Dios. Hay un Señor Jesucristo con quien nos relacionamos mediante la fe y el bautismo. Y Un solo Dios que es PADRE de todos. Estas palabras nos deben llevar a todos a desechar todo lo que nos aparte de Dios. Tengamos presente que estamos llamados a vivir unidos a Cristo como Cristo está unido al Padre. Como el Padre y el Hijo son uno solo, así nosotros estamos llamados a vivir en la unidad. Desechemos toda desunión en el amor, en la fe, en la esperanza. (Jn 17, 21-23).
Lecturas de este domingo 17 del año:
- II Reyes 4, 42-44
- Salmo 144
- Efesios 4, -6
- Juan 6, 1.15
P. Vicente Pérez.
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