LA MISIÓN
Reflexión. Decimoquinto Domingo del tiempo ordinario. B.
Jesús ha estado predicando de pueblo en pueblo la llegada del reino de los cielos. Son tantos los lugares donde tiene que dar este anuncio y por eso a los discípulos que ha llamado para que estuvieran con Él, los manda de dos en dos, porque dos deben ser los testigos de Jesús. Deben ir sin llevar cosas que sean un obstáculo para la Evangelización. Un solo bastón para apoyarse, una túnica, sin pan ni alforja. Deben poner toda su confianza en Dios que les dará todo. Irán a los pueblos y allí pedirán hospitalidad y comerán lo que les den. Se quedarán en la casa hasta que haya evangelizado a todos aunque algunos no hayan creído. Si algún pueblo o recinto no les aceptan y no quieren creer en el mensaje de Jesús, se irán y sacudirán el polvo que pudiera haberse apegado a las sandalias. Será un signo de que los que no crean se enfrentan al juicio de Dios.
Ya en la primera lectura se nos presenta la figura de Amos que cuidaba sus vacas y su finca con higos y Dios le manda al reino de Judá para que predique y allí los sacerdotes que estaban al servicio del rey, no de Dios, le obstaculizan y no le deja cumplir con su misión. Pero Amós no ha recibido la misión de parte de ellos sino de Dios pues él estaba tan tranquilo en su parcela y allí no recibía ningún dinero pero era el mandato de Dios que debía cumplir y por eso le anuncia al sacerdote Amasias que tendrá el castigo de Dios.
Hoy también el Señor necesita evangelizadores para anunciar a este pueblo pecador el anuncio del reino. Los escogidos no deben poner su confianza en el dinero, en su familia, en su trabajo. Dios proveerá para ellos y nosotros no tenemos que tener miedo. Si nosotros sentimos la llamada de Dios a anunciar el evangelio a nuestros vecinos, a los chicos del catecismo, a ser servidores en la iglesia cantando, acolitando no debemos dudar y debemos ponerlos a disposición de Dios a través del sacerdote de la parroquia. Sabemos que el tiempo, la dedicación que debemos a Dios, Él nos lo pagará abundantemente. Un día Jesús ve una muchedumbre inmensa de gente que andaban como ovejas que no tienen pastor y se pone a rezar para que Dios mande obreros a su mies porque la mies es mucha pero lo obreros son pocos. También nosotros debemos rezar para que Dios mande vocaciones sacerdotales, de religiosos o religiosas que entreguen su vida por la iglesia. Debemos rezar para que Dios mande catequistas, cantores, gente que sean ministros de los enfermos. También nosotros debemos ponernos en la disponibilidad para llevar el anuncio a otras personas. A veces pueden ponerse de acuerdo 3 o 4 personas para ir a la casa algún vecino a rezar el rosario, a leer un trozo de la Palabra de Dios, a estar con ellos, a darles un buen consejo en sus dificultades y lo hacemos en el nombre de Jesús. Así estamos ya en la misión. No tengamos miedo porque Jesús viene con nosotros.
Debemos bendecir a Dios porque a nosotros nos ha elegido desde antes de la creación del mundo para que seamos santos y consagrados a Dios con alegría y generosidad. Debemos anunciar a todos que hemos sido elegidos para ser hijos de Dios y herederos de su Gloria y si somos elegidos, estamos llamados a anunciar a otros esta elección. ¡Qué cosa más grande que Dios te haya elegido a ti, a tus hijos, a tus familiares a ser santos, hijos de Dios! Anúncialo a ellos para que no solo reciban el bautismo sino que vivan esta realidad en sus vidas. ¿Estamos viviendo nosotros como hijos de Dios? Todo es posible porque gracias a Jesús, hemos sido redimidos de nuestros pecados con su Sangre, para ser una cosa con Cristo y que nuestra vida esté centrada en Él. Hemos recibido por Cristo el Espíritu santo con el que hemos sido sellados para pertenecer a Dios y no al mundo y al demonio.
Las lecturas de este domingos son: Amós 7, 12-15 y respondemos con el salmo 84, 10-14
San Pablo en su carta a los efesios 1, 3-14 nos ilumina nuestra vida y por fin el evangelio de Marcos 6, 7-13
P. Vicente Pérez.
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