La barca

San Marcos 4, 35-40
 
Reflexión. 
 
Hoy Leemos un episodio en que Jesús manda a sus discípulos que se embarquen hacia la otra orilla del lago donde están los paganos. Escuchemos a San Marcos 4, 35-40.
 
¿EN QUE ESTAMOS EMBARCADOS? 
 
"Estar embarcados en..." es una frase que utilizamos frecuentemente para hablar de una situación de compromiso con algo o con alguien. Cuando decimos que estamos embarcados en una empresa es que nos sentimos responsables de ella y participamos en su buena o mala marcha; cuando decimos que nos hemos embarcado con una persona es que nos sentimos próximos a ella y participamos de sus avatares, es que estamos identificados con ella y sus problemas son nuestros problemas. Humanamente hablando, "estar embarcado" es una frase que supone siempre una actitud decidida que comprendemos perfectamente y que evidencia una decisión personal y una toma de postura reflexiva.
 
A mí me gustaría preguntar si cuando decimos que somos cristianos podríamos decir, seguidamente, que estamos "embarcados con Cristo", porque, ciertamente, ser cristiano es, ni más ni menos, "embarcarse con Cristo" en la aventura que lo trajo a la tierra. 
 
TRADICIÓN: Llegar al cristianismo por "tradición" es, sin duda, una gran cosa pero puede encerrar un peligro: el de llegar sin una opción personal, el de aceptar la realidad cristiana como algo consubstancial con la vida propia, que se nos da por inercia, y en el que no se pone el mínimo acento personal; tiene el peligro de vivir el cristianismo sin sentido de riesgo y de aventura, sin comprometerse en la empresa, sin tomar partido personal y directo por Cristo, sin embarcarse en nada, sin plantearse siquiera el problema de que tendremos que atravesar algún que otro lago y resistir algunas tormentas para llegar a alguna orilla, a esa orilla donde se hace posible el Reino de Dios.
 
Hay que luchar contra ese modo de ¿vivir? el cristianismo o más bien contra ese modo de "arrastrar" el cristianismo, para adoptar la decidida postura de subir con Cristo a su barca, de ser de aquéllos a los que Él dice: "vamos a la otra orilla". Y hay que adoptar esta postura sabiendo que embarcarse con Cristo no es ir a una travesía placentera, sino que la tempestad será, casi seguro, presupuesto de la aventura. 
 
-La barca. 
 
Aunque el episodio tiene un claro sentido cristológico y se centra en la pregunta: "¿Quién es éste?", no es menos verdad que tradicionalmente se ha hecho de esta narración una lectura eclesiológica. Ya desde Tertuliano, la barca se entiende como imagen de la iglesia en la que Jesús acompaña a sus discípulos.
 
Una cosa, sin embargo, es clara: solamente quienes tengan conciencia de pertenecer a la Iglesia (es decir, se sientan "embarcados"), podrán vivenciar y comprender la presencia de Jesús entre los suyos. Sólo formando parte de la comunidad, se puede tener experiencia de las dificultades de ésta y del sentido fortalecedor de la presencia del Maestro. Desde fuera no es posible comprenderlo.
 
-El mar. 
 
Para el pensamiento bíblico, el mar tiene el significado de guarida de las fuerzas del mal. La Iglesia navega en un entorno que no le es favorable y amenaza, a veces, con engullirla. En el mejor de los casos, como todo movimiento, ha de vencer resistencias y dificultades si quiere avanzar. Hoy tenemos muchas tentaciones para dejar a un lado la Iglesia, Jesucristo y así vivir una vida desordenada y libertina. ¿Para qué ir de aquí nos lo pasamos muy bien? Y con estas ideas dejamos la comunidad cristiana y nos entregamos a los vicios y pecados. 
 
-Navegar. 
 
La finalidad de una barca es navegar. Esta comparación resalta el carácter dinámico y viajero de la iglesia. Se ha de mover hacia su puerto de destino. Si permanece demasiado tiempo anclada, correrá mayor peligro de que se pudra su casco. Nos dirigimos hacia el reino de los cielos pero tendremos dificultades porque el demonio no nos deja caminar hacia Jesús y trata de apartarnos.
 
Aun siendo deseable, no le vamos a pedir que su trayectoria sea una rígida línea recta, pero sí es absolutamente necesario que mantenga su rumbo por medio de las oportunas correcciones o golpes de timón. Si ello se logra sin cambios pendulares, mejor que mejor. 
 
-El motor y la fuerza.
 
El Espíritu de Jesús ha de ser el viento que hinche las velas de esta nave de la Iglesia. Movidos por otras energías, no será fácil llegar al destino. Las corrientes de agua podrán ser aprovechadas para una mayor velocidad y suavidad mientras sigan la dirección del rumbo deseado. No han sido pocos los acercamientos a Jesús que le han venido a la Iglesia por medio de las corrientes sociales de una época determinada. 
 
-Las dificultades.
 
La Iglesia, en cuanto formada por hombres, no está exenta de las dificultades que afectan a cualquier sociedad humana. Unas provienen del entorno, pero otras surgen en el interior mismo de la comunidad. Aun huyendo de todo masoquismo o victimismo enfermizo, la historia de la Iglesia muestra que las dificultades externas suelen tener un efecto purificador. Según el pensamiento de San ·Ambrosio, "nos ayudan más los que nos persiguen que los que nos subvencionan". La realidad es que las dificultades, aun no siendo gigantescas, sí que son persistentes, fuertes y multiformes como las pequeñas olas del mar de Tiberíades. Sin embargo, es preciso no olvidar que todas las barcas que navegan padecen igualmente la tormenta, para no ejercer de eternas plañideras, como si todos estuviesen en contra nuestra y los demás careciesen de dificultades. 
 
-La tripulación.
 
La Iglesia no es una sociedad de perfectos y hay que contar con los problemas surgidos de aquellos que forman parte de ella. El cansancio, el mareo, la pérdida del equilibrio en los golpes de timón, el nerviosismo y el miedo se hacen presentes. El mar siempre parece el mismo y da la impresión de que no avanzamos. ¿Qué hemos conseguido después de tanto esfuerzo? Más que el esfuerzo realizado, es la desilusión la que hace sentir el cansancio. Los cambios, hasta los mínimos, nos hacen perder la seguridad que da lo sabido de antemano. En el barco o en el avión, la impresión de inseguridad es mayor que en tierra firme.
 
El miedo puede hacer su aparición. Y el miedo, como causa y como signo, puede ser lo más peligroso. La falta de fe ilusionada, la sensación de estar perdidos o simplemente el negarnos a utilizar nuestra libertad pueden hacer que la travesía sea poco feliz. La barca no naufragará, pero ante unos rostros tan serios, pocos se animarán a subir a ella. 
 
-El puerto de destino.
 
Al igual que la barca de Pedro, la función de la iglesia consiste en llevar la palabra de Jesús a "tierra de paganos". La proporción de esfuerzos evangelizadores y solidarios debe ser mucho más alta que los destinados a conservar la institución. No es una barca refugio, sino una barca misionera. 
 
-La presencia de Jesús. 
 
La importancia de la presencia de Jesús es que constituye la fuerza, la seguridad y la esencia de este navegar. Él no es un amuleto que evite las incidencias molestas del viaje, ni siquiera cuando, como diría el salmista, "los enemigos se rían de nuestro daño", pero sí que garantiza el éxito final. Nuestras presencias al lado de Jesús suelen ser "presencias-ausentes", como la de los apóstoles en Getsemaní. Las ausencias de Jesús son siempre "ausencias-presentes", como su sueño en la tormenta. ¡Señor, auméntanos la fe!
 
Jesús va siempre con nosotros aunque parece que está dormido. No tengamos miedo. Confiemos en Él en medio de las dificultades de la vida que cuando menos lo pensemos se hace presente y nos invita a confiar. Él tiene poder para derrotar a las fuerzas del demonio, del pecado. Él nos dará la paz cuando extremos desesperados. Él será nuestra fuerza. No tengamos miedo a las calumnias, a las enfermedades, a las humillaciones que si Cristo está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?.
 
Job, en la primera lectura Job 38, 1, 8-11 se rebela que está sufriendo como un castigo de Dios y sus amigos tratan de inculcárselo a la fuerza pero no acepta. Es encontrar que Dios aparece en medio de las tempestades para decirnos si somos capaces de entender el movimiento de la naturaleza y por eso no podemos exigir a Dios que comprendamos todas las cosas sino ponernos en sus manos. El salmista nos dice que hay que entrar en el misterio de Dios.
 
En la segunda lectura de II Corintios 5, 14-17 San Pablo se siente invadido del amor de Dios porque siente que Cristo ha muerto por todos para que nosotros vivamos por Él y seamos personas nuevas donde el pecado ha pasado y hemos sido invadidos por la misericordia de Dios. Esto nos lleva a anunciar a otras personas el misterio de amor de Jesús y hacer comprender la misión de Jesús hacia nosotros.
 
P. Vicente Pérez.

Comentarios

Entradas populares