La Hija de Jairo
Domingo 13 del año. - 27 de junio 20121
Lectura del libro de la sabiduría 1,13-15: 2, 23-25
1,13 Porque Dios no ha hecho la muerte, | ni se complace destruyendo a los vivos. 14 Él todo lo creó para que subsistiera | y las criaturas del mundo son saludables: | no hay en ellas veneno de muerte, | ni el abismo reina en la tierra. 15 Porque la justicia es inmortal.
23 Dios creó al hombre incorruptible | y lo hizo a imagen de su propio ser; 24 mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, | y la experimentan los de su bando.
Salmo 29, 2.4. 5-6 11.12.13
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante, su bondad, de por vida; al atardecer nos visita el llanto, por la mañana, el júbilo.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
Todos probamos la enfermedad que nos lleva a redimensionar nuestra vida y hacernos más acogedores de las otras personas. A veces podemos pensar que la enfermedad es un castigo de Dios y maldecimos por ello a nuestro Padre. Blasfemamos contra Dios y no nos damos cuenta de que todas las cosas nos vienen para que podamos ser más humanos, más comprensivos con los problemas de las otras personas.
Dios no se recrea en el dolor ni en la muerte. El demonio se interpuso entre Dios y el ser humano. Creímos al demonio y experimentamos el dolor, la incomprensión, el sufrimiento, la muerte.
Jesús se hizo uno de nosotros, en todo igual a nosotros menos en el pecado. Tomó el dolor, el llanto, la enfermedad, el rechazo. Aceptó la misma muerte, y una muerte de cruz, terrible por sus dolores y lo hizo para librarnos a nosotros de ese dolor, para que experimentáramos que Él está junto a nosotros en el sufrimiento. Él lleva nuestra cruz para que nosotros no sintamos el peso de ella.
Proclamación del evangelio según san Marcos5,21-43
21 Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar. 22 Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, 23 rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». 24 Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba.
25 Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. 26 Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. 27 Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, 28 pensando: «Con solo tocarle el manto curaré». 29 Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. 30 Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?». 31 Los discípulos le contestaban: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”». 32 Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. 33 La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. 34 Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
35 Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». 36 Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». 37 No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. 38 Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos 39 y después de entrar les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida». 40 Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, 41 la cogió de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). 42 La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor.
En el evangelio de San Marcos se nos presenta el dolor de dos mujeres. Una niña de doce años que estaba en peligro de muerte. Su padre, que se llamaba Jairo que quiere decir: Dios ilumina, se acercó a Jesús para pedirle que curara a su hija. Jesús se pone en camino en medio de mucha gente.
Entre esta gente hay una mujer con flujos de sangre que llevaba doce años visitando médicos y sin curarse. Tenemos así a dos mujeres y junto a ellas el dato de doce como eran las tribus de Israel: doce. Esta mujer era consciente que no podía tocar a nadie porque la hacía impura, pero lo hace, llevada por la fe en Jesús: Si logro” tocar” el manto me curaré. Así lo hizo y sintió que había sido curada. También Jesús sintió que alguien la había “tocado” porque había salido de Él una fuerza salvadora. Por eso pregunta: ¿Quién me ha tocado? Todos se extrañan porque estaban apretujados y se tocaban. Aquella mujer viéndose descubierta, lo reconoció ante Jesús. Jesús alaba su fe que le da la salud.
Más adelante llegan al pueblo donde vivía Jairo y le avisan que la hija está muerta, que no moleste al Maestro. Jesús interviene para decirle que tenga fe. En la casa de Jairo estaban las mujeres que lloraban y se burlaban de Jesús. Jesús les hace callar. Entra Jesús en el cuarto donde estaban la muchacha y con Él tres discípulos y los padres. Jesús la “toca” con la mano. Niña, levántate, le dice. Así lo hizo y dijo a sus padres que le dieran de comer como señal de que estaba viva.
En estos dos casos Jesús ha pedido la fe en Él y por esa fe ha recibido el milagro. Todo es posible a quien cree. Jesús ha venido para destruir el mal, la enfermedad, la muerte. Él tomó nuestros sufrimientos, la misma muerte, pero venció el dolor, la muerte porque resucitó de entre los muertos. Así la enfermedad, la muerte no nos destruyen, sino que podemos soportarlos con Jesús y completar en nuestro cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo por la Iglesia. Nuestro dolor tiene la fuerza del dolor de Cristo. Por eso no nos desesperamos porque Jesús está con nosotros. Ciertamente que nosotros en medio de todos los males estamos llamados a tener la actitud de Jesús. Pase de mí este cáliz, este dolor, la muerte, pero no se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres. Cuando le pedimos a Dios la salud, somos escuchados como Jesús, por nuestra piedad y temor de Dios. A veces nos acercamos a Dios exigiéndole que haga lo que nosotros queremos y nos preguntamos qué quiere Dios de mí. Si Dios no nos da lo que le pedimos, renegamos de Dios. La enfermedad nos debe llevar a identificarnos más con la voluntad de Dios y en medio del dolor, encontramos la paz y la serenidad.
El dolor y la enfermedad nos deben llevar a comprender el dolor de los demás, a olvidarnos de nosotros mismos, nuestras limosnas a esa otra persona que sufre. Así el dolor nos une, nos hace más humanos y nos ayuda a compartir con los demás.
Lectura de segunda carta de san Pablo a los Corintios 8,7-9. 11-15
7 Y lo mismo que sobresalís en todo —en fe, en la palabra, en conocimiento, en empeño y en el amor que os hemos comunicado—, sobresalid también en esta obra de caridad. 8 No os lo digo como un mandato, sino que deseo comprobar, mediante el interés por los demás, la sinceridad de vuestro amor. 9 Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. 13 Pues no se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar 14 En este momento, vuestra abundancia remedia su carencia, para que la abundancia de ellos remedie vuestra carencia; así habrá igualdad. 15 Como está escrito: Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba.
En esta carta a los Corintios 8, 7-9, 13-15 se nos habla de ayudarnos unos a otros en nuestras necesidades. San Pablo había organizado una colecta en las comunidades de Macedonia y Acaya para llevar lo recaudado a las comunidades de Jerusalén que estaban en mucha miseria. Sobresalían en muchos dones de la fe, la palabra, el empeño ‘pero debían sobresalir también en privarse de algunas cosas para ayudar sus hermanos. San Pablo nos pone el ejemplo de Cristo que no se contentó ser Dios, sino que tomó nuestra condición humana para compartir con nosotros las alegrías y las tristezas, la salud y la enfermedad. Todo lo puedo en aquel que me conforta.
En este domingo cercano a la fiesta de san Pedro, la Iglesia nos invita a ser generosos como Jesús, para ayudar a nuestros hermanos. Es el día del Papa y como cabeza de la Iglesia, está llamado a distribuir a los más pobres de la tierra las ayudas que manden los cristianos. Hoy ayudaremos a unos, mañana a otros. Un día quizás estemos nosotros en la desgracia y otros nos ayudarán. Otras veces hay terremotos. Otras veces hay pestes y tantas otras cosas. El Papa está al frente de toda la ayuda de la Iglesia y ninguno de nosotros puede cruzarse las manos y no ayudar. Que otros lo hagan, podemos pensar o decir. ¡Nunca esto! Seamos generosos y Dios nos llenará de sus dones.
P. Vicente Pérez de Pablos.
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