La barca

 

Reflexión. Duodécimo domingo del Tiempo Ordinario.

Hoy leemos un episodio en que Jesús manda a sus discípulos que se embarquen hacia la otra orilla del lago donde están los paganos.

Lectura del libro de Job 38, 1, 8-11

Job38 1 El Señor habló a Job desde la tormenta: 8 ¿Quién cerró el mar con una puerta, | cuando escapaba impetuoso de su seno, 9 cuando le puse nubes por mantillas | y nubes tormentosas por pañales, 10 cuando le establecí un límite | poniendo puertas y cerrojos, 11 y le dije: “Hasta aquí llegarás y no pasarás; | aquí se romperá la arrogancia de tus olas”?  

Job, en la primera lectura Job 38, 1, 8-11 se rebela ante el sufrimiento como un castigo de Dios. Sus amigos tratan de inculcárselo a la fuerza, pero Job no acepta.

Entonces Dios aparece en medio de las tempestades para decirnos si somos capaces de entender el movimiento de la naturaleza y por eso no podemos exigir a Dios que comprendamos todas las cosas sino ponernos en sus manos. El salmista nos dice que hay que entrar en el misterio de Dios. Antes había conocido a Dios de oídas. Ahora lo han conocido a través de la experiencia con Dios y si lo debemos conocer.

Salmo 106, 23-24, 25-26. 28-29.30-31

Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

23 Los hijos de Israel entraron en naves por el mar, | comerciando por las aguas inmensas. 24 Contemplaron las obras de Dios, | sus maravillas en el océano.

Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

25 Él habló y levantó un viento tormentoso, | que alzaba las olas a lo alto: 26 subían al cielo, bajaban al abismo, | se sentían sin fuerzas en el peligro, 27 rodaban, se tambaleaban como borrachos, | y no les valía su pericia.

Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

28 Pero gritaron al Señor en su angustia, | y los arrancó de la tribulación. 29 Apaciguó la tormenta en suave brisa, | y enmudecieron las olas del mar.

Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

30 Se alegraron de aquella bonanza, | y él los condujo al ansiado puerto. 31 Den gracias al Señor por su misericordia, | por las maravillas que hace con los hombres.

Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Proclamación del evangelio según San Marcos 4, 35-40

35 Aquel día, al atardecer, les dice Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla».

36 Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. 37 Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. 38 Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal.

Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».

39 Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!»

El viento cesó y vino una gran calma. 40 Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».

41 Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero ¿quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!»

¿EN QUE ESTAMOS EMBARCADOS?

Estar embarcados en.…” es una frase que utilizamos frecuentemente para hablar de compromiso con algo o con alguien. Cuando decimos que estamos embarcados en una empresa porque nos sentimos responsables de ella y participamos en su buena o mala marcha; cuando decimos que nos hemos embarcado con una persona es que nos sentimos próximos a ella y participamos de sus avatares, es que estamos identificados con ella y sus problemas son nuestros problemas. Humanamente hablando, “estar embarcado” es una frase que supone siempre una actitud decidida de postura reflexiva.

A mí me gustaría preguntar si cuando decimos que somos cristianos podríamos decir, seguidamente, que estamos “embarcados con Cristo”, porque, ciertamente, ser cristiano es, ni más ni menos, “embarcarse con Cristo” entregarse a Cristo para vivir y pensar como Él.

CR/TRADICIÓN: Ser cristianos por “tradición” es una gran cosa pero puede encerrar un peligro: el de llegar sin una opción personal, el de aceptar la realidad cristiana como algo consubstancial con la vida propia, que se nos da por inercia, y en el que no se pone el mínimo acento personal; tiene el peligro de vivir el cristianismo sin sentido de riesgo y de aventura, sin comprometerse en la empresa, sin tomar partido personal y directo por Cristo, sin embarcarse en nada, sin plantearse siquiera el problema de que tendremos que atravesar algún que otro lago y resistir algunas tormentas para llegar a alguna orilla, a esa orilla donde se hace posible el Reino de Dios.

Hay que luchar contra ese modo de vivir el cristianismo, para adoptar la decidida postura de subir con Cristo a su barca, de ser de aquéllos a los que Él dice: “vamos a la otra orilla”. Y hay que adoptar esta postura sabiendo que embarcarse con Cristo no es ir a una travesía placentera, sino que la tempestad, la cruz serán, casi seguro, presupuesto de sufrir por Cristo y dar razón de nuestra esperanza,

La barca.

Ya desde Tertuliano, la barca se entiende como imagen de la iglesia en la que Jesús acompaña a sus discípulos. Es la forma de vivir la cruz, sabiendo que Jesus vela por nosotros, aunque esté dormido aparentemente. Estamos con Jesus en la Iglesia. Con Jesus lo puedo todo.

Una cosa, sin embargo, es clara: solamente quienes tengan conciencia de pertenecer a la Iglesia (es decir, se sientan “embarcados”), podrán vivenciar y comprender la presencia de Jesús entre los suyos. Sólo formando parte de la comunidad, se puede tener experiencia de las dificultades de ésta y del sentido fortalecedor de la presencia del Maestro. Desde fuera no es posible comprenderlo.

El mar.

El mar tiene el significado de guarida de las fuerzas del mal. La Iglesia navega en un entorno que no le es favorable y amenaza, a veces, con engullirla. Hoy tenemos muchas tentaciones para dejar a un lado la Iglesia, Jesucristo y así vivir una vida desordenada y libertina. ¿Para qué ir de aquí nos lo pasamos muy bien? Y con estas ideas dejamos la comunidad cristiana y nos entregamos a los vicios y pecados.

Navegar.

Nos dirigimos hacia el reino de los cielos, pero tendremos dificultades porque el demonio no nos deja caminar hacia Jesús y trata de apartarnos.

El motor y la fuerza.

El Espíritu de Jesús ha de ser el viento que hinche las velas de esta nave de la Iglesia. Movidos por otras energías, no será fácil llegar al destino. No han sido pocos los acercamientos a Jesús que le han venido a la Iglesia por medio de las corrientes sociales de una época determinada.

Las dificultades.

La Iglesia, en cuanto formada por hombres, no está exenta de las dificultades que afectan a cualquier sociedad humana. La historia de la Iglesia muestra que las dificultades externas suelen tener un efecto purificador. Según el pensamiento de San ·Ambrosio, “nos ayudan más los que nos persiguen que los que nos subvencionan”. La realidad es que las dificultades, aun no siendo gigantescas, sí que son persistentes, fuertes y multiformes como las pequeñas olas del mar de Tiberíades. Sin embargo, es preciso no olvidar que todas las barcas que navegan padecen igualmente la tormenta.

La tripulación.

El miedo puede hacer su aparición. Y el miedo, como causa y como signo, puede ser lo más peligroso. La falta de fe ilusionada, la sensación de estar perdidos o simplemente el negarnos a utilizar nuestra libertad pueden hacer que la travesía sea poco feliz. La barca no naufragará, pero pocos se animarán a subir a ella.

El puerto de destino.

La función de la iglesia consiste en llevar la palabra de Jesús a “tierra de paganos”. La proporción de esfuerzos evangelizadores y solidarios debe ser mucho más alta que los destinados a conservar la institución

La presencia de Jesús.

La importancia de la presencia de Jesús es que constituye la fuerza, la seguridad y la esencia de este navegar.

Jesús va siempre con nosotros, aunque parece que está dormido. No tengamos miedo. Confiemos en Él en medio de las dificultades de la vida que cuando menos lo pensemos se hace presente y nos invita a confiar. Él tiene poder para derrotar a las fuerzas del demonio, del pecado. Él nos dará la paz cuando estemos desesperados. Él será nuestra fuerza. No tengamos miedo a las calumnias, a las enfermedades, a las humillaciones que, si Cristo está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

Lectura de la segunda carta a los Corintios 5, 14-17

En la segunda lectura San Pablo se siente invadido del amor de Dios porque siente que Cristo ha muerto por todos para que nosotros vivamos por Él y seamos personas nuevas donde el pecado ha pasado y hemos sido invadidos por la misericordia de Dios. Esto nos lleva a anunciar a otras personas el misterio de amor de Jesús y hacer comprender la misión de Jesús hacia nosotros.

P. Vicente Pérez.

Comentarios

Entradas populares