LA ESPERA DEL SEÑOR


Reflexión. Decimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario. 
 
No se puede servir a Dios y al dinero. Busquemos el reino de Dios y su Justicia, que todo lo demás se les dará por añadidura. Nos agarramos a las cosas de este mundo pensando que ellas nos darán la seguridad. El evangelio de Lucas 12, 32-48 nos dice con una palabra de amor. No teman, pequeño rebaño porque vuestro Padre ha tenido a bien darles el reino. Somos hijos de Dios y Él nos mira nos cuida con amor. Por eso no dudemos de su misericordia. No tengamos miedo de desprendernos de nuestros bienes para dárselos a los pobres. Dios nos tiene reservado el gran tesoro en el cielo donde nadie puede destruirlo y robarlo. Miremos donde tenemos el corazón, el amor que allí hemos puesto es nuestro tesoro. Dios proveerá a nuestras necesidades.
 
Jesús nos llama la atención sobre la vigilancia. No estamos en esta tierra para siempre. Viene el Señor cuando no lo esperamos y seremos juzgados. Jesús nos pone una comparación. Un Señor se fue a una fiesta y dejó a una persona a la puerta de la casa para que cuando Él venga de la fiesta le abra la puerta sin hacerle esperar. El que hace así, será premiado pues el mismo señor tomará el vestido de trabajo y hará sentarse a la mesa a los siervos y él los servirá. Se cambia el orden de cosas. Los siervos se transforman en señores y el Señor en Siervo. Es lo que hizo Jesús en la última cena al quitarse el manto y ponerse a servir lavando los pies.
 
Otro caso es el que está alguien en la casa y no se da cuenta que el ladrón está haciendo un hueco para entrar y robar. Se durmió y dejó que le robasen. Con estos ejemplos Jesús nos avisa para que estemos preparados a la venida de  Jesús para juzgarnos.
 
A veces podemos pensar que somos jóvenes y aun no llega la muerte y te descuidas con el sueño, las fiestas, el pecado y no serás digno de entrar en el banquete del Señor. Por eso continuamente el Señor nos amonesta a estar vigilantes pues a cualquier hora llega la muerte y podemos ser echados fuera. Por eso la vigilancia, la oración. ¿Quién nos asegura el mañana?
 
Esta vigilancia es para todos. San Pedro le pregunta si también ellos tienen que estar vigilantes. Jesús nos llama a recordar que todos somos administradores que deben ser fieles y solícitos. Somos servidores de Cristo y administradores de sus misterios (I Cor 4, 1). Si nos descuidamos y nos dejamos llevar por el libertinaje, sea quien sea, llegará el dueño y nos castigará con la pena de los que no son fieles. Escuchemos las enseñanzas de Jesús en Lucas 12, 45 Pero si aquel sirviente, pensando que su señor tarda en llegar, se pone a pegar a los muchachos y muchachas, a comer y beber y emborracharse, 46 llegará el señor de aquel sirviente el día y la hora menos esperados, lo castigará y lo tratará como a los traidores. 47 Aquel sirviente que, conociendo la voluntad de su señor, no prepara las cosas ni cumple lo mandado, recibirá un castigo severo; 48 pero aquel que sin saberlo, cometa acciones dignas de castigo, será castigado con menos severidad. A quien mucho se le dio mucho se le pedirá; a quien mucho se le confió mucho más se le exigirá. Dios nos juzgará según la gravedad de nuestras acciones.
 
El pueblo de Israel estaba en Egipto maltratado y sometido a la más vil esclavitud pero Dios tuvo misericordia y los mandó matar un cordero por familia y con la sangre debían untar las puertas de la casa. Era la fiesta de la pascua, el paso del Señor para salvarlos. Esto les dio respiro y todos estaban contentos, comían y cantaban esperando la llegada del Señor. Mientras tanto los egipcios opresores estaban en la oscuridad de la noche y llegó el Ángel del Señor y fueron matados todos los hijos primogénitos. No esperaron la liberación del Señor y seguían en su pecado. Con un mismo acto se salvaron los israelitas y murieron lo egipcios. Esto puede pasar con nosotros si no nos convertimos y cambiamos de vida. Véase la lectura del libro de la Sabiduría 18, 6-9 que hemos leído en la primera lectura.
 
Por eso es necesario que alimentemos nuestra fe para transcendernos a Dios y dejarnos conducir por él. Escuchemos la segunda lectura tomada de la carta a los Hebreos 11, 1-2, 8-19 donde se nos expone la fe de algunos personajes, entre ellos Abraham, Sara que se fiaron de Dios y se dejaron conducir por él. No tenían ni una tierra propia, ni hijos pero se fiaron de Dios y salieron de la ciudad de Ur para ir a un lugar desconocido, pensando que Dios puede darles la vida, la tierra y así pudieron tener entre sus brazos al Hijo de la Esperanza, Isaac. Ni Abraham ni Sara podrían tener hijos porque eran viejos y pasados de años. Más tarde Dios los probó y el hijo de la esperanza debían matarlo pero ¿cómo asegurarían la esperanza en la futura descendencia? Aquí entra la fe de Abran que contra toda esperanza humana, se fía de Dios y piensa que Él es capaz de resucitar a los muertos.
 
Dios no permitió que lo mataran pero lo recobra como Hijo dado por Dios a Abraham y Abraham saltó de alegría. Quien se fía de Dios puede ver cómo Dios interviene para su bien y la saca de la muerte. Quien cree en Jesús sabe que Dios lo sacará de la muerte con la resurrección y nos glorificará a nosotros dándonos una vida nueva.
 
La eucaristía es un encuentro con Jesús para descubrir su persona que nos salva y todos necesitamos escuchar la Palabra de Jesús en la Eucaristía y al mismo tiempo comer su Cuerpo y Sangre para que Él esté en nosotros y nosotros en Él y así tendremos vida eterna.
 
P. Vicente Pérez.

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