JESÚS NOS ENSEÑA A ORAR


Reflexión. Decimoséptimo Domingo del Tiempo Ordinario. 
 
No hay vida cristiana sin oración. Jesús dedicaba sus tiempos a la oración sea de noche como de mañana o en cualquier otro tiempo. La oración es como el aire que respiramos. A Jesús le ven rezar como habían visto a Juan Bautista y los apóstoles se acercan a Él para pedirle que les enseñe a orar. Veamos lo que nos dice el Evangelio de san Lucas 11,1-13.
 
Jesús llama a Dios con el nombre de Padre pues es Hijo eterno de él pero al mismo tiempo nos dice que nosotros tenemos que llamarle Padre porque vela por nosotros en todas las circunstancias de la vida y por eso no podemos dudar de Él.
 
Su nombre, su persona debe ser santificada en nosotros porque nos libra de nuestros pecados y nos hace hijos libres pues nos ha librado del pecado y así somos hijos. Debemos anteponer a Dios a todas las cosas. Por eso venga tu reinado y aleje el reinado del demonio, de las drogas, de toda clase de vicios que nos apartan de Dios. Jesús ha hablado tanto del reino de Dios y solo quien tiene un corazón limpio es capaz de alejar el mal de él y apartar al demonio.
 
Somos hijos y por eso no debemos dudar de su amor. Por eso le pedimos que nos dé el pan de cada día, lo que necesitamos para hoy. Mañana Dios nos seguirá ayudando.
 
Somos pecadores y necesitamos el perdón de Dios pero esto exige de nosotros que lloremos por nuestros pecados como signo de que los detestamos y nos alejamos de ellos. No se puede pedir perdón a Dios y amar el pecado contra Dios y el pecado que nos haya hecho enemigos de Dios. Así podremos vencer al demonio que nos aparta de Dios pues pediremos a Dios la fuerza para rechazar todas las insinuaciones del mal y Cristo nos da la victoria.
 
Rezar es perseverar sin cansansarse de pedir y esperar a que Dios nos dé lo que necesitamos cuando Él lo crea conveniente. Nadie tiene derecho a exigir a Dios lo que queremos. Él nos da lo que necesitamos cuando crea oportuno pero nos pide que no desistamos en la oración. Si le pedimos con fe, nos dará el Espíritu Santo para que esté con nosotros y testifique a Jesucristo.
 
Pedir con insistencia y cuando Dios quiera nos lo dará. Llamar a la puerta de la casa para que el dueño de la casa la abra cuando crea oportuno. Buscar lo perdido para encontrarlo es reconocer que no podemos conseguir con nuestras fuerzas lo que pedimos y cuando queramos. Dios nos dará lo que él crea que necesitamos, no lo que nosotros pidamos con capricho. Esto nos hace ver que lo que Dios nos da es un don gratuito que no merecemos. Pero tengamos la certeza que Dios nos dará lo que él crea oportuno, cuando lo desee, lo que sea más conveniente para nosotros y nuestros caprichos. Todo para nuestro bien.
 
En la lectura del Génesis 18,20-32 vemos a Abrahán intercediendo por Sodoma y Gomorra que eran dos ciudades  pervertidas por la ideología del género.  Querían abusar de los enviados de Dios. Dios, sin embargo, está dispuesto a perdonarlas si allí hay algún justo que reza con su vida por los malvados pero no los había ni siguiera diez. Hará falta un Dios que se haga hombre: Jesucristo, para ofrecerse en la Cruz por los pecadores y en vista de sus dolores y su resurrección perdonar a todos los que se arrepienten aunque sean muy perversos. No hay pecador por grande que sea que no pueda ser perdonado por Dios. La oración de intercesión obtiene de Dios todos los favores, todos los perdones y hace hombres nuevas. Si encuentras personas pervertidas, pongámonos de rodillas ante el Señor y cada uno transformará a esa persona en algo nuevo. Creamos en el Dios de la misericordia, que siempre sale a nuestro encuentro. No dudemos de Él. A veces nos pedirá que sigamos en la oración para testimoniar nuestra confianza en Dios.
 
En la carta a los Colosenses 2, 12-14 encontramos la muerte  y resurrección  y nosotros participamos en ese misterio de Jesús en unión a Él en el  Bautismo donde todos somos perdonados de nuestros pecados. La persona que se bautiza, se introduce en el agua, signo de muerte y vida por la que participamos con la muerte de Cristo que cargó nuestros pecados, que se deja matar por ellos pero al final los vence con la resurrección. Lo mismo que Cristo resucitado está revestido de blanco, también nosotros y tienes graciosamente la misericordia de Dios. Entonces agarrados a Jesús, podemos seguir venciendo el pecado y haciendo el bien. Pero es necesario que vivamos el bautismo cada día y no olvides que tu vida está introducida en el misterio pascual. Y dejemos que la sangre de Cristo siga transformando nuestra vida.
 
P. Vicente Pérez.

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