LAS TENTACIONES DE JESÚS


Reflexión. Primer Domingo de Cuaresma. 
 
En la primera lectura del libro del Deuteronomio 26, 4-10 encontramos a los israelitas que todos los años iban en peregrinación a Jerusalén y allí dan gracias al Señor por todos los beneficios que Dios les ha concedido. Ofrecen al Señor los frutos de la tierra y se postraran ante el Señor. Nosotros estamos llamados a ofrecer a Dios todo lo que Él nos ha dado, sabiendo que nos llenará de sus misericordias. Estamos en la época de la recolección de los frutos de la tierra y por eso estamos llamados a postrarnos ante el Señor para darle gracias.
 
Respondemos con el salmo 90, 1—2, 10-15 en que aclamamos a Dios como nuestro refugio y fortaleza y Él nos cuidará para que no tropecemos y así Dios estará con nosotros en las tribulaciones.
 
En la carta los Romanos 10, 8-13 aclamamos a la Palabra de Dios que está dentro de nosotros, es el mensaje de la fe, que Jesús es el Señor, resucitado de entre los muertos, que nos salva. Esta fe nos da la salvación pues todo el que invoque el nombre del Señor e salva.
 
Después del bautismo de Jesús, se dirigió a desierto, bajo la guía del Espíritu. Jesús es el Cristo ungido por el Espíritu Santo y todo lo hace bajo el Espíritu Santo. Todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios y actúan como tales hijos. Veamos Lucas 4, 1-13.
 
Allá en el desierto es tentado por el demonio para probar su fidelidad a Dios y a los hombres. También nosotros estamos llamados a probar nuestra fidelidad a Dios y a los hombres.
 
Pasa los días en el desierto sin probar nada para experimentar a Dios en su totalidad. Él es el Hijo de Dios. Dios permite que el demonio le tiente por la tentación del pan. No solo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Es la tentación que nosotros también tenemos. El bienestar económico, la comida, el vestido. La comodidad. Jesús sabe que esto no llena al hombre y por eso le responde que no solo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Necesitamos vivir de Dios y todas las cosas se nos darán como añadidura. Dios es Padre que provee a sus hijos y por eso no debemos desconfiar nunca de Él. Estamos llamados a confiar en el Señor y cuando confiamos en Él, aprenderemos a compartir nuestras cosas unos con otros y aprenderemos a ser hermanos.
 
El demonio le llevó a un monte alto para decirle que todo se lo dará si se postra ante sus pies y lo adora. Sin embargo Jesús da la respuesta por nosotros. Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás. El demonio quiere que pongamos nuestra vida en los bienes materiales y no en Dios. Solo Dios llena el corazón del hombre y por eso ponemos nuestra confianza en Él. Sólo podemos adorar a Dios y llenarnos de Él. Solo podemos postrarnos ante Dios. Nuestro corazón descansa en Dios y solo en Él.
 
El demonio llevó a Jesús a un monte alto para que desde allí se tirara y todos lo aclamaran, sostenido por los Ángeles. Era tentar a Dios para que hiciera algún milagro y lo salvara pero Jesús acepta la realidad que Dios le ha puesto y no pide milagros para que lo protejan. Jesús va a vivir con una vida normal, sin milagrerías sino aceptando los acontecimiento que Dios le pone. También nosotros estamos llamado a vivir con los acontecimientos que Dios nos da. Jesús no hará ningún milagro para librarse de la muerte. Aceptará la muerte que Dios le da. Jesús sabe que de todo eso le sacará Dios.
 
Todos nosotros también somos tentados por el demonio para que pongamos el pan, la comida por encima de todo y dejemos a un lado a Dios con sus acontecimientos, con su amor.
 
Dios nos ha dado una forma de  vivir que es nuestra historia pero queremos formar la historia que nosotros queremos. Disco nos llama a aceptar la cruz que es nuestra salvación y nuestra vida. En esta realidad nosotros encontramos a Dios y lo bendecimos.
 
Pidamos al Señor que nos ayude a liberarnos de las tentaciones del demonio para servir únicamente a Dios, para amarlo con todo el corazón, con todas las fuerzas, con todo nuestro Ser para servirle con alegría.
 
P. Vicente Pérez.

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